LA HABANA, Cuba. -La versión digital del periódico más oficial de Cuba acaba de publicar un artículo que vuelve a machacar sobre el tema de la nacionalización de empresas y otras propiedades estadounidenses radicadas en la Isla, que tuvo lugar en 1960.
Pocas semanas antes el propio libelo había hecho referencia al asunto que, curiosamente, es uno de los puntos de la agenda de negociaciones que actualmente sostienen los gobiernos de ambos países.
La insistencia sobre el tema no debe resultar fortuita, aunque sí incoherente si se tiene en consideración que en aquel acto público acontecido 55 años atrás, frente a la multitud delirante que colmaba el Estadio del Cerro, Castro I –junto a su hermano menor, el actual General-Presidente negociador– proclamó micrófono en mano, poseído de sí mismo y a golpe de populismo, la Ley que expropió de un plumazo casi una treintena de propiedades del “imperialismo yanqui”. Ni más ni menos el mismo “imperialismo” (¿o acaso será otro?) por cuyo retorno clama ahora el mismo (y no otro) gobierno cubano de entonces, sin que medie explicación alguna de tan radical reversión.
De hecho, ahora se le ofrece al ‘villano’ una bienvenida con privilegios: si en 1960 las compañías estadounidenses convivían en Cuba con la mayoritaria propiedad privada de capital nacional, el próximo regreso del vilipendiado capital “yanqui” contaría con los derechos con que no cuentan los cubanos, excluidos de la posibilidad de invertir en su propio país.
Sin embargo, los ancianos del Palacio de la Revolución aseguran que “hemos triunfado sobre el Imperio” y que somos “más soberanos e independientes” que nunca. Es decir, que las compañías estadounidenses ahora son bienvenidas en Cuba, no porque la crisis estructural del sistema castrista se ha tornado insalvable o porque la absoluta ineptitud de la saga Castro para siquiera administrar la riqueza de la que se apropió mediante leyes espurias ha sumido al país en la pobreza, sino porque finalmente el ‘imperialismo’ se ha vuelto razonable después de haber sido simbólicamente vapuleado durante más de medio siglo “por la capacidad de resistencia y las convicciones revolucionarias” de este pueblo.
Vengan a nos tus dólares
Nada revela tanto el desgaste del presente cubano como la artificial glorificación del pasado. Carentes de imaginación y de capital político, los viejos guerrilleros siguen optando por apelar a una épica que no interesa a nadie, salvo a la morbosa curiosidad de un mundo globalizado que mira a la ínsula como si se tratase de un reducto jurásico de la Guerra Fría, incluyendo especies extintas en otras latitudes, tales como dictadores ahítos de impunidad y un pueblo manso como cordero.
No obstante, a pesar de los bríos verbales de los gacetilleros del Granma, el General-Presidente Castro II parece haber olvidado su improvisada arenga de aquella tarde del 6 de julio de 1960, cuando aprovechó la momentánea afonía de su hermano mayor para lucir en todo su esplendor su vocación de tracatán (lacayo) impenitente, e improvisar un bocadillo de exaltada inspiración mística, alabando las virtudes del líder en la conquista de “una gloria que solo le cabía a él” y en el que proclamó además a “la América nuestra” como “la verdadera”.
Fue en aquel acto donde surgió la afamada consigna “Cuba sí, yanquis no”, que apenas hasta ayer estuvieron rebuznando los más empedernidos ventrílocuos del rebaño vernáculo.
Ahora que está claro que el fogoso líder de antaño no era tan eterno, y cuando el octogenario heredero de la hacienda en ruinas contempla los marabuzales que cubren los campos de lo que otrora fuera un vergel, parece que, más allá de los discursos oficiales concebidos para complacer a idiotas, la América “verdadera” ya no es “la nuestra”, sino la que se yergue al norte del Río Grande.
Todo indica que también dejó de ser “deber de los pueblos de América Latina propender a la recuperación de sus riquezas nacionales, sustrayéndolas del dominio de los monopolios de intereses foráneos que impiden su progreso, promueven la injerencia política y menoscaban la soberanía de los pueblos”. Resulta que corren nuevos tiempos donde el capital foráneo ha mutado de oneroso a ventajoso para los pueblos, incluso para esta antimperialista ínsula-faro-de-América-toda, donde los mismos viejos líderes, políticamente inmutables, se mantienen adheridos al poder fagocitando de la Nación, como si de lampreas se tratase.
Periodismo de culebrones
Es por todo esto que la prensa oficial se torna cada vez más inverosímil, al punto de remedar la trama de una telenovela latinoamericana, de esas donde los personajes “buenos” se la pasan sufriendo ridículamente desde el primero hasta el penúltimo capítulo para acabar felices y perdonando a “los malos” en el capítulo final.
La trama de este culebrón-gacetillero que nos ofrece Granma, donde alguna vez existió un líder iluminado seguido por su pueblo y donde las multitudes aclamaban neciamente el despojo ajeno sin comprender que tal es la mejor manera de legitimar el propio, pretende insertar ese pasado vergonzoso en el marco de la reconciliación entre la amante despechada (Cuba) y el casquivano galán que vuelve por la reconquista, siempre convencido de su poder de seducción (Estados Unidos).
Pero, a la vez, a la amante-víctima de tantos desmanes y crueldades del amante infiel le urge demostrar ante el auditorio nativo cómo al caer nuevamente (¿en los brazos?) del irresistible hechicero no incurre en un pecado de debilidad, o más exactamente de imperiosa necesidad para su supervivencia, sino que –al contrario– se trata de una prueba incuestionable de su (“nuestra”) superioridad política y moral.
En cualquier caso, el lance resulta cuando menos contraproducente. Es tan absurdo pretender atraer el capital extranjero, por una parte, y agitar la memoria de las nacionalizaciones que atentan contra ese capital, por otra, que diríase que en Cuba existen dos gobiernos y dos estrategias paralelas. Y si quedara algún revolucionario sobreviviente se le estará creando una lamentable confusión.
Los actuales comisarios verde olivo de la manipulación de masas deberían considerar no solo lo equívoco del discurso, sino –ya en el plano de sainete que han elegido– entender que muchos consumidores de telenovelas prefieren los personajes negativos a los héroes y heroínas. Asumen, juiciosamente, que es preferible gozar la mayor parte del tiempo y sufrir una sola vez, que a la inversa. No por casualidad lo único que en Cuba crece a pasos tan agigantados como la apatía o la incertidumbre, es el número de emigrantes que huyen de la gloriosa miseria nacional para acogerse a la maldad del imperialismo. Han elegido al villano.
Mientras, al interior de la Isla y sin necesidad de arengas desde las tribunas, la consigna xenófoba de los años del romance popular con el héroe verde olivo (Cuba sí, yanquis no) ha cambiado radicalmente. Hoy la Isla está inundada de banderas estadounidenses y de los símbolos más vilipendiados del american way of life; la consigna es ahora “Cuba sí y yanquis también”. Y si para algo sirve el pasado de glorias guerrileras a los cubanos es para lamentar la pérdida irreparable de estos 56 años de sufrimiento transcurridos entre capitalismo y capitalismo.