LA HABANA, Cuba.- Al reportero oficialista Nelson Ricardo Sierra lo ha maltratado la policía. “Humillado y maltratado”, así dijo sentirse durante cuatro horas de espera en una estación de policía para que le devolvieran sus documentos luego de haberle aplicado una multa. No fue golpeado ni intimidado, ni guardado en un calabozo donde otros cubanos como él, pero sin privilegios, aguardaban hacinados por el mismo motivo. Sin embargo, el hombre quedó muy dolido con el proceder de los policías, y en su queja publicada en Facebook lamentó que “personas formadas por la revolución hayan perdido la parte humana que los define como cubanos y revolucionarios”.
Como ha sucedido cada vez que un cubano ligado al régimen estalla en redes sociales, su indignación es precedida por una superflua declaración de convicción revolucionaria; una forma de pedir permiso para criticar y que su señalamiento no sea malinterpretado como un acto de desobediencia política. La crítica, entonces, se convierte en un paño tibio que pierde su peso y objetivo, que no es otro que denunciar los abusos que a diario cometen los agentes del orden contra cualquier ciudadano.
La gran sorpresa del periodista no fue que lo trataran a él, tan revolucionario y fidelista, como un delincuente común; sino que la policía no reconociera en él al vocero que tantas veces la ha defendido dentro y fuera de Cuba, según afirmó también en su post. Ricardo Sierra descubrió por las malas que no hace falta ser delincuente o disidente para que la policía revolucionaria te trate como mierda y viole todos tus derechos. Ese cuerpo represivo que el reportero oficialista ha apoyado en reiteradas ocasiones, se pavonea con su prepotencia de jaba de pollo y aseo adquiridos sin hacer colas, mientras rebaja a los cubanos al nivel de un parásito.
A Sierra le tocó asimilar el trago amargo que la mayoría de sus compatriotas degustan a diario, sin tener adonde dirigirse para poner su queja y ver que el orden y la justicia sean restablecidos. Su perorata en Facebook evidencia lo mucho que hay de irrealidad en la cabeza de los periodistas que trabajan para el régimen; esa podrida visión romántica de la revolución y la policía como protectora del bienestar ciudadano, de la decencia y las buenas costumbres.
Al parecer el reportero no se ha enterado de que los miembros de la Policía Nacional Revolucionaria (PNR) son reclutados entre la gente de más bajo nivel y sin ninguna vocación para proteger o ayudar. Si Sierra se tomara la molestia de revisar las acciones de ese cuerpo represivo en contra de los ciudadanos durante los últimos tres meses, probablemente quedaría horrorizado.
El policía revolucionario es ese tipo desagradable y abusador que aprovecha su autoridad para molestar al joven negro que viene escuchando música con su mochila a la espalda, y encima le pregunta si tiene los papeles del IPhone que porta, dando por sentado que es un ladrón. Sin embargo, basta mirarlos a ellos para darse cuenta de que son corruptos hasta el tuétano, aguijoneados por la avidez de quedarse en La Habana para vivir de la extorsión y, si tienen mucha suerte, ocupar plaza en un carro patrullero que les sirve para traficar lo que roban a los coleros a cambio de no arrestarlos e instruirles una causa por acaparamiento.
Ricardo Sierra cayó en manos de la delincuencia institucionalizada y fue a desahogarse a Facebook donde otros, tan enajenados como él, lo exhortaron a poner la queja en la Fiscalía Militar y a confiar en que los policías malos serán castigados. Es vergonzoso lo que arman los periodistas estatales cuando los salpica un poquito de la mierda en que cada día se hunde el resto de los cubanos, sobre todo los disidentes; esos que soportan persecución, palizas, restricciones de viaje y cárcel por criticar el mismo sistema que Ricardo Sierra, en su denuncia amordazada, se precia de defender como un modelo de humanismo y justicia.
Es lógico que los compañeros oficialistas corran a abrir de par en par las ventanas de Facebook para airear sus frustraciones, al menos hasta donde lo permite el PCC. Debe ser castrante el que un ciudadano tenga que agitar cual salvoconducto su condición de revolucionario para hacer una crítica o exigir un derecho.
Quienes han pasado su cuota de tiempo en una estación de policía por hacer activismo o periodismo anticastrista saben que el trance es incómodo. Pero Ricardo Sierra y demás consentidos del oficialismo que no se atreven a cruzar la línea de lo permitido para ver de cerca lo que padecen sus coterráneos, y llamar el martirio por su nombre, merecen una sacudida bien brusca. Tal vez así se den cuenta de cuán carcomido está este sistema que ha dejado la ley y el orden en manos de gente desalmada, sin educación y corrupta, adoctrinada en la violencia y el entendimiento del ejercicio de las libertades civiles como un delito.
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