SANTA CLARA, Cuba. — Hacia la zona del estadio Sandino y sobre un paño bien estirado sobre la acera, Armando va colocando pacienzudamente una serie de artículos de plomería, tomacorrientes, un martillo y una mandarria y dos resistencias usadas de hornillas eléctricas chinas. Nada nuevo, todo de factura rústica y con precios inferiores a los 100 pesos.
Al lado de este anciano de 72 años, otro al que le llaman Pocholo suele vender jarros metálicos, calentadores de agua y horquillas plásticas, y un tercero aprovecha la época de ciruelas y aguacates. En la misma zona se instala todas las mañanas un grupo de cuatro o cinco jubilados que se buscan un dinero extra revendiendo cualquier tipo de virulillas. En las escaleras de la iglesia Buen Viaje, otros dos venden ajo puerro, ají, libros usados y velas criollas.
“Por aquí pasa mucha gente y siempre hay quien nos compra algo”, explica Armando, que vive de una chequera que no supera los 1 800 pesos. “Estas son cositas que la gente me da para que se las venda. Nada de esto es mío. También me dan los jabones de la bodega que por ahí están a 60 pesos, pero a mí no me gusta abusar”.
Posiblemente sea Santa Clara una de las ciudades del país en la que se advierta mayor cantidad de ancianos vendiendo cualquier tipo de objetos en las calles. Más cerca del parque Vidal, por ejemplo, su centro de acción es la calle Luis Estévez, al lado del banco, donde confluyen cerca de cinco o seis vendedores de cuchillas de afeitar, relojes usados, pasta dental, bolígrafos, pegamentos y revistas y periódicos. Llegan sobre las ocho de la mañana y se marchan poco después del mediodía.
Los propios medios locales anunciaron en mayo que Villa Clara seguía siendo considerada como la provincia más envejecida del país con un 24.6 % de la población mayor de 60 años. En 2021 se contabilizaron 213 centenarios y más de 6 700 nonagenarios. Asimismo, los municipios con cifras más alarmantes constituyen Quemado de Güines, Cifuentes, Encrucijada, Remedios y Placetas. Actualmente, más de 44 800 ancianos viven solos o con otra persona adulta mayor.
Cifras publicadas hace dos años arrojan que el municipio cabecera destaca como el de mayor cantidad de personas acogidas al servicio de atención a la familia (SAF) con más de 1 000, aunque cerca de 24 000 deben sobrevivir con su propia jubilación.
Juan Alonso, de 85 años, recorre Santa Clara junto a su mascota Mariposa, su única compañía. Cuando se lo llevaron el año pasado en una ambulancia casi al desfallecer por COVID-19, la perra persiguió el vehículo por varias cuadras y rondó el mismo lugar por semanas hasta que su dueño pudo regresar a recogerla.
“Mi vida ha sido muy accidentada”, asegura el viejo, que carga consigo un saco cargado de plátanos que pretende vender “a un precio razonable”. “He tenido siete, ocho, diez oficios. He sido chofer, zapatero, cantante del conjunto Modelo, tumbé caña antes del 59 y después también, y por ahí para allá. Mi casa prácticamente me la cogieron, no puedo decir otra cosa. Ahora me dedico a vender algunas plantas ornamentales para escapar. Este animalito va dos o tres veces en la noche a vigilarme. A veces los perros te dan más amor que las personas”.
Debido al éxodo de la población en edad laboral y la baja natalidad en la provincia, muchas personas de la tercera edad se han visto obligados a sostener la economía de sus propios hogares. Gran parte de estos ancianos que trabajan por su cuenta en Santa Clara, sobre todos los hombres, aseguran que no conviven con sus hijos, sino con familiares también de edad avanzada.
Un reporte reciente del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social confirma que “aproximadamente el 17.4% de las personas adultas mayores viven solas y que se espera una reducción del tamaño promedio de los hogares cubanos para el 2030”.
“A esto me dedico desde hace más de cinco años hasta que la salud me lo permita. Vendo estas boberías por la mañana, pero también hago mandados y le busco el gas a algunos vecinos”, asegura Santiago, vendedor de la zona centro que reside junto a su hermana, también mayor de 60, a más de tres kilómetros de allí. “Cualquiera puede pensar que nos compran las cosas más por lástima que por necesidad, pero busca para que veas que estas cosas no se encuentran en ninguna tienda del estado”.
La imagen de este viejo puede efectivamente inspirar cierta compasión entre los transeúntes: usa una camisa a la que le faltan tres botones, un par de botas con cordones de diferente color y una espesa barba blanquecina recortada al descuido. No obstante, se expresa con elocuencia porque asegura, incluso, haber alfabetizado en el Escambray.
“Por ahí andan muchos viejos mendigos, pero yo no pido nada de nada, ni un peso. La vida de nosotros no es fácil, porque la edad ya se va sintiendo. ¿Tú crees que ya estamos para esto? La vida de los viejos debería ser más tranquila, viendo deportes o leyendo el periódico. Yo ni espejuelos he podido conseguir. ¡Ah!, y mira qué cosa: vendo pilas para mando y tampoco tengo televisor”.
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