LA HABANA, Cuba. – Aunque en mi casa apenas se ve la televisión cubana, y con sobrada disposición nos hemos sumado a la iniciativa de apagar el artefacto a la hora del noticiero, no pude evitar fijarme en un videoclip que pasan a diario por el canal Cubavisión, generalmente en el horario de la programación infantil. En dicho audiovisual un niño canta “Somos Continuidad”, secundado por otros que alborotan a su alrededor simulando hallarse muy atareados en un set de filmación donde una cámara enfoca desde todos los ángulos a ese guerrillerito de esmoquin, que no parece tener más de cinco años y con su blanca voz dedica loas a Fidel Castro y la Revolución.
El uso descarado de niños como instrumentos de propaganda es un hábito bien conocido por parte del castrismo, deliberadamente ignorado o permitido por organizaciones internacionales que deberían velar por que se respeten todos los derechos de la infancia y que jamás han criticado esa práctica tan lesiva para la formación moral y psicológica de los menores. Sin embargo, en medio de la crisis política que sacude a la Isla, con el extremismo y las difamaciones a la orden del día, es repulsivo ver la desvergüenza con que ponen en boca de seres ajenos a los juegos sucios de la dictadura un discurso de reafirmación impuesto por unos pocos, que a la par funciona como mensaje de odio contra quienes se oponen a la corriente de disparates que arrasa a Cuba desde 1959 y promete rematar lo que queda en el futuro cercano.
Nada saben esos niños sobre la “continuidad” que defienden y les ha legado una ruina de país. La insultante complicidad de la UNICEF permite que el castrismo viole de modo flagrante los artículos 7 y 10 de la Declaración de Derechos del Niño, no solo en lo concerniente a la calidad de su educación, sino al desarrollo de su juicio individual y sentido de la responsabilidad moral, condiciones que se desvanecen bajo el peso del dogma comunista, impracticable y nocivo como pocos.
El artículo 10 señala específicamente que “el niño debe ser protegido contra las prácticas que puedan fomentar la discriminación de cualquier índole (…) y ser educado en un espíritu de comprensión y tolerancia”. Martillarles a los infantes cubanos que son “continuidad” de un sistema que cada noche fusila moral y públicamente a ciudadanos inocentes es empujarlos en primer lugar hacia la confusión, y de ahí a una vida adulta basada en el engaño, la vileza y la incapacidad de comprender o articular un pensamiento diferente.
El régimen militar se las sigue ingeniando para que las escuelas primarias sean un pozo inagotable de ciudadanos inmorales, apolíticos y trapicheros. Los niños que aparecen en el video ni siquiera tienen un recuerdo consistente de Fidel Castro, pero en sus loas cantadas se remiten al mejunje ideológico que preparan los maestros en las aulas, donde el caudillo y el Apóstol son la misma cosa, merecedores de idéntica devoción, a pesar de que el daño provocado a esta nación por el déspota de Birán es casi irreparable.
Mientras los niños del videoclip defienden la dictadura más longeva del hemisferio occidental con su inocente talento, otros pasan la noche gritando, aquejados por dolores de otitis en un país donde es casi imposible hallar antibióticos; o duermen en camas de ingreso rodeados de cucarachas que sus madres sacuden a manotazos de las paredes de un hospital tan asqueroso como la politiquería de Raúl Castro y Miguel Díaz-Canel.
Para los niños cubanos hay propaganda pero no medicinas ni alimentación decente, ropa, zapatos, buena literatura, juguetes o confituras. Ni de cerca imaginan lo que significa la “continuidad” para sus padres y abuelos, del costo que ha traído a la familia, a todo el país. Lo entenderán algún día, cuando no les alcance el salario ni hallen cauce para sus sueños. Entonces algunos serán, quizás, como los jóvenes que por estos días se plantan frente a los ministerios pidiendo diálogo y dejando claro que no quieren vivir más en esta Cuba, pero tampoco la quieren abandonar.
Esos pioneros que ayer gritaron consignas y agitaron banderitas, hoy son presentados como mercenarios en la misma televisión donde aparecen nuevos pioneros prometiendo lo mismo para el mañana, “siempre guiados por el pensamiento del Comandante” que solo han visto en imágenes. Es un ciclo de estupidez y exterminio moral masivo que el castrismo no piensa detener; por el contrario, sigue encontrando apoyo internacional para reproducirlo hasta que no quede un cubano en pie.
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