LA HABANA, Cuba.- Después del incendio de pequeñas proporciones del pasado jueves 29 en la sala García Lorca del Gran Teatro Alicia Alonso, varios miembros de la Seguridad del Estado permanecen en el lugar. Es una ocupación más bien disimulada, pero incluso así a muchos les parece una reacción paranoica y hasta equivocada.
La pesquisa para averiguar lo sucedido es conducida por oficiales de civil, no por instructores de la Policía Nacional Revolucionaria, y, según informa a CubaNet, bajo anonimato, un trabajador que ha estado en contacto con la situación, algunos de los involucrados en la investigación comentan que los oficiales de la Seguridad parecen preocupados solo por buscar a un “autor”.
Más que averiguar quién podría ser el responsable de alguna negligencia que propiciara el inicio del fuego, y cómo sucedieron en detalle los hechos, solo preguntan “quién tú crees que pudiera hacer ‘eso’”, “cómo son tus relaciones con los otros trabajadores”, si hay alguna rencilla entre empleados. Por otra parte, se da por sentado que ya todos fueron “verificados políticamente”.
Unos dicen que tal paranoia se debe a que Raúl Castro se encontraba en el Capitolio, en la Asamblea Nacional, el día del incendio, pero otros dudan que haya algo funcionando de veras en la nueva sede del llamado Parlamento cubano. También se comenta que ha habido diversos siniestros de menor categoría en la zona, como fuegos en latones de basura, etc. Nadie sabe qué es “bola” y qué es cierto.
Un incidente así es notable por tratarse de una edificación emblemática, pero está además que la prensa oficial había informado ya de cuatro incendios significativos en los tres primeros meses de 2018. Los dos últimos, en menos de una semana, fueron en las provincias de Pinar del Río y Matanzas. Antes hubo uno en la Base Naval de Guantánamo y otro en la Feria Internacional del Libro en La Habana.
En febrero, también los bomberos debieron movilizarse por una falsa alarma de incendio en el hotel Habana Libre. Y están los accidentes con fuegos artificiales en parrandas de varias ciudades del interior. Pero algunos consideran que el mayor detonante de la paranoia “segurosa” es la cercanía, pues hay menor distancia entre la puerta del teatro y la acera del Capitolio que entre esta y el propio Capitolio.
No permanece nadie detenido, pero parece que a los agentes más visibles —se comenta en la institución— los tendrán allí hasta que se cansen y “ya se van convirtiendo en parte del mobiliario del teatro”. Los trabajadores bromean sobre el fuego: “no traigo fosforera” o “no hables de «eso», cuidado con las cámaras, que ahora seguro que sí las miran”, en referencia a que lo sucedido cuando se descubrió el incendio quedó registrado por una cámara.
Nadie duda allí de que fue un simple accidente, quizás a causa de la negligencia, el descuido, el desinterés de este o de aquella. En definitiva, la actitud más o menos generalizada en el país, aun en lugares como el Gran Teatro. La prensa oficial, aunque con parquedad, reportó que “el origen del incidente se debió presuntamente a una falla eléctrica”.
Y es difícil encontrar pistas. Los bomberos llegaron sin demora, pero ya los aspersores habían ahogado el fuego, y entonces, como ocurre a veces, para erradicar el peligro, dejaron la escena muy cambiada, impidiendo la posterior explicación de la primera chispa. Se encontraron dos bombillas de alto voltaje quemadas y se supone que pudieran haber sido el inicio del fuego. En la parte trasera del escenario, quedaba todavía el domingo un poco de peste a quemado.
Los más viejos aseguran que allí —donde antes estuvo el célebre Teatro Tacón— nunca antes había ocurrido un fuego, ni siquiera relativamente pequeño como este, aunque hace un tiempo hubo un apagón por una avería eléctrica, lo que obligó a suspender una función de la compañía Acosta Danza.
Para las funciones de fin de semana, que fueron solo sábado y domingo, se consiguieron algunos elementos y materiales, incluso en otros teatros, y se recuperó parte de la vieja escenografía del segundo acto de El lago de los cisnes.