
LA HABANA, Cuba. – Desde el 15 de enero pasado, cuando el Jefe de Sector me interrogó sobre los materiales de construcción que compré para arreglar el diminuto baño de mi casa, y mi pareja era “entrevistada” en la Oficina de Inmigración de la Habana Vieja, la Seguridad del Estado no me había vuelto a molestar.
En la mañana de este martes, sin embargo, la teniente Elizabeth apareció en casa de mi madre, no estando yo presente, para una ronda de “advertencias”. Mi mamá, que en ese momento salía rumbo al policlínico porque no se sentía bien, tuvo que dedicar alrededor de media hora a la inapropiada “visita”.
En esta oportunidad la teniente no desgranó falsedades sobre mi colega Augusto César San Martín, sino contra Iliana Hernández, periodista de Cibercuba y activista en favor de los Derechos Humanos; ahora mismo una de las mujeres más acosadas por la policía política. En la conversación le preguntó a mi madre si sabía quién era Iliana, solo para descubrir que, como tantísimos cubanos de su edad, mi mamá no sabe qué cosa es un activista de derechos humanos, ni cuál es su rol, ni si lo que hacen ayudará a transformar el sino de este país que parece evadir toda esperanza.
La teniente Elizabeth se expresó de forma inapropiada sobre Iliana, rebasando el margen de la advertencia para agregar comentarios de carácter personal que pusieron en claro su falta de empatía y su vocación para eso que llaman “chanchullo”. La teniente trató de demonizar a la activista y prejuiciar a mi madre, que no sabe quién es Iliana, pero sabe muy bien quién es Elizabeth. Nada más que por ese detalle, su intento de difamación fue una absoluta pérdida de tiempo.
He coincidido con Iliana en dos ocasiones. Sobre ella solo sé lo que dije a mi mamá cuando me preguntó: que quiere lo mismo que yo, aunque tengamos enfoques distintos; que es impetuosa y tenaz; que sale a las calles a reclamar libertad y la policía se le echa encima para callarla; que la persiguen y maltratan por sus ideas políticas.
Tengo mis razones para no hacer activismo; pero ello no significa que desconozca o me desentienda de lo que ocurre con las mujeres que escogieron ese camino para denunciar al régimen. Mi respeto se extiende a todas las que han sido multadas en virtud de un Decreto-Ley infame, indigno de una sociedad que se autoproclama democrática. Las que han sido humilladas, amenazadas, reguladas y encarceladas. Las que han visto sus casas allanadas, sus equipos decomisados. Como ellas he sufrido la mayoría de estas vejaciones, y las que me faltan podrían alcanzarme en cualquier momento. Tal es el precio por disentir pacíficamente en Cuba.
A la Seguridad del Estado le preocupa que las periodistas independientes nos interesemos también por el activismo. Temen la unidad de intereses de la sociedad civil contra un gobierno de parásitos machistas, y el impacto que ello pudiera generar en el momento más delicado que ha atravesado el país desde el Período Especial.
En otro momento de la conversación la teniente Elizabeth mencionó a Rudy Cabrera, colaborador de CubaNet. A él se refirió como “el negrito de las trencitas”, para no dejar de la mano los estereotipos y el racismo. Pero mi madre tampoco conoce a Rudy, con quien he colaborado en ocasiones anteriores y continuaré haciéndolo siempre que sea necesario, o surjan temas de interés para ambos.
No entiendo por qué la Seguridad del Estado tocó a mi puerta para difamar a Iliana; pero en todo caso sirva este texto como un llamado a la prensa independiente y activistas cubanos, así como a las organizaciones internacionales para que estemos muy atentos a lo que pueda ocurrir con ella. Probablemente la teniente Elizabeth solo quería “avisarme” de los peligros que correría si me dedicara al activismo; pero sus amenazas provocaron que a mi estoica madre, afectada por la pérdida reciente de su hermano, le subiera la presión.
Un esbirro se define, entre otros aspectos, por su irreprimible necesidad de sobrepasar los límites para cumplir hasta el más simple cometido; por su predisposición al abuso aun cuando detenta todo el poder. Al aprovecharse de la vulnerabilidad emocional de mi madre, la teniente Elizabeth demostró que el honor, la generosidad y la compasión son cualidades que la han eludido toda su vida.
El totalitarismo antillano sabe que cada día su poder declina. Sus huestes buscan indicios de algo que lamentablemente no existe aún, y cometen el error de confundir prudencia con cobardía, alertando a padres ancianos como si sus hijos fueran adolescentes a los que hay que proteger de la “juntera” con ciertas personas. Es innegable que el anhelado cambio tiene hoy contornos más definidos que hace diez años; pero también se impone reconocer que, si al menos un fragmento de lo que el régimen teme fuera verdad, estaríamos mucho más cerca de esa Cuba soñada.
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