[youtube]https://www.youtube.com/watch?v=Om_QVK9ZYxo&t=21s[/youtube]
LA HABANA, Cuba.- Este 4 de marzo murió en París el dramaturgo y poeta cubano José Triana, quien dos meses atrás celebrara, en esa misma ciudad, su cumpleaños ochenta y siete, pero ninguno de los dos acontecimientos fueron mencionados en esta isla. Sin dudas “Pepe” Triana estaba muerto desde hace mucho tiempo para los medios oficiales, quizá desde que decidió su exilio en el ya algo lejano año de 1980.
Es probable que la prensa oficial cubana, según sus conveniencias, sea fiel a ese Epicuro que advertía algo tan “relevantemente profundo”, como es el hecho de que cuando existimos la muerte no existe, mientras que cuando la muerte aparece dejamos entonces de existir. Es decir, y para ser más exacto, la prensa oficial atiende a las muertes que le da la gana, y José Triana había dejado de existir hacía un buen rato…, desde que se fue a París.
Quizá su “muerte cubana” comenzó cuando dejó claro que no habría podido escribir “La noche de los asesinos” si no hubiera vivido la revolución cubana. Sin dudas Pepe Triana reconocía que esa obra era reflejo del caos en el que se convirtió la vida en Cuba tras el triunfo de 1959. No por gusto Darío Fo, el dramaturgo italiano, dejó claro su entusiasmo tras la lectura de esa obra, y hasta creyó que hacía bien una institución creada por la “revolución” al otorgarle el premio Casa de Las Américas; y para probarlo hacía contraste entre esa premiación ocurrida en La Habana con lo que sucedía en países de Europa del este, como Checoslovaquia, donde esas obras revolucionarias no llegaban nunca a buen fin.
El italiano creyó que Triana ponía el dedo sobre esas llagas tan visibles que exhibía la joven revolución, y también supuso que esta última estaba siendo capaz, lo que era imposible en el socialismo europeo, de entender las críticas, y hasta debió suponer que esos “hijos cubanos” podían reformar la casa, acabar con los padres y con el supuesto orden que ellos antes impusieran. Es posible que el dramaturgo europeo no creyera en la desconfianza que la, todavía, joven revolución, dedicaba sus “hijos”, y que cuando Lalo, ese personaje de “La noche…”, aseguraba que quería su vida, sus días, sus horas y sus minutos, para decir y hacer lo que deseaba y sentía…, no tendría problemas el creador del personaje; pero lo cierto es que los tuvo el personaje, y los tuvo Triana.
Y su atrevimiento fue visto de la misma manera que se miraba en Europa del este, y poco importó que su obra ganara un premio como el Casa de las Américas en 1965 ni el “Gallo de La Habana” al año siguiente, como tampoco interesó que una idéntica distinción recibiera “Dos viejos pánicos”, de Virgilio Piñera, porque esas obras, a pesar de los premios, no eran “revolucionarias”, esas obras no hacían la loa que la revolución precisaba, la que exigía. Y José Triana se marchó un día, y jamás volvió.
Sin dudas esa “revolución” nunca olvida su obra, pero sí que se propuso silenciarla, como también lo hace ahora con su muerte, porque Lalo, ese personaje de “La noche de los asesinos”, se atrevió demasiado. Se atrevió a decir que ellos lo hicieron un inútil que debía agradecer el cuarto, la cama y la comida. Triana no quería agradecer el país que le ofrecieron si por ello estaría “sujeto a imposiciones”. Lalo, y también Triana, quería pensar, decidir y hacer por su propia cuenta. Triana se marchó un día porque no quería ser un “tareco”, porque se confundía, porque no sabía moverse en la calle. Pepe Triana se largó porque ellos no lo “enseñaron”, “porque lo confundieron”.
Ese cubano prefirió París para que no vetaran su obra, para si alguna vez quería publicar “Una novela pornográfica”, como esa que publicó en 2006 la editorial Aduana Vieja, pudiera hacerlo sin recurrir a sutilezas, ni a mentiras. José Triana estuvo dispuesto a correr el riesgo de ser un relegado, a ser excluido de la vida literaria cubana, a que nadie mencionara su deceso, pero fue más libre, y dejó de tener, como Lalo, las manos atadas, los ojos vendados, y es muy probable que ahora pueda descansar en paz, y mucho mejor si sus coterráneos no reconocen su muerte.