HOLGUÍN, Cuba.- El sol de la tarde comienza a hacer mella en la piel de Ramón. La tierra entra por los huecos de sus zapatos rotos. Siente molestias, pero no puede detenerse. Arrecia el calor. El hambre y la sed se unen. No ha desayunado y el agua se agotó. Mira adelante, el cantero de lechuga le parece interminable… Aunque esa es su ‘rutina’ diaria, Ramón no se acostumbra.
“Comencé por necesidad. Tengo dos hijos y no encontraba trabajo. Pensé que sería por poco tiempo, pero ya voy para tres meses. Llegamos a las seis de la mañana y no paramos, hay mucho trabajo y somos pocos. No nos dan merienda. El agua y los alimentos los traemos de la casa, a veces no almorzamos. Espero pronto dejar esta esclavitud.”, dice Ramón, que habla con CubaNet bajo seudónimo y fuera del organopónico donde trabaja por temor a ser despedido.

La desatención a los obreros y sus precarias situaciones laborales están entre las causas de la improductividad agraria en Cuba. El programa de la Agricultura Urbana, Suburbana y Familiar no escapa a esa realidad. Con casi 35 años de creado, insatisface las necesidades alimentarias. Año tras años se reiteran las mismas deficiencias.
“Los recursos que se disponen quedan por debajo de las potencialidades”, reconoció la doctora en Ciencias Elizabeth Peña Turruella, jefa del mencionado programa a nivel nacional durante una visita reciente a la provincia.
La última estadística oficial divulgada se remonta al año 2019. En ese momento el municipio cabecera poseía 58 organopónicos con 2 577 canteros, de ellos 1 008 estaban vacíos, lo que representaba el 39 por ciento, concentrado en los organopónicos de El Coco, Villa Nueva, Las Lucías y La taberna, entre otros.

La producción de hortalizas y condimentos se incumplió. Entre las razones, según el diario oficialista local Ahora, estuvo el déficit de fuerza laboral, debido a los bajos salarios, así como “la chapucería y el acomodamiento con el que aún se trabaja”, dijo Manuel Hernández, vicepresidente para el órgano de la administración en la provincia de Holguín.
Las malas condiciones laborables provocaron los bajos rendimientos y el cierre de los organopónicos. Entre ellos los situados en Villanueva, El Bosque, la comunidad Hermanos Aguilera, la UNECA y el del Pediátrico.

El de la UNECA, y para intentar salvarlo de la ruina, en el 2014 se dedicó a los cultivos de flores, una iniciativa que fracasó. Mientras que el del Pediátrico, identificado así por su proximidad al hospital, cedió sus tierras para la futura sede del Tribunal Provincial de Holguín.

En este último trabajó Argelio Ventura. “Teníamos pocos instrumentos de trabajo, no nos daban ni ropa, ni zapatos y mucho menos alimentación. En el 2015 el salario era de 225 pesos. Cuando solicitábamos mejores condiciones, los jefes nos respondían que no había recursos. Decían que el país estaba en crisis por el ‘bloqueo imperialista’. En cambio, nos pedían sacrificio por la Revolución. En esas condiciones nadie quería trabajar. Los canteros comenzaron a enyerbarse y finalmente el organopónico desapareció”.
Ha pasado el tiempo, pero la precariedad laboral se mantiene. Rubén, otro agricultor, cuenta su amarga experiencia en el organopónico del reparto Iberoamericano.

“Allí estuve más de un año. No había buenas condiciones. Siempre nos prometían que las cosas iban a mejorar. Un día me accidenté en el trabajo. En el hospital me cogieron cuatro puntos en la mano izquierda y el jefe quería que siguiera. La mano quedó inutilizada y por más que yo quería no podía trabajar. Mientras estaba de certificado ningún jefe me visitó, ni mucho menos me ayudaron con nada. Lo de ellos es explotarnos y cuando no les servimos, nos abandonan. Eso me decepcionó y decidí dejar el organopónico”.
Julio García laboró casi cinco meses en el organopónico situado en el reparto Pedro Díaz Coello. “Había que estar varias horas bajo el sol sembrando, desherbando o recogiendo la cosecha. El pago no se corresponde con el sacrificio. En los organopónicos trabajan las personas con muchos problemas económicos y que no encuentran otra opción”, dice García.

Ahora Julio está en una brigada de mantenimiento de una empresa estatal, donde el salario es similar a los casi 3 000 pesos que le pagaban en el organopónico. El nuevo sueldo es insuficiente, pero el esfuerzo es menor que el realizado en su anterior labor, donde se sintió víctima de explotación laboral.
“Eran casi 12 horas de trabajo y no garantizaron ni la ropa, ni los zapatos, ni la alimentación, ni tan siquiera el agua. Todo lo teníamos que llevar”, afirma García.
“Nos trataban como animales. Como sabían que teníamos necesidades económicas los jefes nos decían que si no nos gustaban las condiciones podíamos irnos que allí nadie estaba obligado. El sindicato no nos defendió y la manifestación de los trabajadores es ilegal. Hay que aguantar callado. La única opción era dejar de trabajar y ponerse a hacer negocios ilegales o como cuentapropista”.

En los días de la crisis sanitaria por la COVID-19, Miguel Díaz estuvo ingresado. Su esposa quedó sola a cargo de su hijo. “Trabajaba en un organopónico. Ninguno de los jefes socorrió a mi familia. Recuerdo que siempre nos pedían mucho esfuerzo para cumplir los planes. Pero a cambio no nos daban nada. Ya yo tenía pensado dejar el organopónico. La mala acción de los jefes con mi familia mientras yo estaba enfermo fue decisiva para dedicarme a otra labor”, aseguró.
La inestabilidad de la fuerza de trabajo ha sido una de las causas de los incumplimientos de los planes en los organopónicos. Esto ha obligado a convocar a estudiantes para realizar trabajos voluntarios en duras sesiones agrícolas.

Muchos ven el trabajo voluntario de los estudiantes en los organopónicos como otra forma de explotación laboral.
“Lo más fácil es que los estudiantes hagan el trabajo sin cobrar. Los jefes prefieren que sea así porque se ahorran el gasto para garantizar las condiciones de trabajo de los obreros”, dice Julio.

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