LA HABANA, Cuba.- Acabo de leer una carta publicada en el sitio digital Cubadebate y escrita por los vecinos de Miramar, dirigida al presidente de los Estados Unidos de Norteamérica. Desconozco si también la echaron en algún buzón de correos de la barriada para que hiciera el viaje a la Casa Blanca antes de que Obama llegue a Cuba, o si la concibieron, únicamente, con los deseos de que apareciera en ese sitio. El caso es que yo la leí…, de la lectura de Obama no tengo noticias…
La misiva está fechada en La Habana el 8 de marzo y fue publicada el día 15 del mismo mes, una semana después de su redacción. La epístola no tiene firmas, al menos no aparecen en el sitio. Los subscritores son los vecinos que viven cerca de la parroquia de Santa Rita y del, como ellos mismos advierten, parque Mahatma Ghandi, ambos en Miramar. El título dice que es de los vecinos de Miramar, todos al parecer firmaron esa carta en cuya redacción no quiero meterme porque perdería mucho tiempo haciendo advertencias a los redactores, aunque recomiendo a quienes editan que repasen un poquito los textos que reciben y publican. Mucho más si van dirigidos al presidente de algún país.
Estos vecinos hacen visibles las molestias que les provoca el paso de las Damas de Blanco cada domingo por aquellos términos. Refieren que estas mujeres interrumpen el ocio dominguero a los vecinos. Se quejan de la obscenidad de sus frases, de los disturbios y de las desagradables escenas que provocan, también consideran su falta de ética, y le piden al presidente Obama que, “en la medida de sus posibilidades, influya para que esas mujeres dejen de molestarlos los domingos”. Confieso que nunca estuve frente a una marcha de ellas pero conozco algunos detalles por referencias, y también escuché comentarios que aseguran que la policía, algunos vecinos, y otras personas, las reprimen.
No visito con frecuencia ese elegantísimo barrio habanero, pero sí miré hace unos días a una mujer, toda vestida de blanco, que desde los portales del “Tencen” de Monte manifestaba su desacuerdo, en voz muy alta, con montones de cosas de la vida cubana. También miré a la multitud que la rodeaba; algunos hacían silencio ¿cómplice?, mientras otros la aplaudían. Lo que no conseguí fue ver a alguien que la enfrentara, que le gritara improperios, pero sí a una señora que no se cansaba de alabar la valentía de aquella mujer, y también a toda la multitud expectante que se disolvió tras la llegada de un camión lleno de policías uniformados y con bastones en mano que al parecer pretendían hacer callar a la señora. No pasó nada. Alguno de los curiosos consiguió persuadirla, y ella se marchó…
Desconozco si aquella mujer era una Dama de Blanco, ya sabemos que el hábito no hace al monje, pero lo que miré lo vi. Es cierto que era altísima su voz, casi rotunda, pero no escuché ninguna palabra obscena, su discurso no era soez. La mujer hacía reclamos, muchos, que no creí ofensivos. Reclamos como los suyos hicieron las mujeres cubanas en cualquier época. Muchas fueron reprimidas, como creí que podría pasar con aquella que miré en los portales del “Tencen” de la calle Monte. Creo que las mujeres, vestidas con el color que prefieran, tienen todo el derecho a manifestarse y también a ser atendidas. Si entendemos eso seremos mucho mejores. De lo contrario…
Lo que me resulta más curioso de todo ese reclamo epistolar, es que los firmantes, que por cierto nunca supe si eran dos o tres o veinticinco o quince mil, pasan cada día de sus vidas en la barriada de Miramar. ¿Y qué es Miramar? Sin dudas uno de los barrios más elegantes de la ciudad, lleno de casas bellísimas y de impresionante arquitectura; con enormes portales y salones, con muchos cuartos y cada uno con su baño, y como colofón: patios enormes con piscinas. Todas en medio de un paisaje edificante. Cualquiera que viva en Miramar tiene la posibilidad de sentarse en las tardes, después del trabajo, y también los domingos, en sus múltiples y espaciosas plazas sin que sean molestados por borrachos o delincuentes, como sucede en otros parajes habaneros. Hasta tienen la gracia de poder contemplar una amplísima y bella avenida, la Quinta, que se construyó pensando en una que lleva el mismo nombre en Nueva York. Las personas de Miramar tienen un quieto andar y soportan el verano con telas vaporosas, con aires acondicionados…
En Miramar estaban muchas de las grandes fortunas habaneras antes de 1959, como antes estuvieron en el Cerro o en el Vedado. En Miramar resultará muy difícil encontrar una casa apuntalada o un edificio derruido. En aquel espacio será casi imposible que encontremos pordioseros y mendicantes. Quien pase por allí notará que son pocos los vecinos que desandan sus calles y también que muchos de sus habitantes tienen autos y trabajos significativos. Miramar, como bien sabemos es una “zona congelada”. Para residir allí habrá que arrodillarse mucho frente a la imagen de Santa Rita de Casia, tener mucho dinero o estar muy conectado con el poder.
