Mercado informal en Cuba: resignarse a vivir con él

LA HABANA, Cuba. — La nueva embestida régimen contra los revendedores y coleros no conseguirá acabar con el mercado negro, por suerte para la población, que depende de él para conseguir los productos que el Estado no le garantiza para su subsistencia, y también por suerte para los mandamases, ya que la existencia de un mercado informal donde la gente, aunque sea pagando altos precios, pueda resolver sus necesidades, le ha permitido al castrismo mantenerse aferrado al poder.
El mercado negro, particularmente en las últimas tres décadas, ha ayudado a los cubanos a paliar las privaciones de una crisis económica que, lejos de terminar, se agrava por día.
Sin la existencia del mercado negro, el hambre ya habría provocado un estallido popular de tales consecuencias que hubiese hecho palidecer las protestas de los días 11 y 12 de julio de 2021.
Ahora mismo, con la represión contra los revendedores, que solo ha conseguido hacer que sean mucho más caros y difíciles de conseguir los alimentos, ese estallido pudiera estar próximo. Pero los mandamases de la continuidad, por muy torpes que sean, saben hasta dónde pueden apretar las tuercas. Cuentan, además, con el hecho de que los que lucran con la escasez son los menos proclives a luchar por el cambio. Al contrario, les conviene que se mantenga el actual estado de cosas y no buscarse problemas que afecten sus negocios.
Habría que ver cuán arriba están dispuestos a llegar los mandamases en su lucha contra la corrupción. Las grandes cantidades de productos ocupados a los revendedores en las recientes redadas solo pueden haber sido sacadas de los almacenes estatales y transportadas con la complicidad de administradores, directores de empresas y otros “mayimbes”; porque si se hurga y se llega al fondo, ellos son los que abastecen el mercado ilegal. Y los mandamases necesitan desesperadamente de la fidelidad de esos personajes, de “su disposición a darlo todo por la revolución”. De ahí que se hagan los de la vista gorda siempre que no exageren y se les vaya la mano con sus faltantes, desvíos de recursos y otros pecadillos.
El mercado negro en Cuba es tan antiguo como el racionamiento implantado en 1962. Pero floreció en la década de 1990, abonado por las penurias del Período Especial, el eufemismo con el que Fidel Castro bautizó a la terrible crisis que provocó el derrumbe de la Unión Soviética.
Entre 1990 y 1993 la inflación se disparó; la liquidez monetaria saltó un 121% en poco más de dos años. Ante la incapacidad del régimen para alimentar a la población, se desarrolló un incontenible mercado ilegal con precios elevados y en dólares.
Luego de décadas de sometimiento al socialismo castrista, los cubanos demostraron insospechadas capacidades para adaptarse a leyes de mercado paralelas a las oficiales.
Pero el mercado negro tenía su lado conveniente para el régimen: complementaba a la economía legal y, al operar indistintamente en moneda nacional y en pesos convertibles, enmascaraba la inflación.
Entre 1990 y 1994, la tasa de cambio en el mercado ilegal subió de siete a 120 pesos por dólar. En agosto de 1994, luego de que el régimen despenalizara el dólar, bajó a 80 pesos. Y un año después, a 25.
Más de un cuarto de siglo después, el desabastecimiento agravado hasta extremos inconcebibles, las abusivas tiendas en MLC y la galopante inflación y depreciación del peso cubano producida por la Tarea Ordenamiento y otros disparates antieconómicos hacen que parezca idílico aquel tiempo.
Hoy, los precios alcanzan un nivel estratosférico en el mercado negro: un paquete de leche en polvo de un kilogramo cuesta 1 500 pesos; un paquete con una decena de muslos de pollo, 2 000 pesos; una libra de carne de cerdo, de 390 a 400 pesos; 30 huevos, 1 800 pesos. Y el salario promedio mensual no supera los 6 000 pesos.
Aun así, con esos precios alucinantes, los cubanos, si no disponen de tarjeta MLC, tienen que arreglárselas como puedan para comprar en el mercado negro los alimentos y artículos básicos que no pueden adquirir con la escuálida Libreta de Abastecimiento.
En el mercado negro se puede conseguir casi cualquier cosa: desde aspirinas hasta carne de res. Sólo hay que tener dinero, bastante dinero.
Vendedores de los más disímiles productos, cuidándose de policías e inspectores, pasan con pregón discreto por la calle, se apostan en un portal o a la entrada de un agromercado, te abordan en la calle o tocan a tu puerta para proponerte su mercancía.
En cada barrio los interesados saben, tomando las precauciones mínimas, a quién acudir para comprar cemento, aceite, leche en polvo, jabón, detergente, medicinas, ron, café. Como se sabe que esos productos provienen de los almacenes estatales, nadie averigua la procedencia.
Lo más probable es que cuando se cansen de perseguir a coleros y revendedores y a los encargados de vigilarlos, que también se corromperán, los mandamases tengan que resignarse a seguir conviviendo con el mercado negro, aunque estén advertidos de que constituye el primer paso hacia la autonomía económica de los cubanos.
Incapaces de aumentar la productividad y satisfacer las más elementales necesidades del pueblo, los mandamases tendrán que hacer como hasta ahora: alternar los periodos de vista gorda con las batidas represivas.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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