LA HABANA, Cuba.- Luego de más de 35 años, he vuelto a ir a un concierto de Silvio Rodríguez. No es que haya terminado por aceptar su posición de embajador cultural y vocero no oficial de la dictadura que todavía se empeñan en llamar revolución. Es que no pude resistir la tentación de volver a disfrutar en vivo de sus canciones: vino a cantar a mi barrio, a poco más de un kilómetro de mi casa.
Silvio Rodríguez, acompañado por cuatro músicos, y teniendo al grupo de jazz Temperamento, que dirige el pianista Roberto Fonseca como invitado, actuó al anochecer del 12 de marzo, ante un público de más de 800 personas, en la plazoleta del cine del Reparto Eléctrico, en Arroyo Naranjo.
Fue el concierto número 73 de la Gira por los Barrios que realiza el cantautor desde hace cinco años.
Estuve allí, en las primeras filas. Y mentiría si digo que no lo disfruté. Aunque, cuando interpretase alguna de sus canciones panfletarias, me sintiera asqueado y fuera de lugar.
Por suerte, fueron las menos. Las más fueron bellas: Unicornio, Ojalá, Ángel para un final…
Tengo casi todos los discos de Silvio. Desde Días y Flores hasta Segunda Cita. Y ando buscando el más reciente, Amoríos. Nunca he negado que me gusta su música. Con Silvio y sus canciones (las buenas, quiero decir, no las de agit-prop) me sucede como con esos amores desafortunados que pasa el tiempo y uno no puede echarlos a un lado y ya, sino que te acechan, y corres el peligro de volver a caer, aunque sepas que te defraudaron, que fallaron, que a la larga no sirvieron… ¡Masoquista que es uno!
¿Qué le vamos a hacer si las canciones de Silvio, casi tanto como las de los Beatles, conforman la agridulce banda sonora de la vida de los cubanos de mi generación?
Cuando escucho esas canciones me veo de nuevo en mi vieja casa de La Víbora, o vuelvo a escuchar a Mateo, en un albergue cañero de Matanzas, una noche allá por diciembre de 1972, rasguear la guitarra y cantar con el alma y los ojos siempre cerrados las canciones de Silvio que no pasaban por la radio y que él se las sabía de memoria, hasta que Manolito El Mexicano, el que vivía por Calabazar, le pedía un chance para tocar, con armónica y todo, “Heart of gold” de Neil Young, y nosotros en la gloria, aunque nos muriéramos de hambre, frío y añoranza por las novias en La Habana o en otro campamento agrícola.
En aquellos viejos tiempos que nunca fueron buenos, cuando tuve amores tan contrariados y azarosos como los que vinieron después, siempre escuchaba, tarareaba o me sonaba en la mente, si no algo de la WQAM, alguna de las canciones de Silvio, que de tan ambiguas, si no eran explícitamente de amor, no se sabía a ciencia cierta de qué coño hablaban.
Algunas citas tomadas de Silvio deben andar por ahí, en algún libro que regalé a alguna amada, en aquellos tiempos cuando las muchachas todavía apreciaban que un tipo bajito, flaco, desgreñado y miope, expulsado de todos los sitios posibles, les regalara un libro con alguna dedicatoria como “todo se vuelve a inventar si lo comparto contigo”…
Volví a recordar todo eso en el concierto del Reparto Eléctrico. Aplaudí y mucho las canciones que me gustan. Pero mi venganza fue no aplaudir las odas panfletarias. Como El necio, ese bodrio tercamente sumiso y antidialéctico —¡tan marxista como Silvio dice ser!— donde asegura que él se muere como vivió. Y yo también. Así que, cada uno en su lado del ring, quedamos a tantos iguales. O casi, porque a mi pesar, le debo varias de mis canciones preferidas.