LA HABANA, Cuba.- Yemayá, orisha del panteón Yorubá, es la señora de la maternidad, protectora de los marinos y del hogar y reina de las aguas del mar. Sincretizada en la virgen de Regla, de herencia católica y santa patrona del pueblo del mismo nombre, fundado a finales del siglo XVII alrededor de la Ermita consagrada a su culto, ella es tan venerada entre sus fieles como la propia virgen de la Caridad (Oshún), la santa patrona de Cuba.
Uno de los más conocidos ritos capitalinos, nacido del sincretismo religioso predominante en Cuba, consiste en arrojar monedas al mar en la rada habanera, como ofrenda de fe a Yemayá, a cambio de obtener la gracia de esta divinidad en cuestiones de amor, de prosperidad familiar, de trabajo, de salud e incluso para rogarle protección en caso de algún viaje… Que no por casualidad suelen invocarla los balseros antes de lanzarse a la incierta travesía del Estrecho de la Florida, con destino a EE UU.
El origen de la ceremonia de las monedas se pierde en la bruma de los tiempos, pero ha devenido costumbre popular practicada tanto por fieles como por ateos, por nacionales y por visitantes extranjeros, como si nuestra contaminada bahía fuera una suerte de versión caribeña de la famosa fuente de Trevi romana -aunque sin el rebuscado glamur del barroco italiano-, en un escenario natural flanqueado por las viejas fortalezas coloniales, la ciudad antigua con sus muelles e iglesias, y los poblados de Regla y Casablanca.
Yemayá tiene, además, su propia leyenda urbana. Según cuenta el folklore local, en algunas noches claras se ha podido ver fugazmente la figura difusa de la mismísima diosa, emergida en pie sobre la superficie de las habitualmente tranquilas aguas de la bahía, algo que la superstición popular interpreta como una señal de protección por parte de la santa patrona de La Habana, o como un presagio o advertencia que nos alerta sobre alguna desgracia.
Sin embargo, nada presagió la pandemia de COVID-19 que desde más de un año atrás asuela con particular saña la capital cubana y que en 2020 impidió la celebración de la Santa-Orisha, con la tradicional peregrinación de fieles que cada 7 de septiembre cruza la bahía o se traslada por tierra hasta el margen opuesto a la ciudad, para unirse en procesión por las calles de Regla, echar ofrendas al mar y congregarse en el Santuario para escuchar la misa que sella el culto público de la jornada.
Con la llegada de la pandemia se suspendió el jubileo por la virgen, pero muchos meses antes se había perdido otro ícono de La Habana, la “lanchita de Regla”, más que solo un medio de transporte, una tradición popular estrechamente vinculada con la bahía y con los habaneros que pueblan las zonas del litoral interior y especialmente con los reglanos.
Contrario al clamor de indignación que levantó en las redes sociales el brutal “remozamiento” que dio al traste con los grafitis de La Bodeguita del Medio, uno de los más conspicuos rincones de la vida bohemia habanera, la desaparición de la lanchita -tal como se la conoce entre los habaneros- ha pasado bajo el radar sin que la opinión pública haya reparado suficientemente en ello.
En su lugar se estableció un sistema de transporte por ómnibus -rápidamente bautizado por los reglanos como “la guagua-lancha”- con una ruta que discurre por el anillo del puerto desde el embarcadero de Regla hasta el de Muelle de Luz, donde en 2016, después de tres años de labores constructivas, se había inaugurado a todo trapo y con gran cobertura de prensa el flamante nuevo embarcadero de La Habana Vieja, una moderna estructura encristalada, con servicio de cafetería, cajeros automáticos, teléfonos, baños, mirador y sala de espera con asientos.
Con la suspensión de la travesía marítima, el agradable paseo que tomaba solo cinco minutos para cruzar de una rivera a otra mientras se disfrutaban junto a la brisa marina las magníficas vistas que ofrecen la ciudad y la propia bahía, los pasajeros se han visto forzados a invertir entre 30 y 35 minutos en el recorrido por ómnibus, rodeando la rada, con todo el retraso y la incomodidad que ello implica.
Así, de un plumazo, so pretexto de evitar la propagación de la pandemia de COVID-19 y (dizque) para realizar “reparaciones capitales” a las tres lanchas que realizaban dicha travesía, en marzo de 2020 quedó abruptamente suspendido el servicio del llamado “ferry habanero”, que se reinició brevemente tras 10 largos meses de espera, el 25 de enero de 2021, solo para desaparecer pocos días después, sin que hasta el momento se haya anunciado una fecha para su retorno.
Según testimonios de clientes habituales de la lanchita, algunos funcionarios del gobierno municipal de Regla alegan que hubo nuevas roturas en los motores de las lanchas La Coubre y 300 Aniversario, este último nombre toda una burla a los tres siglos de existencia del transporte marítimo entre La Habana Vieja y Regla, ahora inexistente. El problema, dicen los susodichos funcionarios, es que la reparación se dificulta debido al “Bloqueo” que impide la adquisición de las piezas imprescindibles para el debido funcionamiento de los motores.
Los más suspicaces, por su parte, atribuyen la suspensión de la lanchita a una cuestión mucho más complicada: el temor de las autoridades ante el creciente malestar social derivado de la crisis económica insoluble, la pobreza generalizada y el fracaso total del sistema político, que pudiera desembocar eventualmente en otra crisis migratoria que implique el secuestro y desvío a EEUU de estas embarcaciones, tal como ya ha ocurrido anteriormente en julio y agosto de 1994 -previo al Maleconazo ocurrido el día 5 de agosto- y en abril de 2003, suceso este último que terminó con la captura de los secuestradores y el fusilamiento de los tres responsables principales del delito.
Una sospecha que parece reafirmarse ante la absurda prohibición de circular por la acera del Malecón, otra de las tradiciones habaneras que han quedado sepultadas por decisión política del gobierno, solapada bajo el pretexto de una pandemia que -más allá de tantas interdicciones y despliegues policiales-, sigue arreciando sin control sobre la ciudad indefensa.
Por el momento, todo indica que tampoco este año la capital sitiada podrá celebrar la fecha de su santa patrona. Ni siquiera es probable que en breve o mediano plazo se vayan a restablecer los tan gratos viajes por mar, en el transporte de pasajeros. Definitivamente, las buenas noticias están en peligro de extinción en Cuba.
Quizás el último recurso que les quede a los más optimistas sea regresar a la tradición prístina, esa que ningún poder político puede prohibir, cuando en tiempos más amables los habaneros lanzaban a la bahía siete centavos para Yemayá, invocaban su protección… y cruzaban los dedos.
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