LA HABANA, Cuba. – Desde el punto de vista jurídico, el genocidio ―ya sea en tiempo de paz o en tiempo de guerra― se considera un delito de derecho internacional. Se describe como tal cualquier acto perpetrado con la intención de destruir a un grupo nacional, étnico, racial o religioso. El término fue acuñado por el jurista judeo-polaco Raphael Lemkin, quien lo conceptualizó como “la puesta en práctica de acciones coordinadas que tienden a la destrucción de los elementos decisivos de la vida de los grupos nacionales, con la finalidad de su aniquilamiento”.
Además, el genocidio se define como la “matanza y lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo, sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial, medidas destinadas a impedir nacimientos en el seno del grupo, traslado por la fuerza de niños del grupo a otro grupo”.
En Cuba, la tarea diaria de encontrar comida implica un esfuerzo que consume demasiada energía no solo por la escasez, sino también por los altos precios, mala calidad y falta de higiene de muchos de los alimentos disponibles. Esta constante lucha por la subsistencia acarrea otro problema peligroso, y es que acudir al mercado negro como principal alternativa para conseguir víveres de primera necesidad destruye los valores de una sociedad, pues al tener que delinquir para poder subsistir se va difuminando, generación tras generación, la frontera entre lo correcto y lo incorrecto.
Otra táctica gubernamental para destruir los valores de nuestra sociedad es el terrorismo de Estado con la oprobiosa complicidad de colaboradores salidos del propio pueblo, como los actos de repudio ejecutados por las brigadas de respuesta rápida. Un arma igualmente potente es el divorcio entre la conciencia y el discurso. Tener que expresarse o actuar diferente a como se piensa para poder sobrevivir es una experiencia traumática para cualquier ciudadano, que en Cuba, además, se ha hecho cotidiana, con el consiguiente daño antropológico.
Angustiante es tener que fingir adhesión a la dictadura para poder estudiar una profesión. Tener que robar y mentir en el trabajo, el salario insuficiente, las malas condiciones de vida y la incapacidad de mejorarlas. Angustiante es el creciente desabastecimiento alimentario, así como la total falta de medicamentos, insumos médicos y material gastable en farmacias y hospitales.
Por supuesto que también son genocidio dos episodios lamentables que he mencionado en otras ocasiones: el cautiverio y posterior desplazamiento forzoso de los campesinos del Escambray hacia Pinar del Río y Camagüey, así como la abrumadora manipulación masiva para convencer a los ciudadanos a dejarse usar como cobayas humanas en el estudio clínico nacional de las supuestas vacunas anti COVID-19, aparejada con el rechazo gubernamental contra el programa internacional COVAX diseñado para facilitar el acceso a una inmunización efectiva a los países en vías de desarrollo.
Ahora bien, el afán de destrucción del castrismo no se ha circunscrito al ámbito nacional. Tanto Fidel Castro como sus sucesores se han encargado de exportar la muerte hacia los cuatro puntos cardinales del planeta.
La Dirección General de Liberación Nacional (DGLN), dirigida por Manuel Piñeiro Losada, el comandante “Barbarroja”, estaba dedicada a la subversión en todo el continente latinoamericano. Su misión era desarrollar nexos con los partidos comunistas, los sindicatos, las organizaciones y gobiernos regionales, incluyendo las guerrillas. La DGLN creaba información política para intervenir en la vida pública de esos países. Entrenaba guerrilleros, suministraba armas, organizaba invasiones y asesoraba en cuanto a seguridad e inteligencia.
El gobierno castrista financió y asesoró a grupos terroristas y guerrillas en toda América Latina, como las FARC de Colombia, o Sendero Luminoso de Perú, las cuales se nutrían, entre otros métodos aviesos, a base de secuestrar niños para luego lavarles el cerebro y convertirlos en armas. Del mismo modo envió tropas al continente africano, entre las cuales había enormes cantidades de adolescentes que pasaban el servicio militar. Estos menores no pudieron escoger su participación en la guerra. Muchos de ellos ni siquiera tuvieron la oportunidad de despedirse de sus madres, novias o amigos; se enteraron de su destino en pleno vuelo.
Pero los desafueros genocidas del castrismo tampoco son asuntos del pasado. El régimen de La Habana continúa en la actualidad esparciendo su influjo por el mundo cada vez que las circunstancias (o la complicidad de otros gobiernos) se lo permite, asesorando a otros voceros del totalitarismo, como por ejemplo en Venezuela.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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