
LA HABANA, Cuba.- El señor Miguel Díaz-Canel, seleccionado para presidente de la nación por el dictador Raúl Castro, era un niño cuando en la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) se celebraban reuniones en busca de soluciones para el Instituto Cubano de Radio y Televisión.
Eran otros los dirigentes políticos que insistían en este empeño bajo el liderazgo de Fidel Castro. Nunca lo lograron. Los escritores, cientos en toda la Isla, eran reacios a escribir panfletos políticos para el ICRT, mucho después que el propio Fidel Castro, dueño absoluto de todos los medios de comunicación, expresara el 30 de junio de 1961 que —mientras volaban por primera vez sobre Cuba los aviones Migs soviéticos de combate— “Dentro de la Revolución, todo, contra la Revolución, nada”.
No recuerdo quienes fueron los pocos, porque yo estaba presente allí, que dieron un paso al frente ante aquella lamentable realidad que vivía el país. Baste saber que el resultado de aquellas muchas reuniones, calculen la cifra —posiblemente dos por año a lo largo de más de seis décadas—, era siempre el mismo: los escritores se mantenían al margen de la televisión y la radio por voluntad propia.
Nicolás Guillén, el viejo presidente comunista de la Uneac, navegó con suerte porque nunca se metió en esos problemas. Había dado un brinco de noventa grados, de su viejo y pequeño apartamento de la calle Trocadero, en Centro Habana, a un lujoso penthouse del edificio de millonarios Someillán, en el Vedado, un regalo de Fidel.
Transcurrieron los años y seguían celebrándose reuniones entre escritores y dirigentes del Partido Comunista en busca de soluciones para la aburrida televisión, y los escritores seguían sin poner un granito de arena para que hubiera calidad en esos medios.
Hoy, después de 61 años, el improvisado presidente Miguel Díaz-Canel retoma el tema sobre el reflejo de la cultura en los medios de comunicación, como si nunca antes esto se hubiera intentado.
Si no lo supiéramos los que cumplimos ya ochenta años de vida y recordáramos aquellas reuniones donde no se logró nunca lo que la dictadura se proponía a la fuerza: la sumisión de los intelectuales ante sus designios, excepto de dos o tres de aquellos gatos.
Como consecuencia de la política cultural de la dictadura, muchos escritores importantes salieron huyendo de Cuba, como Guillermo Cabrera Infante, Lidia Cabrera, Jorge Mañach, Enrique Labrador Ruiz, etc.
Mientras, otros como José Lezama Lima, Heberto Padilla, Belkis Cuza Malé y Reinaldo Arenas… se convertían en protagonistas de una rebeldía nunca vista, ante un gobierno que reprimía o encarcelaba a Francisco Riverón Hernández, Teo Espinoza, René Ariza, Manolo Vallagas, José Lorenzo Fuentes, Lina de Feria y, años después, a Raúl Rivero, Manuel Vázquez Portal, María Elena Cruz Varela y una servidora, porque “la mano escribe lo que el corazón manda”. (*)
Hoy, con las mismas palabras: “…la necesidad de transitar del diagnóstico de los problemas a la concreción de acciones que repercutan en el salto de calidad de la programación de la radio y la televisión…”, se repiten las reuniones bajo el mandato de Miguel Díaz-Canel.
Pero el cuartico sigue igualito, como dice la canción, y lloverán algunas reuniones más, siempre con lo mismo, mientras los intelectuales se niegan a hacer panfletos políticos entre noticias falseadas en los despachos del Consejo de Estado, donde las mentiras se repiten, y muy pocos se las creen, gracias a la Internet.
El reflejo de la cultura en los medios de comunicación brilla por su ausencia. Eso lo saben los señores gobernantes y por eso vuelven sobre ello, para ganar tiempo.
Es evidente, según la nota publicada por Pedro de la Hoz en el oficialista Granma, que nada se supo en concreto en la reunión de días pasados, en la que participaron un centenar de realizadores de nuestros medios y los dirigentes Víctor Gaute, del Departamento Ideológico del Comité Central del Unipartido Comunista; Alpidio Alonso, ministro de Cultura; Luis Morlote, presidente de la Uneac y Alfonso Noya, presidente del ICRT, estos últimos “nuevos en la plaza”, quienes, al parecer, no han descubierto, junto a Miguel Díaz-Canel, que estas reuniones, repetidas durante décadas, sirvieron sólo para mantener una dictadura corrupta y fallida, incapaces de mover molinos de viento para la libertad de Cuba y sus medios de comunicación.
(*) Proverbio antiguo
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