MIAMI, Estados Unidos.- Fui de los muchos sorprendidos de que haya triunfado en Colombia el “No” en el plebiscito sobre el acuerdo de paz entre el gobierno y las FARC-EP. Todo parecía indicar que triunfaría el “Sí”. Evidentemente, a pesar de la supuesta metamorfosis de Timochenko y sus camaradas, los colombianos no han perdonado, y menos olvidado, las numerosas atrocidades cometidas por la guerrilla.
Pero ahora mismo, me resisto a la tentación de reaccionar como muchos cubanos que se contentan con cualquier cosa que vaya en detrimento del régimen de Raúl Castro, y no sé si alegrarme de que haya triunfado en Colombia el “No”. Me gusta alejarme del cuadro, para ver mejor. No es para tomar a la ligera la solución de un conflicto que ha durado más de 50 años y que ha costado varias decenas de miles de muertos y mutilados, millones de desplazados y que ha hecho añicos la siquis de una nación.
Primero que todo, la muy estrecha diferencia en los resultados del plebiscito habla de una sociedad sumamente polarizada, y que históricamente ha mostrado ser lo suficientemente volátil y violenta para que todo lo malo imaginable pueda pasar. Pero a la vez, la implementación de los acuerdos, en la forma en que fueron concebidos, con tanto buenismo, con tanto borrón y cuenta nueva, con tanta impunidad, tampoco era garantía de que todo lo malo y aun peor no estaría cocinándose para un futuro no muy lejano.
¿Se imaginan si las FARC-EP, luego de su conversión en partido político, lograra llegar al poder? Probablemente serían las últimas elecciones libres que habría en Colombia. Lo primero que haría ese régimen sería modificar la Constitución a su imagen y semejanza, y luego iría desmantelando las instituciones democráticas hasta implantar la dictadura. ¿Qué puede hacernos pensar que los herederos de ‘Tiro Fijo’ Marulanda son muy diferentes de sus mentores castristas que tanto admiran?
Ese es un peligro a, más o menos, largo plazo. Pero hay otros peligros más inmediatos. Unos días antes de la consulta, el presidente Juan Manuel Santos había dicho que los servicios de inteligencia tenían evidencias de que si triunfaba el “No”, las FARC desencadenarían la guerra urbana. O sea, que era una consulta bajo chantaje de bombas.
¿Qué harán las FARC ahora? ¿Seguir alzados en armas? ¿Llevar el terror a las ciudades?
Afortunadamente, al menos de momento, Timochenko, en vez de amenazar, se ha declarado dispuesto a renegociar los acuerdos. Eso pudiera ser lo mejor. Incluso para los guerrilleros, una vez se desarmen y desmovilicen. No vaya a ser que producto de tantos cabos sueltos que tiene el acuerdo y de tanta impunidad concedida, algunos violentos decidan tomarse la justicia por su mano, reaparezcan los grupos paramilitares y se repita la historia de hace treinta y tantos años, cuando los paracos masacraron a mansalva a cientos de los guerrilleros desmovilizados del M-19.
Por otra parte, el Estado colombiano debe cambiar. No puede seguir inconmovible. Debe descriminalizar la protesta, comprometerse más a fondo en el respeto a los derechos humanos. Hay demasiada desigualdad social, demasiados problemas en el campo, demasiada incomprensión hacia los campesinos y los indígenas por parte de la elite de las ciudades. No es casual que la violencia se haya enseñoreado de Colombia desde 1948. Precisamente las guerrillas, entre ellas la de Marulanda, el embrión de las FARC, surgieron al verse marginados los campesinos alzados luego de los acuerdos de paz entre liberales y conservadores.
Los colombianos quieren la paz, no hay dudas, pero no a la manera en que se pactó en La Habana. Y no fue precisamente por falta de tiempo.
Ojala haya una renegociación de los acuerdos y que funcione. Pero que sea en mejores términos para todos. Que no dicten condiciones los asesinos y narcoterroristas de las FARC. Pero que tampoco sea un juego de suma cero. Que haya justicia, no venganza, que se logre la reconciliación nacional. Que no haya modo de que se queden creadas las condiciones para otra guerra civil. Que venga la paz, pero duradera y de verdad. Los hermanos colombianos se la merecen. Ya han sufrido demasiado.