LA HABANA, Cuba. – Ya no tiene fuerzas para andar. Desde una cama en la sala de su hogar, el cubano Arturo Torres Figueredo, enfermero de profesión y paciente de VIH/Sida, clama a las autoridades de Salud Pública por una asistencia médica adecuada.
“Yo no puedo más. Necesito un ingreso en el IPK (Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí)”, dice el hombre de 41 años.
De acuerdo con Torres Figueredo, quien reside en calle Lamas, número 369 A, entre Martí y Santa Ana, en el municipio de Guanabacoa, su hospitalización debe realizarse, obligatoriamente, en el IPK, un hospital que cuenta con características especiales para tratar a los pacientes con VIH/Sida. En otro centro no recibiría la atención médica adecuada, precisa.
“Un viaje estuve ingresado en La Benéfica [Hospital Clínico Quirúrgico Miguel Enrique] y me tiraron en un cuarto aislado. Los médicos se paraban en la puerta como si yo tuviera la peste bubónica, preguntaban ‘¿cómo te sientes?’ y se iban. Al otro día cogí mi maleta y me fui para mi casa”, relató.
Asimismo, explica que padece de una sepsis rectal hace alrededor de un año, por lo que tuvo que dejar su trabajo como enfermero, después de 22 años de labor en distintos centros de la capital.
Torres Figueredo también apunta que su situación de salud se ha ido empeorando paulatinamente y que acudió a varios hospitales en busca de tratamiento médico, pero no logró que lo ingresaran.
“Fuimos a La Benéfica, de allí para el [Hospital] Calixto García y allí me dijeron que tenía que ir para el IPK, que es donde se atienden los casos de VIH/Sida”, contó.
Así lo fueron “peloteando” hasta que no pudo avanzar más por los dolores que lo aquejan. El médico que atiende a los pacientes de VIH/Sida en su área de salud lo visitó y le dijo: “Tú estás ya con un desgaste físico. Quédate aquí que yo te voy a venir a ver”.
“Pero nunca más vino”, lamenta Torres Figueredo.
El entrevistado confiesa que ya no le quedan fuerzas para andar y que no puede subir las escaleras para acceder a su dormitorio, por lo que su cama ahora está ubicada en la sala de su hogar.
“Así acostado es como me alivio, porque nada más que doy un paso me empiezan los dolores. Estoy muy desencantado de la Salud Pública porque aquí no viene nadie sabiendo que estoy enfermo, que me estoy muriendo, como dijo el doctor”, terminó.
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