Foto reportaje: Tania Díaz Castro
LA HABANA, Cuba -Hace unos días el periódico Granma, órgano oficial del gobierno castrista, dedicó una página a reseñar los pueblos fantasmas de varias partes del mundo, abandonados por distintas razones. Claro que entre ellos no estaba Santa Fe, un pueblo costero de Cuba, situado al este de La Habana, abandonado a su suerte más por razones económicas, que por desastres naturales, un pueblo que parece ir al precipicio, puesto que en él no se aprecia el resultado de las supuestas reformas económicas con que Raúl Castro piensa salvar este país que se hunde.
1857-1958
En 1857 se fundó el poblado de Santa Fe, gracias al central Taoro. Proclamada la abolición de la esclavitud, los esclavos del central levantaron sus casas de madera y yagua alrededor de su propio cementerio, en una zona aún llamada El Roble y se dedicaron a la pesca y la ganadería. Cuenta la historia que a partir de 1884, cuando un ferrocarril comenzó a dar recorridos por los antiguos terrenos de Playa y Marianao, comenzaron a disfrutar de un rápido crecimiento urbano.
Ya en 1930, con tres mil habitantes, recibió como nombre Santa Fe. Presumía de ser un pueblo con grandes atractivos. Además de una playa agradable y bien cuidada, llamada La Puntilla, contaba con restaurantes y cafeterías donde se vendían especialidades como croquetas de pollo, papas rellenas con carne de res, minutas de pescado fresco, las tradicionales fritas cubanas, batidos de fruta con leche de vaca y muchas cosas más.
En 1943, Santa Fe tenía 2,522 habitantes fijos, sin contar aquellos que residían durante el verano en sus lindas y acogedoras casas de madera, construidas junto al mar, al estilo bungalow.
Cuentan los más viejos del lugar que su esplendor económico, adquirido en los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado, se debió sobre todo a la Asociación de Propietarios y Vecinos, que dio un gran impulso a la construcción de casas, comercios, pequeños hoteles para el turismo, parques, cuatro cines y un casino-club donde se bailaba los fines de semana con las mejores orquestas del país, se celebraban bodas y cumpleaños y se escogía cada año una hermosa muchacha como Miss Santa Fe.
1959
Pero Santa Fe no es hoy el mismo pueblo de ayer. Cuando el Comandante llegó y “mandó a parar”, en enero de 1959, todo comenzó a desaparecer. Lo saben bien los más viejos, que llevan en su memoria tantos buenos y malos recuerdos. Por ejemplo, saben que hoy su querido pueblo no es más que un pedazo de playa abandonada por el Estado, que apenas hay lugares donde se pueda disfrutar de una buena comida, que duele la desigualdad social en que se vive y que cada día que pasa son más los ancianos indigentes que junto a los alcohólicos, deambulan por las calles del pueblo en busca de unos centavos.
Hoy su industria principal es una fábrica de banderas cubanas y del Movimiento 26 de julio, situada a la entrada del pueblo, una fábrica que produce pintura de pésima calidad pocos meses del año y un restaurante estatal que presta servicios solo en moneda convertible, cuyos precios muy pocos cubanos pueden pagar.
En 2010, la OFICODA tenía registrados 21,136 habitantes como consumidores de la obsoleta Libreta de abastecimiento (cartilla de racionamiento). Sus empleados expusieron a esta periodista, que hay otros casi dos mil inmigrantes ilegales, que en ocasiones la misma Policía se encarga de devolverlos a sus provincias de origen, principalmente el oriente del país.
Santa Fe se libra de los derrumbes de edificios que ocurren continuamente en La Habana, porque no hay edificios altos, sólo hay tres, construidos hace algunos años. La mayoría de sus inmuebles son casas de un piso, y muchas han sido restauradas gracias a que sus dueños son ayudados por familias que viven en el extranjero. El pueblo tiene varios barrios marginales surgidos después de la revolución, donde cientos de familias sobreviven a orillas del mar, en casuchas hechas por ellos mismos con materiales inservibles, que luego pierden ante las penetraciones del mar. Estos barrios, conocidos como El bajo y La luz brillante, aparecieron con el Periodo Especial en los años noventa del siglo pasado. Han transcurrido más de dos décadas y el gobierno castrista no ha podido brindarles mejores viviendas a esos cientos de familias, ni siquiera después que el mar las deja a la intemperie.
