LA HABANA, Cuba. – Las redadas policiales contra revendedores callejeros en Cuba son como las podas en jardinería. Se cortan las ramas y raíces más viejas para que crezcan otras nuevas y más fuertes. Son un proceso regular que garantiza que la planta no muera, que crezca bien saludable casi eternamente; por eso el jardinero jamás cortará el tronco y la raíz principales, sino que incluso los fertilizará y curará de enfermedades.
Por aquí hasta el más tonto sabe que, en la economía cubana, el mercado informal es como la planta principal de un tenebroso jardín. Y que es “sostenible” y “próspero” en virtud de su vinculación total con la llamada “empresa estatal socialista”, un monstruo colosal de la “corrupción institucionalizada” que de morir, arrastraría con él el sistema en pleno. Esa vulnerabilidad es de conocimiento del Partido Comunista, por eso su insistencia en conservar y rescatar a toda costa un conglomerado empresarial estatal que ha convertido en proverbiales la ineficacia y la ineficiencia.
Por estos días, después de más de un año sin tener noticias sobre operativos contra vendedores ambulantes y acaparadores, cuando parecía que ya el jardinero se tardaba demasiado en usar las tijeras con las que gusta embellecer su parcela para la opinión pública, muchos amanecen en sobresalto, casi a punto del infarto, porque saben que en cuestiones de mercado informal no hay cubano —ni de a pie ni bajo las sombras del poder— que esté libre de pecado.
Todos, absolutamente todos en la Isla participan del mercado informal, ya sea para sobrevivir o para amasar fortuna, aunque sabemos que los primeros son los más vulnerables porque la tijera siempre va directo a cortar las ramas más débiles, y esas son las que brotan a nivel del suelo o aquellas que han amarilleado por estar demasiado expuestas al sol ardiente, al calor del asfalto.
Lo que no ve la opinión pública —aunque sí el jardinero astuto— no lo corta su tijera, por eso aún no escuchamos en la prensa oficialista el primer nombre de un ministro, viceministro, policía, inspector o alto funcionario del que haya rodado su cabeza junto con la del carretillero, el acaparador de La Cuevita, la tendera taína que lucha su yuca, el cuentapropista que compra mariscos para su paladar, el “palestino” al que le decomisaron la mochila con tubos de picadillo o palitos de tender, y el guagüero —estatal, no particular— que solo se ganaba unos pesos por transportar un “facho” desde La Habana hasta Matanzas.
Porque muy a propósito del “subsuelo”, muy a propósito del control social, el mercado formal no funciona, no existe y todos estamos metidos hasta el cuello en el mercado informal, ya porque no alcanzamos pollo, pan y aceite en la cola donde hay que madrugar por un turno, ya porque necesitamos unos dólares o euros para gestionar una visa, pero solo quienes participan de a lleno en él, e incluso lo controlan bajo el visto bueno de quienes deciden cuáles cabezas cortar por esta vez, son los que duermen tranquilos por estos días, a sabiendas de que tanta alharaca no es más que otra “poda regular”.
Pobre del ingenuo que, por enésima vez, confíe en que un operativo con drones en La Cuevita o un asalto policial bajo el puente de calle 100 terminarán con el relajo que hoy es nuestra realidad en todos los sentidos.
Y pobre del que se conforme con ver esposados al administrador de la TRD y al viandero del barrio; pobre, porque de verdad no acaba de comprender de qué va este partido donde unos jugadores viejos se van solo para que otros nuevos ocupen sus posiciones.
Tan pobrecito como quien pensó que el restablecimiento del mercado cambiario por parte del Banco Central terminaría con la especulación callejera cuando en realidad llegó para empeorar la situación, y aun cuando el ministro de Economía había jurado y perjurado que no tomarían las elevadas tasas del mercado informal como referencia. Pero eran demasiados dólares escurriéndoseles entre las manos y la tentación los venció, de modo que terminaron de igual a igual en la “especuladera” con el “asere” de la esquina.
Quienes han tenido la “dicha” de trabajar algún tiempo en cualquier “empresa estatal socialista” sabrán, por experiencia propia, cuál es el verdadero “objeto económico” (y “político”) de cada una de ellas, y por qué a pesar de ser nada rentables continúan existiendo, con jornadas que se extienden por más de ocho horas incluso hasta los fines de semanas, con cero condiciones laborales y con trabajadores y dirigentes “soportando” los bajos salarios, sin demasiadas quejas.
Cada una de ellas son, más que empresas, un entramado de corrupción y chantaje que el régimen usa a su antojo, según lo que en cada momento necesite ya para proyectar la imagen más bonita de sí mismo, ya para reforzar la sensación de culpabilidad que carga sobre las espaldas el que, por el propio sistema, está forzado a delinquir para dar de comer a su familia, o para vivir la ilusión de que realiza el sueño de tener dinero en un país donde esa fantasía es totalmente irrealizable, siempre que no seas un “protegido” de quienes en verdad “cortan el bacalao”.
La empresa estatal socialista no es rentable, no es productiva, porque su principal función, además de asegurarle al régimen un simulacro de apoyo popular —que alcanza sus mayores expresiones en los desfiles por el Primero de Mayo y en las “brigadas de respuesta rápida”—, es proveer de manera constante un mercado informal donde tanto el trabajador simple como el dirigente encuentran un modo de compensación de todo lo negativo que supone un empleo estatal.
Lo peor de esta situación no es la corrupción que la atraviesa de manera transversal sino el total conocimiento que el régimen tiene sobre ella, de su funcionamiento y de sus participantes, y cómo la utiliza a su favor a modo de chantaje. Algo así como “te permito ser corrupto mientras no seas molesto, mientras me seas fiel”. Esa “fidelidad” se premia con mayor o menor “permisibilidad”, con mayor o menor “inmunidad”.
En esa dinámica es que se construyen las otras dinámicas del mercado informal en Cuba, y son las que determinan quiénes entran y quiénes salen de él, y por tanto son las que, volviendo a la metáfora inicial, marcan los ciclos de poda al jardinero.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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