“Olvidar a los muertos sería como matarlos otra vez”.
Elie Wiesel, La noche
Hoy, en el 49º aniversario de la muerte de Pedro Luis Boitel el 25 de mayo de 1972, en la prisión del Castillo del Príncipe en el día número 53 de una huelga de hambre en protesta por la injusta condena de 10 años de cárcel a la que el régimen de Fidel Castro lo sentenciara, habría que hablar —al menos meditar— sobre los mitos con que, desde niños, se nos inculcó el amor a la Patria.
Ante todo, recordar a Pedro Luis, un joven líder universitario lleno de ideales. Un ser cuya vida destruyó el régimen comunista, pero cuya luz no pudo apagar. Y no la pudo apagar precisamente por la insistencia de [algunos] vivos en recordarlo. Cuarenta y nueve años más tarde, esa luz sigue alumbrándonos: Boitel vive, aunque solo sea en nuestra memoria. Por eso es esencial que se escriba la historia, que se cuenten todas las historias. Por eso es tan importante que sea prohibido olvidar. ¡Prohibido olvidar!
Lo que voy a plantear parecería una herejía, algo así como una blasfemia. Lo medito en voz alta con el mayor respeto, con profundo dolor y lacerante impotencia. Apuesto por la vida, no por la auto-destrucción, mas pienso que no ha habido más remedio a través de los siglos que empuñar las armas para alcanzar derechos y libertad. Pienso en la inevitabilidad de las contiendas, de la metralla, del derroche de sangre. Pienso que las civilizaciones todas —patriarcales por excelencia— se erigieron sobre alguna salvajada. Pienso en los mitos fabricados poéticamente para engrosar ejércitos…y también para degollar a opresores y tiranos.
Mitos que pueden darle a un ser humano propósito, fe y calma, determinación y voluntad, no solo en tiempos de guerra sino en tiempos de paz. Intentar sobrevivir libres colectivamente es el propósito de la guerra. ¿Y qué del propósito de la paz, ese ideal preciado pero imperfecto? También en tiempos de paz se alzan monstruos que agreden contra la dignidad del individuo. ¿No es tiempo de guerra aquel en que, habiendo paz, se agrede al individuo por disentir, por pensar, por oponerse?
“…que morir por la Patria es vivir” es uno de esos mitos. Así termina la primera estrofa de nuestro himno nacional, que, como himno de guerra de los desprovistos mambises que a machete y tea incendiaria pretendían derrocar a un ejército español armado hasta los dientes, era romántico y lógico. Era un himno de guerra necesario que convocaba a los bayameses —a los cubanos— a ser valientes, a correr a las armas, a no temer una muerte gloriosa, a dar la vida por la Patria porque morir por ella “es vivir”.
Este concepto se origina en la Oda III (2, 13 – Virtud) del poeta romano Horacio, que vivió entre 65 y 8 antes de Cristo: “Dulce et decorum est pro patria mori”. Es dulce y glorioso morir por la patria.
Cuba no es la única nación que mantiene esa máxima. El himno nacional de la República Oriental del Uruguay, por ejemplo, dice “Orientales, la patria o la tumba / Libertad o con gloria morir.” El de México: “Patria, tus hijos te juran exhalar en tus aras su aliento / Si el clarín con su bélico acento los convoca a lidiar con valor.” El de Chile: “Nuestros pechos serán tu baluarte, con tu nombre sabremos vencer / O tu noble, glorioso estandarte, nos verá combatiendo caer”. Y en uno de los himnos de España, se exhorta a la patria: “Danos el gozo de morir por ti.”
Esa ha sido la historia de casi todos los mortales: luchar —contra los poderes abusivos, internos o foráneos, invasores o del patio— por la libertad y por los derechos, verter hasta la última gota de sangre, sacrificar hasta su último joven, porque no es menos cierto que “en cadenas vivir, es vivir en afrenta y oprobio sumidos”. Pero en Cuba, la guerra colectiva de la nación terminó el 10 de diciembre de 1898. ¿Cómo es que a nadie se le ocurrió componer otro himno, un himno de vida que sustituyera el himno de muerte?
Vuelvo a Pedro Luis Boitel. El régimen le declaró la guerra, y luchando por una patria justa y por su propia dignidad Boitel se inmoló hace hoy 49 años. Lo mismo hizo Orlando Zapata Tamayo, que moriría a los 86 días de iniciar una huelga de hambre, en febrero de 2010. Lo mismo hizo Wilman Villar Mendoza, que moriría en el día número 50 de su huelga de hambre en enero de 2012. Lo mismo hizo Yosvany Aróstegui Armenteros, fallecido en el día número 40 de su huelga de hambre en agosto del 2020.
Lo mismo hubiera hecho Luis Manuel Otero Alcántara, líder del Movimiento San Isidro. Su huelga de hambre y sed, que inició el 25 de abril de este año, hoy estaría en el día número 30, de no haber sido secuestrado por la Seguridad del Estado y llevado al hospital Calixto García, donde permanece recluido —léase “bajo arresto médico” — y bajo ‘solo sabe Dios’ qué tratamientos químicos y psiquiátricos para lisiar su voluntad.
¿Cuándo llegará el día en que los cubanos disfruten de una verdadera paz? ¿Cuándo cesará la guerra diaria que el régimen genocida le tiene declarada a los cubanos desde hace 62 años? ¿Cuándo llegará el día que no haya que padecer y morir por Cuba? ¿Cuándo haremos de Patria y Vida un nuevo himno?
Pedro Luis: en este aniversario, alúmbranos. Nuestra Cuba sigue en la oscuridad.
Recibe la información de CubaNet en tu celular a través de WhatsApp. Envíanos un mensaje con la palabra “CUBA” al teléfono +1 (786) 316-2072, también puedes suscribirte a nuestro boletín electrónico dando click aquí.