SANTA CLARA, Cuba. – A finales de los años 40 y 50, la capital de Las Villas representaba para todo viajero la plaza perfecta para hacer estadía, gracias a su céntrica posición geográfica en el centro de Cuba. Cuentan los que pudieron disfrutar de los llamados placeres mundanos de aquella época que existían en Santa Clara un arsenal de bares, cantinas y sitios nocturnos para compartir y pernoctar.
En los ochenta, según recuerdan quienes ya sobrepasan la cuarta década de vida, que por menos de 10 pesos las parejas lograban pasar la noche en cabarés, restaurantes y hoteles de lujo. Santa Clara hoy es una ciudad desabastecida, menguada por la crisis y las carencias. La que fuera bautizada en algún momento como la capital cultural o recreativa de Cuba muestra hoy un panorama bastante alejado de lo que antaño fuera.
En Santa Clara quedan muy pocos lugares asequibles a la población cubana para disfrutar de algún espectáculo artístico. Alrededor del parque Vidal, que marca el lugar recreativo por excelencia de los santaclareños, funcionan solo tres sitios en horario nocturno: La Bodeguita del Medio, el Complejo Santa Rosalía y un espacio al costado del teatro al que llaman La Marquesina, terraza de turistas adictos a los mojitos, jineteros y cazadores de fortuna. Para acceder a los shows en el segundo sitio de los mencionados, perteneciente a la cadena Palmares, debe abonarse por entrada el precio de 1 CUC por persona. Ya dentro, la carta se despliega con precios demasiado altos por un daiquirí o una piña colada, a más de 2.50 CUC por coctelería y lo que nombran “platos para picar”.
“Los simples mortales no tenemos a donde ir”, dice Ricardo Ángel Puentes, un profesor que se declara bohemio e inconforme con la poca variedad de centros nocturnos para la población y el marcado desabastecimiento de los últimos meses. “A mí me gusta el ron y a mi esposa la cerveza. Lo que te venden en estos lugares por divisa son ginebras, tequilas o wiskis carísimos. Mi salario es de 900 pesos al mes, más que cualquier otro cubano, pero no me puedo comprar un trago preparado que es limonada pura. Antes nadie bebía en las calles porque había dancings y clubes para los muchachos. El relajo que hay lo ha provocado la propia crisis, no busquemos otro culpable”.
Ricardo también recuerda cuando los jóvenes de su época se entretenían con las “Discoviandas” y “Discomóviles”, o cuando los cabarés Venecia, Cubanacán o el Primavera ofrecían servicios en moneda nacional para “los ricos y los pobres”, sentencia. “Los bares de mala muerte, los que quedan en los repartos, abren a las ocho de la mañana y cierran a las seis de la tarde, como para que la gente no trabaje, supongo”.
En varias oportunidades, las autoridades de la provincia se han quejado de la afluencia de público al costado del Teatro La Caridad, coliseo que abre solo de vez en cuando para no sobrepasar el consumo de electricidad autorizado. Al muro empinado que rodea el inmueble lo bautizaron hace más de una década como “malecón santaclareño”. Todas las noches y, sobre todo, los sábados y domingos, los universitarios hacen de este lugar su propio club de esparcimiento mientras comparten una botella de vino casero, que se puede adquirir a 20 pesos en moneda nacional en una venduta cercana.
“Los bares particulares son caros”, comenta Jessica Estévez, estudiante universitaria. “Mis padres me cuentan que antes ellos salían a mi edad y había muchísimos lugares a los que ir: al cine, al teatro. El Mejunje ya no aguanta más y ahí tampoco se encuentra nada barato en coctelería. El bar lo habían cerrado porque no entraba nada. A mi entender, esto crea mayor alcoholismo en la juventud, porque en lugar de sentarse una pareja tranquila a compartir o a bailar en una discoteca, tenemos que venir aquí a beber hasta la madrugada, para entretenernos en algo”.
Al tiempo en que las tiendas recaudadoras divisa se encuentran totalmente desabastecidas, los pocos sitios nocturnos en el centro de Santa Clara tienden a cerrar sus puertas antes de las nueve de la noche cuando no tienen cerveza o refresco en sus neveras para vender a la población. En varias ocasiones también ha escaseado el agua para preparar café o no les permiten conectar la máquina para ahorrar fluido eléctrico.
El acceso a los pocos cabarés nocturnos que quedan abiertos en la ciudad puede costar desde 50 hasta 75 pesos por entrada, sin incluir el consumo que, irónicamente, se traduce en divisa y no en moneda nacional. Otros, se dice que están clausurados por mantenimiento, aunque la realidad apunte a la falta de ofertas. Los propios dueños de bares particulares han subido los precios de la bebida por la escasez de productos para revender a la carta y algunos han quebrado por la poca afluencia de clientela.
Un dependiente de uno de los establecimientos estatales ubicados en el centro aseguró tras bambalinas que la escasez estaba condicionada por el cambio de moneda que se presume ocurrirá en enero próximo. “Nos dijeron que las empresas Cuba Ron y Ciego Montero están en auditoría y por eso no entra nada a las tiendas ni a los centros gastronómicos. Suponemos que la auditoría es para contabilizar lo que tienen en almacenes. Aquí hacen las cosas de un día para otro. De pronto nos dirán que cambiemos la carta a moneda nacional y ya está. Lo que sí es seguro es que el cubano se las va a ver negras este fin de año. Van a tener que tomar alcohol de tienda y comer picadillo”.
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