LA HABANA, Cuba. – En su novela “Pájaro de Cuenta” (Lulu Publishing, North Carolina, 2011), Manuel Ballagas es demoledor y vindicativo, no tanto, con Virgilio Piñera y quienes lo rodeaban (amigos y enemigos) en sus últimos días, en La Habana de 1979, como pudiera parecer, sino con el Decenio Gris, que es el verdadero protagonista de la trama.
Solo un ambiente tan opresivo y deprimente como el que imperó en ese nefasto periodo para la cultura cubana -que no fue quinquenio ni decenio como lo llaman, porque realmente se inició en 1968 y se prolongó hasta bien entrados los años 80- pudo producir las situaciones entre patéticas y esperpénticas que refleja magistralmente Ballagas.
Manuel Ballagas conoce el tema. Sufrió la saña de los represores. Su libro de cuentos “Sin temor” -que escribió cuando aún no había cumplido los 17 años y era un adolescente flaco y melenudo que solían confundir con Silvio Rodríguez, pero que ya había ganado el Premio David en 1967 con “Lástima que no sea el verano”- provocó la ira de Fidel Castro y que anunciara que volaría Ediciones El Puente. El libro no llegó a publicarse y Ballagas fue a parar a la cárcel. Vive en Estados Unidos desde 1980. Es autor de dos novelas, un libro de cuentos y uno de memorias y trabajos periodísticos en The Wall Street Journal y The Miami Herald.
En Pájaro de cuenta, todo el tiempo está presente el miedo, el desconfiar de todos, el tratar de adivinar de dónde vendrá la próxima zancadilla o el chivatazo, la miseria, tanto material como espiritual.
En un medio así, donde los represores velaban tus pasos y te acechaban para a la primera oportunidad acusarte de contrarrevolucionario, de homosexual, o de cualquier cosa que se les antojara, no es raro entonces que los personajes se muevan a hurtadillas, fingiendo, simulando, temerosos hasta de su sombra, dando rienda suelta a sus demonios inconfesables y a las bajas pasiones, como la envidia y el rencor por viejos resquemores. Sí, porque aquel tiempo de censuras y prohibiciones fue también la apoteosis de los mediocres, que aspiraban a ascender a fuerza de chivatazos y adulonería.
Ballagas, derrochando ironía y sarcasmo, da una imagen nada amable y bastante escatológica de Virgilio Piñera, bien distinta de la que dan habitualmente, sobre todo los numerosos admiradores suyos que han aparecido en la cultura oficial luego de la oportunista rehabilitación póstuma del autor de Electra Garrigó.
Es un Virgilio Piñera que aunque literalmente se caga de miedo, y tiene disparada la paranoia con tanta vigilancia de la Seguridad del Estado como le tienen montada permanentemente, es petulante, maledicente, resentido y rencoroso. Sus defectos y complejos, y también su mala conciencia, se acrecientan, nutridos por las malas circunstancias de la época.
No mejor parados salen Antón Arrufat, Pablo Armando Fernández, Miguel Barnet, Alfredo Guevara, Luis Carbonell. Y especialmente José Rodríguez Feo, el mecenas en un tiempo y vecino de Piñera en el edificio de la calle N del Vedado donde vivió sus últimos años, y que lo mortificaba con su destemplada impiedad de burgués venido a menos.
En un derroche de delirante fabulación, ya casi al final de la novela, Ballagas ubica a Cintio Vitier -que nunca perdonó a Virgilio Piñera que arrasara con Orígenes y los origenistas con unos pocos números de Ciclón- en Villa Marista, la sede de la Seguridad del Estado, para que con uniforme del MININT, como oficial interrogador, se vengue del despavorido Piñera.
Utilizando con sorna un recurso venido desde Homero, Ballagas a Vitier lo llama “ese sol del mundo moral”, así como constantemente se refiere a Piñera como “el padre del teatro moderno cubano”, a Silvio Rodríguez como “el Bob Dylan cubano”, y a sí mismo como “Manolito, el hijo del poeta” (Emilio Ballagas, fallecido en 1954, y que fue el principal cultor, junto a Nicolás Guillén, de la poesía negrista).
A propósito de Emilio Ballagas, en la novela, el fantasma del poeta, desconcertado por todo lo que pasa y que no acierta a entender porque murió en una época en que los intelectuales no eran vigilados y perseguidos por serlo, acecha a Virgilio Piñera en su apartamento, por causa de ciertos malentendidos del pasado que Piñera manipuló aviesa y viperinamente.
El Virgilio Piñera que pinta Manuel Ballagas en “Pájaro de cuenta”, aunque reúne muchas características suyas, no es el real. Ballagas recurre a Piñera para resumir en él todo el oportunismo y la sumisa ruindad de la mayoría de los intelectuales de la época, que se disfrazaban lo mismo de milicianos que de macheteros de las zafras del pueblo, congraciándose en plan de comisarios, prestos a servir de informantes al oficial del G-2 que los “atendía”.
Es con ellos todos y sus circunstancias, con quien se muestra implacable Manuel Ballagas en “Pájaro de Cuenta”, que pese a no tener el reconocimiento que merece, muy bien pudiera ser la novela definitiva del llamado Decenio Gris.
Recibe la información de Cubanet en tu teléfono a través de Telegram o WhatsApp. Envíanos un mensaje con la palabra “CUBA” al teléfono +1 (786) 498 0236 y suscríbete a nuestro Boletín dando click aquí.