Muchos, quizá la mayoría, de los dueños de casas en aquella zona se marcharon de Cuba desde 1959, pero esas casas que quedaron vacías no fueron pobladas por obreros. Por eso me resulta tan curiosa esa carta que enviaron los vecinos de Miramar al presidente Obama. Es bueno hacer notar que la misiva no salió del Barrio de Jesús María ni de Los Pocitos. Sus firmantes no viven en Belén, ni en Cayo Hueso, ni en Carraguao, ni en Ataré, ni en la Jata de Guanabacoa o en el Canal del Cerro… En esta recua de barrios marginales habaneros su gente no tiene mucho tiempo para hacer cartas a Obama, y sus mejores empeños se centran en la supervivencia. En esos barrios la población se preocupa por sobrevivir en medio del hacinamiento, y los olores que perciben no son ni siquiera parecidos a los que usted puede descubrir, cuando inhala, en Miramar. En aquellos pobres barrios no se dice lo mismo que en un Miramar en el que evidentemente se habla, pero también se hace muchísimo silencio.
Habría que pensar en todas las cosas que callaron esos vecinos de Miramar. Me pregunto, aunque me llamen obseso, en qué lugar estaban ellos en esos días de vacaciones que tuvo Antonio Castro en aquellas lindas y carísimas playas de Turquía. Me pregunto qué habrán hecho esos vecinos cuando la nación cubana se enteró de la creación de las UMAP. ¿Acaso escribieron a alguien para contar de la tiradera de huevos a la “escoria” que se fue a vivir al país de Obama por el puerto del Mariel? Ellos debieron encargarse muy bien de recibir a los gusanos que volvieron convertidos en mariposas.
No tengo noticias de cartas escritas por los vecinos de Miramar donde exijan el esclarecimiento de algunos asesinatos, y mucho menos de la violencia que sufren cientos de mujeres cubanas. Nunca leí una línea de esos vecinos que llamara la atención sobre las pésimas condiciones en las que viven miles de habaneros, cubanos de cualquier parte. Los vecinos de Miramar han estado muy ocupados cuando se derrumba un edificio, cuando alguien muere atrapado entre los escombros. ¿Qué dirán cuando la “empleada de servicio” cuenta de un derrumbe y de sus muertos? “Si no lo dice el Granma eso debe ser un cuento”.
Me pregunto si ya se enteraron en Miramar, que los matanceros, los villaclareños y todos los de más allá son ilegales en La Habana, que son devueltos a sus sitios de origen sin que le den otra razón que no sea “aquí no puedes estar” ni siquiera porque esta sea la capital de todos… En Miramar no debe comentarse nada de eso, ellos no conocen a los pordioseros ni a los mendigos…
Sin dudas esta carta prueba que hay una comunión de ideas y pensamientos entre los vecinos de esa lujosa vecindad; y es de esa similitud, de esa aproximación, que sale el pensamiento de los firmantes. Esa carta, curiosamente, germinó en un elegante barrio habanero, desde donde también se ejerce el poder, lo mismo el económico que el político, y donde cualquier cosa que afee su paisaje será denunciada con encomio. Supongo que no se enteraron de que esas cartas no se escriben en Jesús María, en el Canal, en la Jata, en los Pocitos, en… Sería buenísimo que quienes la redactaron lo entendieran claramente, porque la practicidad de esas ideas, de esos convencimientos, quizá sea útil únicamente en Miramar, y quizá un poquitín más al oeste. Ya Aristóteles nos advirtió hace mucho tiempo en su Retórica que el conocimiento de un lugar, de ese famoso topoi, nos facilita la comprensión del discurso. Sin dudas en Miramar suceden cosas increíbles, como estas. Y no digo más.., ¿Para qué? ¡Si hasta Aristóteles lo dijo mucho antes que yo…!