MIAMI, Estados Unidos. – El pasado 14 de junio tuvo lugar un memorable acontecimiento que marcó el centenario de nuestro valioso Delegado en la región de California, Miguel L. Talleda. Lamentablemente, el tiempo no le alcanzó para llegar a fecha tan significativa, pero no dejó de ser un privilegio haber alcanzado los 90 años disfrutando de una buena salud, conservado su inquebrantable espíritu de lucha y escribiendo hermosas páginas con su digna actitud ante la vida.
Venimos a este mundo con los días contados. Somos parte inevitable de los caprichos del destino, de los cuales Miguel supo extraer lo más puro y valioso para conformar y mantener en el más alto y dignificante peldaño su refinada personalidad.
Su partida sumió en un momento de infinito dolor no sólo a su esposa Zoraida, abnegada y fiel compañera de toda la vida, a quien aprendimos a admirar y a querer por sus muchas virtudes, sino también a todos sus hermanos de inquietudes y lucha que integramos, junto a él, las filas de Alpha 66, nuestra gloriosa organización de combate que desde su fundación, en 1961, ha venido luchando sin descanso por la libertad de Cuba, nuestra Patria oprimida.
Con los sentimientos y el espíritu herido compartimos también el desgarro en el alma y el sufrimiento de sus hijos, sus varios nietos y demás familiares, en esos momentos difíciles del tránsito de nuestro valioso amigo hacia la inmensidad de un nuevo universo cargado de impenetrables misterios pero, sin duda, apacible en todos los sentidos, porque fue creado por la voluntad sublime de Dios.
De seres humanos como Miguel Talleda debía de estar poblado el mundo entero. No existirían entonces las arbitrariedades de los que erróneamente se consideran con derecho a imponer sus absurdos criterios, sin importarles si son lacerantes o adecuados; sin tener en cuenta si la imposición de sus caprichos, crean puentes de dicha o dolor, si ofrecen ayuda o hacen daño innecesario a la humanidad.
Quien lacera la fe y el espíritu ajeno con su mala conducta de arrogancia e innoble intención de maldad no merece estar junto a los buenos en el paraíso. Un paraíso de luces y de flores, sin más cercas ni horizonte que las multicolores trenzas de un apacible y cautivador arcoíris, donde danzan en concierto de luz las nubes en la mañana.
Sí, ese escenario esperanzador con el que al final de nuestros días todos soñamos y anhelamos fue creado por Dios para el disfrute de la vida eterna, en premio a las virtudes de los hombres buenos, a la nobleza de sus actos. De la misma forma que, aún en contra de su voluntad, probablemente, no por venganza sino de manera aleccionadora creó un espacio sin luz, ceniciento, para los de alma mezquina, para los que sólo han sido capaces de ofrecer espinas y desolación, amarguras y penas. Para los hombres malos siempre habrá el riesgo de encontrarse en la nueva vida sumidos en un naufragio de infelicidad; un naufragio voraz, agonizante, como en las aguas de un océano tempestuoso, donde las olas han de ser un bracero para el espíritu corrompido, para las almas desconchadas y mustias.
Hoy es un día en el que he sentido el espíritu del gran Miguel Talleda más cerca que nunca. Desde muy temprano, simbólicamente, me vino a visitar, a compartir conmigo las inquietudes de su Patria en la cruz, como si, a pesar de la desintegración física de su cuerpo, su alma bravía continuara de pie, junto a nosotros, dispuesta a seguir la lucha que, hermanados, emprendimos ante la urgencia por hacer que en los arrecifes y en los campos de Cuba, en las calles y en los campanarios, soplarán vientos de amor y libertad.
Me complace haber tenido por amigo a un ser humano que llevaba en sí mismo toda la dignidad de los que en nuestro país no han estado dispuestos a apretar el puño y decir no a las imposiciones de un tirano diabólico, a los que por conveniencia, o vocación sumisa de indignante cobardía, han aceptado vivir reptando como las lombrices de tierra, que significa el estar anclados en la indignidad, sumisos, de rodillas, mendigando sin pudor mendrugos de libertad.
Gracias Miguel, entrañable amigo. Tu paso por la vida no fue en vano. El árbol de tu bondad, más temprano que tarde, dará hermosas flores y frutos.
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