LA HABANA, Cuba. – Parece que ha transcurrido mucho tiempo, pero fue el 16 de noviembre de 2019 cuando abrió al público el emblemático Mercado Único de La Habana, conocido popularmente como Plaza o Mercado de Cuatro Caminos, después de una costosa restauración que duró cinco años (aunque el establecimiento llevaba cerrado más de una década).
Con toda pompa y ante miembros del Buró Político del Partido Comunista de Cuba (PCC) fue anunciada la reapertura en vísperas del accidentado aniversario 500 de la Villa de San Cristóbal de La Habana, una fecha que trajo consigo el cumplimiento apresurado del cronograma estatal para intentar enmascarar, sin éxito, las seis décadas de abandonos y chapucerías que han convertido la otrora deslumbrante capital en un gigantesco solar.
Los habaneros y residentes en provincias aledañas aguardaron el suceso con grandes expectativas, pues varios reportajes de la prensa oficial mostraron estanterías atiborradas de productos que no aparecían en ninguna parte. La escasez que avanzaba inexorable por todo el país tuvo un misterioso contratiempo en la imponente mole neoclásica de amplios ventanales e inmaculados suelos. Tanta abundancia salida de no se sabe dónde disparó la ansiedad de miles de clientes, al punto de que la jornada inaugural devino en la memorable “Batalla de Cuatro Caminos”, en la cual se sucedieron actos vandálicos, encontronazos con la policía, arrestos, vidrieras rotas y huesos fracturados.
El glamour se vino abajo ante el desespero de quienes habían amanecido en las colas para comprar juegos de baño, enseres de ferretería, sazones, aceite, cerveza, productos de aseo… todo lo que desde hacía tiempo escaseaba y se pensaba nadie volvería a ver con regularidad. El año 2019 estaba a punto de concluir y los cubanos vaticinaban tiempos peores; así que había que aprovechar.
Después de aquel bochornoso suceso las autoridades tuvieron que cerrar el mercado durante una semana para reparar los daños y reajustar el esquema organizativo. Cuando volvió a abrir no hubo tumultos, pero las colas fueron inmensas y así se mantuvieron por espacio de un mes aproximadamente, hasta que no quedó nada. La ola de desabastecimiento llegó, por fin, a la gran manzana de Atarés y solo quedó la espléndida edificación, tan vacía y anacrónica como su prima Kempinski, enclavada con sus cinco estrellas plus en el corazón de otro barrio igualmente plebeyo y pobre.
A un año de la reapertura, Cuatro Caminos está desolado. El amplio mercado de productos agrícolas que en los inicios tuvo la rareza de vender mercancía limpia, con calidad aceptable y en mallas de nailon, hoy exhibe frutabombas verdes, piñas minúsculas, calabazas blancas y platanitos que serían de fruta si llegaran a madurarse alguna vez. Ya no hay climatización, y los solícitos dependientes de entonces dieron paso a perezosas juventudes que desgranan sus horas celular en mano, seguras de que ningún cliente, por necesitado que esté, comprará algo de lo que allí venden.
A media marcha siguen funcionando el departamento de electrodomésticos en MLC, la oficina de la Western Union, una pequeña tienda donde productos de factura nacional se acercan a su fecha de vencimiento sin que nadie los mire, y un pequeño stand de venta de medicina tradicional, imprescindible en los tiempos que corren. Cerrados la panadería, los mercados en CUC y el departamento de cárnicos. El régimen ha procurado no someter la costosa instalación al impacto de las multitudes que acechan las restantes tiendas de La Habana, en su mayoría ripiadas, calurosas, oscuras y rodeadas de aguas albañales.
La tormenta de dólares, si alguna vez la hubo, ha desaparecido casi por completo. Los pocos equipos en existencia no generan colas ni estrés; son demasiado caros para quien depende de remesas. Todo el que podía comprar electrodomésticos ya lo hizo. Las tarjetas en MLC son ahora el salvoconducto para acceder al reino del puré de tomate, la leche importada de diversos tipos, legumbres, conservas y artículos de aseo imposibles de comprar en CUC o pesos cubanos, a menos que se consigan en el mercado informal, a precios disparatados.
Un año después de la ofensiva ciudadana que se hizo viral en redes sociales, y cuyas derivaciones político-ideológicas costaron al actor Andy Vázquez (Facundo Correcto) la pérdida de su empleo en el programa “Vivir del Cuento”, La Habana se ha convertido en un inmenso campo de batalla donde a diario se producen enfrentamientos de menor envergadura, pero a menudo violentos, por cualquier artículo de primera necesidad.
Sin embargo, justo es precisar que en ese período de tiempo la Plaza de Cuatro Caminos ha corrido con más suerte que la capital de todos los cubanos, aunque en modo alguno ha sido ni parece probable que se convierta, al menos en un futuro cercano, en el “epicentro de la actividad comercial habanera” que anunció a todo tren la prensa oficialista. La vistosa instalación aguarda tiempos mejores al igual que la Villa de San Cristóbal, esta urbe artrítica que se ha arrastrado penosamente hacia su aniversario 501, dejando más derrumbes con víctimas fatales que nunca. Tristemente, y a diferencia del Mercado Único, no han de bastar cuatro años, ni siquiera cuarenta, para rescatar lo que alguna vez fue.
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