LA HABANA, Cuba.- La expulsión del actor Andy Vázquez (Facundo, Aguaje, Bienvenido) del popular programa Vivir del Cuento ha conmocionado a la opinión pública dentro y fuera de las redes sociales, con predominio de quienes repudian una medida tan extrema como arbitraria. El criterio político-ideológico del cual emergió, sin dudas, la sanción, ha puesto el foco sobre el mejor producto de la televisión cubana; pero la amenaza surgió en agosto de 2019, cuando en el diario oficialista Granma fue publicado el artículo “Humor de un solo sentido”, cuyo autor acusaba a “no pocas producciones audiovisuales (humorísticas o no) de los últimos tiempos” de ridiculizar a los cuadros políticos, dirigentes de barrio o cualquier personaje oficial.
Dicho texto exacerbó la incomodidad de quienes han procurado, durante años, la desaparición de Vivir del Cuento, un espacio protagonizado por actores en su mayoría empíricos y que amalgama lo mejor de la tradición humorística cubana con problemáticas de actualidad. A través del personaje de Pánfilo y sus pintorescos vecinos, la crítica, la sátira y la parodia han vuelto a ser recursos para dialogar sobre la realidad nacional de una manera inteligente y divertida. No es de extrañar que los malos dirigentes, tan abundantes en Cuba, se hayan acomplejado ante las hilarantes denuncias de un viejo que al cabo funge como portavoz del grupo social más desprotegido en una sociedad cuya economía sigue cayendo en picada.
El artículo de marras levantó, en su momento, una oleada de opiniones en contra; pero las verdaderas repercusiones son perceptibles ahora, demostrando que la censura no se limita a quienes abiertamente, y sin el menor matiz de comedia, critican al régimen. Es inaceptable, ridículo y abusivo expulsar a un actor por causa de un audiovisual que no tenía nada de extraordinario, y que además colgó en su página de Facebook, que es, o debería ser, territorio libre de semejantes arbitrariedades.
Saludable es estar o no de acuerdo; pero las implicaciones políticas han ido incluso más allá de lo que claramente nos afecta, para pasar a elucubraciones nada inocentes acerca de un presunto intento de Andy Vázquez de granjearse la simpatía de alguien, según insinuó la periodista Ania Ortega en un escrito que publicó en su página de Facebook.
“¿Cuál era su intención…? ¿Para congraciarse con quién?”, escribió Ortega, lanzando sobre Andy Vázquez la clase de sospechas que arruinarían la vida profesional de cualquier empleado de los medios de comunicación controlados por el Estado. El propio actor, en la única declaración que hasta el momento ha ofrecido sobre su exclusión de Vivir del cuento, ha llamado a los usuarios de las redes sociales a ser cuidadosos en sus comentarios, pues tiene a su esposa y una hija en Cuba.
Tal petición es reflejo de su miedo a represalias. Quizás por ello, y por una tenue esperanza de reivindicación, se niega a dar detalles de su despido de Vivir del Cuento y los nombres de quienes lo tramaron, probablemente los mismos que han censurado varios episodios del gustado programa.
En un trágico arrebato, Ania Ortega se refirió a los sucesos de Cuatro Caminos como “un incidente que lastimó e incomodó al pueblo”, y por el tono de su escrito pareciera que los culpables de aquel caos no fueron los propios cubanos. La reportera padece de la misma moralina enajenante de la nomenclatura, que no reconoce como ciudadanos a aquellos que se desmarcan del esquema de “conducta revolucionaria”. Pero aquel vergonzante episodio de indisciplina social fue la más genuina expresión de un pueblo saturado de necesidades y promesas incumplidas; tan habituado a vivir en la ilegalidad que defiende con violencia su derecho a delinquir.
Facundo, que es la más lograda representación del burocratismo, la estupidez y la ineficiencia que embargan a casi todos los funcionarios cubanos, está expiando la culpa de quienes han convertido la escasez, el racionamiento, la usura y el contrabando en modificadores de nuestra idiosincrasia. El chiste que tanto molestó a los gendarmes de la cultura proviene de lo que fue norma hace décadas; de una época que millones de cubanos conservan intacta en sus memorias. Es parte imborrable del socialismo antillano, y si bien la clasificación desapareció, la costumbre de racionar se mantiene; de modo que Facundo no hizo más que regodearse mordazmente en una realidad perenne, que no da tregua al pueblo de Cuba.
Imposible decir si Ania Ortega se arrojó voluntariamente a las llamas, o si le pidieron que se inmolara porque no había en las redes sociales ni una sola opinión a favor de la expulsión de Andy Vázquez del programa Vivir del Cuento. En cualquier caso, sus argumentos están totalmente fuera de lugar y cargados de mala intención.
La política cultural del régimen sigue su camino de marginación y atropello, inventándose eufemismos para encubrir sanciones sin que el Sindicato de Trabajadores de la Cultura le salga al paso, ni los afectados puedan acogerse a recursos legales efectivos contra prácticas retomadas del Quinquenio Gris. La exclusión del personaje de Facundo, ahora reemplazado por otro dirigente menos caricaturesco, es apenas el primer balde de agua fría conque los censores intentarán bajarle la temperatura a Vivir del Cuento, hasta convertirlo en otro Alegrías de sobremesa, una comedia buena para reír; pero inútil para reflexionar.
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