LA HABANA, Cuba. ─ El escritor argentino Ricardo Piglia nos advertía hace casi medio siglo: “Donde antes había acontecimientos, experiencias, pasiones, hoy quedan solo parodias”. A pesar de haber escrito esa frase desoladoramente escéptica en los años setenta ─cuando todavía algunos creían sincera y firmemente, y no como pose o coartada, que era posible cambiar el mundo para bien─, Piglia fue profético: anunció el mundo de estafas, simulacros, payasos y sinvergüenzas que estaba a punto de llegar, si es que ya no había llegado y no nos habíamos dado cuenta, románticos como éramos.
Hoy, con tantas muertes y sufrimientos como siempre hubo, todo es una burda parodia de lo que alguna vez fue. Todo: los terroristas del Daesh, que de tan atroces parecen escapados de los cómics; la Rusia de Putin, a la que se le ha reabierto el mismo apetito imperial de la época zarista y de aquella cárcel de nacionalidades que fue la Unión Soviética; el socialismo de estado del mandarinato chino, que se sigue autotitulando comunista como en los tiempos de Mao; los energúmenos populistas y corruptos del socialismo chavista del siglo XXI, que dicen ser los legatarios de Simón Bolívar; los retozos con misiles nucleares del payaso asesino Kim Jong-un.
Y la parodia que más me duele, porque la sufro desde que nací: el castrismo. Porque nadie dude que es una parodia. Y por partida doble. El régimen de los actuales mandamases, más que la continuidad de Fidel Castro, es más bien la parodia de su revolución, que a la vez fue una parodia tropical, pachanguera y oscilante del leninismo y el estalinismo.
Hoy, el régimen post-fidelista, cada vez más ineficiente, ruinoso, ridículo y zafio, es una nave al garete, próxima a encallar. Mientras claman a gritos por la inversión extranjera, los mandamases siguen tercamente aferrados a las fórmulas antieconómicas de la planificación centralizada del socialismo soviético, chantajeando y regateando a los productores privados, llevándonos al borde de la hambruna. Pero eso sí, sin bajar el tono del discurso antinorteamericano, ni dejar de hacerse la víctima.
El patrioterismo, los nacionalismos enfermizos e irracionales y las invocaciones a la soberanía nacional siguen sirviendo de pretextos a tiranos, xenófobos y fanáticos religiosos, que aspiran a tener las manos sueltas y a que nadie interfiera en sus tropelías.
Se recalienta el planeta, se envenena la atmósfera, sigue subiendo el nivel del mar, también envenenado, y los hambrientos y los pobres lo son cada vez más. Y por si fuera poco, la humanidad se enfrenta a una pandemia que supera a las pestes del medioevo, y nos anuncia un mundo menos libre y más lleno de miedos y egoísmos.
Todo lo dicta el consumismo, la moda, el oropel, la tecnología de punta, las mentiras y verdades a medias de las redes sociales.
Y el arte y la cultura, como corresponde a la versión barata de la posmodernidad que terminó por imponerse, convertidos en una mezcla de feria y circo, donde todos caben, especialmente los más pedestres, los de menos talento, los más frívolos, los de peor gusto.
¿Dónde quedó aquello de la subjetividad del artista, la experimentación, la creatividad? ¿Acaso queda algo realmente novedoso que no se haya intentado antes? Son parodias, simplificaciones, los remakes de las viejas películas de Hollywood, los bestsellers en los anaqueles de las librerías, los remix con destino a las discotecas de los clásicos del pop rock de los años sesenta y setenta, o la música del Tercer Mundo diluida y etiquetada como “world music”.
Y sigue enconándose el enfrentamiento entre la banca y las transnacionales, de un lado, y del otro, los frustrados, inadaptados y acomplejados patológicos de todo tipo que echan mano de cualquier bandera, disfrazados de revolucionarios.
De nada vale que no falten quienes pretendan seguir fieles al trasnochado romanticismo izquierdista o la democracia liberal, la alta cultura y otras zarandajas demodé. No se esfuercen, ya estamos advertidos: sabemos que solo posan para las cámaras, a ver a quien logran engañar, y si no los siguen en su aventura, al menos les den like.
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