LA HABANA, Cuba. – Están desesperados. Una prueba irrefutable es que cada día se proyectan más ridículos, mentirosos, mediocres e incoherentes. Se están quedando solos. Se les vacía la corte de fieles. Están huérfanos de ideólogos e ideología y, para colmo de males, lo más “mediático”, “cool” y “sexy” que han podido encontrar entre los músicos del desangrado oficialismo es a un humorista de imagen lastimosa que solo provoca ganas de llorar.
Cuando los “tanques pensantes” del régimen son ese músico de “medio palo” que juega a ser “periodista de opinión” en el “Órgano Oficial del Partido Comunista” o el par de “prestados” que le “hace la pala” en el NTV a la policía política, entonces es evidente que van en caída libre.
Así no hay modo de que ganen este combate final donde tan solo los talentos indudables de Anamely Ramos, Tania Bruguera, Luis Manuel Otero y Carlos Manuel Álvarez —por solo mencionar a cuatro de los disidentes más difamados en los medios del régimen— dejan ver quiénes serán, a la corta o a la larga, los vencedores de esta “batalla de ideas”.
Los comunistas ya no saben qué más pueden inventar para justificar, a los ojos del mundo, la permanencia en el poder cuando no solo han sido derrotados “en lo simbólico”, como advierten algunos, sino en todo cuanto creían que eran sus fortalezas como Partido.
La credibilidad tiende a cero, la fidelidad que pregonan es tan artificial como el consenso del cual se vanaglorian frente a las cámaras de la televisión. Se han visto obligados a crear cientos de miles de perfiles falsos en redes sociales para fingir que alguien los apoya. Cada minuto agregan millones y millones de dólares a la deuda externa por tal de financiar un aparato represivo y un ejército de “ciber-combatientes”, parasitarios, a los que cada día se les tiene menos miedo y que, llegado el momento, tendrán que llenarse de amor propio y pasarse al lado de la historia que les corresponde.
No tenemos absolutamente nada de lo que nos prometieron los comunistas sistemáticamente durante más de medio siglo. No hay igualdad social, no hay dignidad en los salarios que pagan ni en la mala vida que ofrecen como recompensa a quienes trabajan hasta el final de sus vidas. No hay salud y educación gratuitas, sino servicios públicos de pésima calidad que usan para chantajear y manipular a los ciudadanos. No hay información ni educación, sino adoctrinamiento. No hay leyes ni justicia, sino trampas. No hay proyectos sociales ni planes económicos a futuro, sino improvisaciones. No hay líderes políticos surgidos de la voluntad popular, sino “cuadros dirigentes” impuestos por un poder dictatorial. No hay derecho a expresar públicamente el disentimiento. No hay comida. No hay lo mínimo que nos haga parecer un “país normal”.
Hoy no tenemos un país. Y de la patria apenas tenemos lo que cada cual ha logrado cargar consigo en nuestros exilios e insilios.
Donde Cuba permanece sepultada, hay un Partido Comunista que se hace pasar por la Patria, que intenta disfrazarse con sus símbolos y que la única alternativa que ofrece a ellos mismos es la muerte.
En medio de la enajenación que los caracteriza, los comunistas se autoproclamaron alguna vez “eternos” y “vanguardia de la nación”, pero los últimos acontecimientos, desencadenados por las acciones pacíficas de un puñado de artistas, han demostrado lo desfasados que van con los tiempos y, por tanto, lo tarde y mal que van llegando a su propio entierro, porque una fuerza política a la que sus adversarios han arrebatado el discurso para devolvérselo en su contra, es menos que cadáver.
Usar como argumento que “Patria y vida” es una frase acuñada por Fidel Castro, lejos de restarle mérito a quienes hoy la usan para rebelarse contra la muerte que nos quieren imponer como única alternativa, solo refuerza la convicción de que hay un grupo en el poder que ha sido ridiculizado porque se ha quedado sin discurso. Un poder que está siendo emplazado, desplazado, juzgado, expuesto y derrotado con las mismas palabras que heredaron de su máximo líder. Como la serpiente que muere a causa de su propia mordida.
La genialidad y heroísmo de esta generación de jóvenes en rebeldía radica fundamentalmente en ese detalle: apropiarse de la voz de su contrario, enmudecerlo, y derribarlo con sus propias armas.
Lo hablamos Luis Manuel Otero Alcántara y yo hace unos años, cuando comenzaba el Museo de la Disidencia a preocupar y molestar a mucha gente de “aquí” y de “allá”, cuando la idea parecía la locura de un suicida, y ha sido la clave para el desmontaje pieza por pieza de lo que aparentaba ser un monolito inquebrantable: encontrar la grieta en el muro, colarse adentro y hacerlo caer por su propio peso.
Porque lo que algunos aún llaman “Revolución” es un muro colmado de grietas. Incluso se pudiera decir que es una grieta gigantesca que se disfraza de muro. Una grieta-muro construida con promesas, es decir, con palabras vacías. Y son estas de las que se han apropiado los jóvenes para llenarlas de sentido por primera vez en mucho tiempo.
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