Esta y otras muchas razones influyen para que en Santa Fe, no se vea un apoyo espontáneo por la llamada Revolución socialista. Todo lo contrario, sus habitantes se sienten como un ¨pueblo de balseros¨, porque sus jóvenes, conocedores del mar, se marchan continuamente hacia Estados Unidos en embarcaciones improvisadas por ellos.
Un pueblo apático ante la política
Se comenta que en el pueblo los miembros de los Comités de Defensa de la Revolución hacen tan poco, que a la Seguridad del Estado le resulta muy difícil lograr informantes confiables entre ellos.
Un miembro del CDR de la calle 17 y 309, quien me rogó anonimato, por el bien de su hijo universitario, me confesó que si este gobierno se mantiene colgado de un hilo, peligrosamente muy vulnerable, no es por los Comités que lo apoyen masivamente.
La autora de esta crónica da fe, luego de vivir en este pueblo desde 2007, que la mayoría de sus habitantes han preferido mantenerse como trabajadores por cuenta propia, vendiendo cualquier cosa de forma clandestina en la calle o en el interior de sus viviendas, que incorporarse a un trabajo estatal.
Muchas de esas viviendas, hoy embellecidas, tienen letreros que dice ¨Se alquila a extranjeros¨. Proliferan los que cocinan discretamente en garajes o patios traseros comida para vender.
Pese a esto, Santa Fe es un pueblo donde también puede verse la abulia entre las personas, una gran incultura y una pasividad que a veces raya en una oposición política pacífica, como si vivieran un compás de espera silencioso.
Si hay algo que aprecian y usan los vecinos de Santa Fe, son los bicitaxis, esas bicicletas convertidas en taxis particulares. Por sólo diez pesos cubanos (menos de 50 centavos de dólar) los sudorosos bicitaxistas transportan al pasajero pedaleando; mientras el cliente va cómodamente sentado y protegido del sol, porque Santa Fe carece de portales, de árboles, de aceras, de calles bien pavimentadas y de transporte estatal para recorrerla. Los que tienen un poco más de dinero, viajan en los almendrones (autos viejos norteamericanos), manejados por profesionales o militares retirados, que no pueden vivir con sus salarios o retiros. Frente a mi casa, viven dos coroneles retirados que botean con sus sus autos.
Pobreza y aburrimiento
Santa Fe no cuenta con clubes de recreación, teatro, parques infantiles, áreas deportivas y mucho menos biblioteca o librería… Nada de nada. Si el Oasis, uno de sus cuatro antiguos cines abandonados, comenzó a funcionar hace tres meses, se debe a que un canadiense, casado con una joven santafeseña, brindó una buena suma de dinero para su restauración.
De inmediato el periódico Granma se hizo eco de la recuperación del cine y el 25 de febrero pasado publicó que ¨…Los pobladores de Santa Fe ya no tienen que gastar ochenta pesos cubanos para trasladarse a La Habana para ver una película, o someterse a una azarosa odisea en ómnibus, como les ha ocurrido durante largas décadas¨; sin mencionar al generoso canadiense enamorado de la cubana.
Tan miserable es la vida de los muchos que viven en la extrema pobreza en Santa Fe, que si pudieran convertir su sueño en realidad, muchos de sus barrios se convertirían en lugares fantasmas, porque si algo se escucha decir continuamente entre la gente es: ¨De aquí hay que irse¨.
Los paupérrimos habitantes de Santa Fe saben además que tienen como vecinos cercanos a la crema y nata de los nuevos ricos que viven en el lujo , y la opulencia: generales, ministros en sus barrios exclusivísimos a pocas cuadras de distancia. Incluso hasta Fidel Castro, que vive en el llamado Punto Cero, todo un exclusivo barrio que antes fuera de la gran aristocracia habanera. Allí, a pocas cuadras de Santa Fe, los militares se mantienen en alerta en medio de una bien cuidada vegetación, además de una red de equipos electrónicos sofisticados escondidos entre frondosos árboles, para cuidar la vida del viejo dictador
Video de un vecino que creció en Santa Fe
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