LA HABANA, Cuba.- ¿Qué ocurrió con el Hombre Nuevo de Cuba creado por los hermanos Castro? ¿Cuándo murió? ¿En qué funeraria lo velaron? ¿Acaso acompaña a su más ferviente impulsor, el Ché Guevara?, enterrado sabe Dios dónde, cuando dijo, por último: “No me maten, yo valgo más vivo que muerto”. Él, que decía que “el verdadero revolucionario es el que se convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar”.
Ya ni se menciona en Cuba al Hombre Nuevo, ese invento que no fue del Che, por cierto, ni de Fidel, y mucho menos de Raúl. La autoría se la debemos a Mussolini y a Hitler, también al más rancio cristianismo, según la doctrina paulina, cuando el creyente al bautizarse se despojaba del hombre viejo, y emergía de las aguas convertido en otro hombre para alcanzar el cielo.
Casi desde sus inicios la dictadura comunista cubana acudió a ese mito como ingrediente a su ideología, con el fin de manipular a las masas en su provecho. Se refería a una nueva sociedad formada por un pueblo feliz, con protagonismo político-social.
El teólogo brasileño Frei Betto, por ejemplo, gran amigo de las dictaduras, hace mención de las conquistas y resistencia del régimen cubano. Si viviera en Cuba, en un apartamento de Centro Habana, El Cerro o aquí mismo, en la comunidad de Santa Fe, podría comprobar qué hacen los cubanos para ser personas más o menos felices, sobre todo esos millones que no practican el protagonismo político-social, porque no son figuras principales, ni héroes, y mucho menos los agradecidos o más calificados.
Son millones, sin duda alguna, los que inventan a diario para llevar el pan malo a la mesa, los que roban, venden y viven de la bolsa negra como única opción para sobrevivir, los que simulan ser revolucionarios por necesidad, los que una vez, allá por los sesenta, también fueron “nacionalizados”, y también los que se marchaban de las plazas al poco tiempo de llegar, porque no quisieron dispararse más los mismos discursos kilométricos de Fidel.
Así, han sobrevivido las masas del Hombre Nuevo.
Seguramente el señor Betto se olvida también de los actuales escenarios de la cúpula gubernamental para sus actos políticos. Aquí le va una de las fotos de las tantas que bien conocemos: sillas numeradas para los mejores mandamases que roban en demasía y luego son llamados corruptos, indignos, cuya lista de nombres es tan larga como años tiene la dictadura. A esto que ocurre en Cuba el teólogo llama “un país que ha sobrevivido a 30 años después del derrumbe del campo socialista”.
Se engaña quien piensa así.
Cuba no sobrevive. Cuba está muerta, obnubilada en un experimento diabólico-totalitario. Si algo sobrevive es el régimen político, apuntalado por una fuerza militar volcada sigilosamente en las calles, observando a una población indefensa, que espera la primera oportunidad para hacer saltar la liebre.
La liebre saltará y de qué manera. Solo hay que esperar un poco más.
Fidel Castro no murió ajeno a esta situación: una de las razones para negarse a que le hicieran estatuas y monumentos, fáciles de derribar. Ni siquiera pensó en una gran piedra ̶ idea de su hermano ̶ donde dicen que ocultaron sus cenizas, fácil también de ser arrastrada por la corriente del tiempo, o por una grúa norteamericana hacia las profundidades del mar.
Según la Biblia de Fidel y Raúl Castro, el Hombre Nuevo es aquel que entrega su vida por el mantenimiento del régimen, como hizo Arnaldo Ochoa y muchos otros. También Hitler y Mussolini fueron especialistas en ese tipo de trabajo con las masas. Lenin, en cambio, prefería construir el socialismo no con un material creado por él, sino con el que dejó el capitalismo. Stalin hizo todo lo contrario: impuso una estética que reflejase la superioridad entre todos, para que el resto trabajara como esclavos mal pagados por el patrón-estado.
El Hombre Nuevo de Cuba desapareció como el globo de Matías Pérez. Si quedan restos, están a la espera de que la dictadura castrista caiga definitivamente, para salir de nuevo a la calles, junto a la libertad.