LA HABANA.- Estoy de vuelta. Llevo dos semanas en Cuba, luego de una estancia 19 días en Miami, y todavía no acabo de readaptarme a mi vida habitual. Siempre me ocurre. Y es que estos regresos y el reacomodo a “la normalidad”, no son fáciles.
Desde que pisas el aeropuerto de Boyeros percibes la mugre, la peste, el ruido, el maltrato, y lo que es peor, la vigilancia. Y las preguntas. No solo las de los oficiales de Seguridad del Estado, que no tardarán en visitarte en tu casa si antes no te interrogaron en una oficina del propio aeropuerto, a los que tendrás que convencer, sin hablar demasiado, que no vienes con instrucciones subversivas de “la mafia anexionista”. Más difíciles de responder son las preguntas de parientes, amigos y vecinos, a los que tendrás que convencer de por qué, teniendo la oportunidad, “con tanto como te gusta aquello”, no te quedaste “allá”, tampoco esta vez (la cuarta).
Me dolió particularmente una vieja amiga que suponía erradamente me conocía bien, que concluyó que a mí, en el fondo, me gusta “todo esto, revolcarme en la cochambre”.
No entenderán tus razones, las que sean. Ni siquiera y menos que ninguna si les dices que si tuvieras 20 años menos sería otra historia, pero que ahora no te sientes con suficiente tiempo disponible por delante para empezar de cero una nueva vida, porque Estados Unidos, parafraseando el título del libro de Cormack McCarthy y de la película homónima, No country for old men (No es un país para viejos). Y si les dices que no tienes valor para dejar atrás a los tuyos, te dirán que desde allá podrás ayudarlos más que desde aquí. Si les respondes que no todo lo resuelve el dinero, pensarán que eres “tremendo comemierda”, que “Dios le da barba al que no tiene quijada”. Y no faltará quien suponga e insinúe que eres un infiltrado de la Seguridad del Estado, que te envían a Miami para espiar.
Te preguntarán de “cómo es la vida en la Yuma”. Y tampoco te entenderán. ¿Cómo los convences de que allá no se vive en el vacilón permanente que ellos suponen?; ¿que sus parientes, a los que chantajean emocionalmente y explotan, pidiéndoles ropa y zapatos de marca, teléfonos sofisticados y dólares, no exageran ni lloran miseria cuando les dicen que tienen que trabajar duro y cohibirse de muchas cosas para poderlos ayudar?
Cómo hacerles entender que “allá” te pagan bien, pero el dinero lo coges con una mano y lo sueltas por la otra. Principalmente por el alquiler de la casa. Muchos no te creerán que el alquiler de una habitación con baño, un efficiency, como los llaman, que es lo más barato que se puede encontrar, no baja de 600 o 700 dólares.
Tampoco entenderán si les explicas que allá hay que sacar cuentas de los gastos, y que los precios en las tiendas son más altos de lo que suponen. De ahí el desencanto mal disimulado cuando ven lo que pudiste comprar para regalarles, a costa —para ahorrar dinero— de resistir la tentación de comprar comida en Winn Dixie y pasar días a pan, queso y jugo de arándano. Ahórrales el desencanto de explicarles que aparte de algunas cosas que te regalaron tus amigos, casi todo lo demás lo compraste barato y de segunda mano en Goodwill o un sábado en una venta de garaje, porque no te alcanzaba para comprar en Macy’s o siquiera en Ross.
Un amigo que me había pedido un paquete de repuestos de cuchillas para máquina de afeitar Gillette Mach-3 seguramente creyó que era una mentira para disfrazar mi tacañería la explicación de que no se las compré porque en Walgreens, tanto como en CVS, costaba 28 dólares, cuatro más que en la exclusivísima tienda del hotel Kempinsky, en lo que fue la Manzana de Gómez.
Me siento con cargo de conciencia, y no me atrevo a confesarles a mis parientes que me di el lujo de comprarme unos tennis, un jean Levy’s y dos libros, uno de Salman Rushdie y otro de Cormack McCarthy, dos de mis autores favoritos y que en Cuba no se pueden conseguir.
Ni intentes explicarles a los fieles de la libertad del mercado que allá no puedes montar una venduta donde se te ocurra, que también necesitas sacar permisos y que hay regulaciones, aunque no sean absurdas y arbitrarias como las de los mandamases de por acá.
También están, en contraposición a los de la visión idílica, paradisíaca de “la Yuma”, los apocalípticos que odian encarecidamente a los Estados Unidos: un puñado de vejetes roñosos y recalcitrantes que todavía lloran al Comandante y esperan pacientemente por el socialismo próspero y sostenible que les prometió el General, que se creen a pies juntillas todo lo que dice Granma y el NTV, y que querrán que les digas lo que quieren oír: que allá, con tanta violencia y tiroteos no se puede salir a la calle, que te explotan despiadadamente en los trabajos, que pululan los homeless, que a los negros y los latinos los discriminan, que Trump se encamina a algo parecido al Tercer Reich, que la mayoría de los que se fueron de Cuba están arrepentidos y locos por repatriarse, que “la mafia contrarrevolucionaria” afila los cuchillos para a la primera oportunidad venir al degüello de comunistas y un largo etcétera de patéticas estupideces.
Defraudo sus expectativas. No creen una palabra de lo que les cuento del infierno que se empeñan en imaginar. Lo que hago es confirmarles que hacen bien en odiarme, vigilarme y chivatearme cada vez que pueden. Como han hecho siempre.
Como verán, con pocos de mis paisanos quedo bien y en paz. ¿Entienden ahora por qué les decía que los regresos, luego de estar en Miami, no son fáciles?
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