VILLA CLARA, Cuba.- Desde lo alto de su trono, en la oriental provincia de Santiago de Cuba, la Virgen de la Caridad del Cobre, una de las tantas advocaciones de la Virgen María, vela por el bienestar de todos los cubanos. De eso está segura Migdalia Cabrera, una fiel devota de “Cachita”, quien asevera que cualquier día y lugar es apropiado para rendirle culto y “pedirle porque el país mejore, que al final es el bienestar de todos”.
“¡Sálvanos Madre!”, pide Migdalia, hincada de rodillas y en voz baja, pero plena de convicción ante el altar de la virgen, coronada Patrona de Cuba en 1998 por el Papa Juan Pablo II.
Esa súplica de auxilio se multiplica por toda Cuba, desde lo más íntimo de los hogares hasta los fastuosos homenajes en masa que se organizan en templos católicos.
No solo en su día (8 de septiembre) sus hijos levantan los brazos para implorar su favor, sino que, amparados en su creencia, le ofrecen a diario su devoción. Los fieles que van a su encuentro sin importar los obstáculos que la naturaleza imponga.
“Esa es la fuerza de la fe, que te impulsa hacia lo imposible”, sentencia convencida Migdalia, mientras aprieta el rosario entre sus manos.
En el municipio villaclareño de Ranchuelo, un santuario escondido en el monte atrae a cientos de feligreses a caballo, quienes buscan en la religión el consuelo que no encuentran a diario. Estos jinetes en peregrinación no son más que el profundo tributo guajiro a la también conocida como Virgen Mambisa.
Nadie sabe con exactitud cuántos kilómetros separan al santuario del poblado, pero a nadie parece preocuparle, y es que cuando la fe llama, las distancias se vuelven insignificantes. Así cree Eliecer Hernández Ruiz, quien ya ha recorrido cerca de 30 kilómetros a caballo y cumplió su promesa de estar un año sin pelarse para que “La Caridad” oyera sus súplicas.
“Yo creo en todo lo que veo y en lo que no veo”, afirma y arrea el potro para unirse al grupo de jinetes que, luego del descanso de las bestias y un café, retoma la peregrinación.
A pie en busca de la Patrona
Llegar a la capilla que resguarda a “Cachita” es solo posible a caballo, en una volanta o carreta. El camino es extenso y por momentos angosto. Son aproximadamente siete kilómetros atravesando potreros, cercas de alambres púas y arroyuelos. Hay un trillo que todos siguen, evidencia del culto casi diario a la virgen.
Mientras cruza una tierra cuarteada con marcas de herraduras, que sirve de guía a los transeúntes inexpertos en este via crucis, Belkis Rodríguez, asegura que siempre le había pedido a la virgen desde su casa, pero este año tiene motivos más fuertes para venir hasta aquí. “El objetivo es llegar hasta ella, pasar trabajo, todo requiere un sacrificio en la vida y si confías y tienes fe, tienes que cumplir”, añade sin detener el paso.
En una de sus manos carga una jaba de nailon con girasoles, su ofrenda a la santa. “A esta peregrinación siempre llegan muchas personas. Es costumbre que vengan desde muy lejos a caballo. Incluso, desde Corralillo estaba diciendo un muchacho que venía. Pero también vienen de Hatillo, de Conyedo, de Santa Clara, de todos los lugares”.
Por momentos hay que resguardarse, pues los jinetes acuden mayormente en grupos. Algunos transitan pausados, pero otros corren a gran velocidad. Su paso acelerado deja detrás una nube de polvo con música con mariachis, la banda sonora inseparable para quienes llevan sombrero de guano y espuelas.
Muy pocas casas se divisan por estos parajes, que limitan con la provincia de Cienfuegos. Los fieles bordean una presa, suben un acantilado y luego de una extensa llanura, comienza a escucharse un bullicio. A lo lejos se distinguen cientos de caballos y personas. Al fondo de la multitud, se alza una famélica cruz, empotrada en el dintel de una casa.
La pequeña iglesia está a solo unos metros, pero todavía hay que atravesar los vendedores que han llegado hasta este intrincado lugar y que pregonan velas, tabacos, “ron sella’o”, refrescos y pan con lechón.
Los fieles se acumulan en el umbral del santuario. Todos quieren ver a la virgen, rezarle, sentir que los escucha…
¿La Virgen de la Caridad del Guayo?
Dentro de la capilla, los rezos más íntimos parecen escucharse. Un concierto de susurros se eleva hasta el altar azul. A un costado, la gente se arrodilla, enciende velas y buscan esa conexión con la santa. Las delgadas llamas forman un círculo de luz que “encienden” la espiritualidad del lugar. Entre tanto bullicio, cada cual busca su instante de paz y recogimiento.
En medio de las plegarias, atenta a cada detalle, está Marisol Reyes, una anciana de 68 años, encargada de la iglesia. Revela a Cubanet que esta singular peregrinación se realiza desde hace siglos, por lo que se consolida como una tradición del lugar.
“Esta iglesia –refiere- tiene 98 años y la gente acude desde mucho antes y encienden velas, traen muchas promesas de niños recién nacidos, a veces llegan con ropitas y fotos de niños cuando salen del hospital materno o superan alguna enfermedad”.
“Como ofrendas” –añade Marisol- “las personas le traen los vestidos que se le ponen, los manteles que cubren el altar, flores y búcaros. Aquí pueden reunirse miles de personas. Miro para afuera y me parece que esto no se termina”.
Marisol comenta que a esta imagen en particular la llaman la Virgen de la Caridad del Guayo, porque fue aquí donde, siglos atrás, un viajero de paso entregó su imagen en el caserío del mismo nombre, hoy ya desaparecido. “El viajero” –narra- “dejó un paquetico para que lo cuidaran. Si a los seis meses él no regresaba, ordenó que lo abrieran y cuando lo hicieron vieron que la virgen estaba dentro”.
Desde ese entonces, siempre han sido familias quienes han custodiado este santuario. Su abuela, quien murió de casi 100 años, tuvo a su cargo el cuidado la “madre de los cubanos” y antes que ella, otras familias se encargaron de la iglesia. Para no perder la tradición, actualmente Marisol la cuida con la ayuda de sus hijos y su hermana.
La iglesia pertenece a la diócesis de Cienfuegos, sin embargo, no recibimos ninguna ayuda por parte de ellos”, se queja la encargada.
Pese a que las condiciones del santuario no son las más idóneas, esta sencilla ermita es visitada todos los sábados y domingos, incluso, por personas que llegan desde el extranjero. Pero el homenaje de su día, el 8 de septiembre, es el más populoso.
Todos quieren llevarse una foto con la virgen de fondo, otros firman un libro como constancia de su visita y no pocos le regalan una instantánea suya o de un ser querido para que los bendiga.
Mas, hay una fotografía a los pies de “Cachita” que llama especialmente la atención. Muestra a dos jóvenes a caballo y en la esquina superior lleva grabado: “El que vive confiado, muere traicionado”. Delante de ella una mujer estalla en sollozos, la mira, la abraza, no puede separase de ella, quise preguntar, pero la tristeza me invadió.