LA HABANA, Cuba.- El debate del proyecto de Constitución es noticia permanente en los medios estatales de comunicación, donde aparecen entrevistados hablando del tema con tanta elocuencia y orgullo ciudadano que resulta imposible no dejarse seducir por la belleza de las palabras libertad, derecho, democracia, cambio…
Pero en los barrios humildes, donde los conceptos son letra muerta, se aprecia que una abrumadora cantidad de cubanos ignora cuál es el propósito de una Constitución, y cuáles son las cuestiones que deberían preocuparles en aras de contribuir sabiamente a la conformación de la Ley Suprema que regirá al país.
El contraste entre lo que transmiten por televisión y lo que acontece en estas reuniones plebeyas, muestra dos Cubas completamente distintas. El paisano televisado transpira empoderamiento cívico y una confianza extemporánea en que sus coterráneos son igualmente conscientes del momento crucial que atraviesa la sociedad cubana.
En los barrios denominados marginales, sin embargo, un grupo discreto de personas se reúne ante la enseña nacional para que la Delegada explique “los puntos más importantes” del proyecto de Constitución, mientras una improvisada amanuense, sentada en un banquito bajo el único farol de la cuadra, con un tablón sobre las piernas, papel y bolígrafo, se ocupa de anotar las sugerencias aportadas por los vecinos. Entre todos se mueve la presidenta del CDR, con un listado que registra el nombre de cada asistente. Alguno se hace el desentendido y no lo firma, pero la lista crece hasta que los números superan a los presentes.
De los 755 puntos publicados en el proyecto, la Delegada prefiere explicar la Ley Electoral, que no sufrió modificaciones esenciales, y el proceso de repatriación, que en nada interesa a quienes residen en Cuba con carácter permanente. Ni una palabra sobre los derechos individuales, la gestión de la economía o el alcance de la Seguridad Social en un país donde las personas mayores de 60 años representan el 20,1%.
Cuando acaba la vocera, emergen los lamentos de siempre. Una vecina expone su condición de jubilada que debe pagar demasiado por sus medicinas. Otra mujer de avanzada edad explica que es peritada y su pensión mensual de 180 pesos (7 USD) por concepto de Seguridad Social no le alcanza para pagar el arreglo de la máquina de su refrigerador, que le cuesta 40 CUC (1000 pesos o 36 USD).
Esas y otras miserias personales animan el coloquio constitucional mientras la Delegada se limita a recalcar que “estamos tomando nota de todo para que las instancias lo valoren”. Así han transcurrido varios debates en Centro Habana y Habana Vieja, donde el menosprecio por cualquier ejercicio cívico parece más acentuado que en otras localidades de la capital. No es de extrañar que a la llamada “consulta popular” solo acudan algunos ancianos, dos o tres jóvenes que se burlan sin pudor de la ridícula arenga, y oyentes cansados de fingir pero demasiado temerosos para abandonar la costumbre.
En estos barrios la cita constituyente no sobrepasa los veinte minutos y, a juzgar por la actitud general, lo mismo está ocurriendo en localidades periféricas. La participación ha sido escasa e ineficaz, señal de que el proceso marcha sin éxito hacia su fecha culminante, a pesar de toda la fanfarria institucional y mediática.
Es un circo penoso por el gran dilema que encierra, e insultante por la pretensión gubernamental de hacerlo ver como consulta popular. Mientras los entrevistados en el Noticiero parecen llevar el legajo cosido debajo del brazo, fuera de cámara la gente continúa enfocada en el cartón de huevos y el Enalapril, sin querer saber de Constitución alguna.
“Ya eso está redactado y firmado, lo demás es puro teatro”; “no sé si lo hicieron (el debate), la verdad, yo ni me enteré”, son cubanísimas reacciones al llamado a la participación ciudadana. Y esto solo con palabras, que los gestos y expresiones son todavía más elocuentes.
Evadir el debate, la pregunta, la responsabilidad… eso buscan los cubanos. Ninguno quiere ser el vecino que pone “caliente” la reunión; por tal motivo dejan que la Delegada hable, pregunte y se responda en un soliloquio interrumpido únicamente por las viejitas que no tienen más consuelo que quejarse. Luego todos a casa, que impaciencia y desinterés hacen denominador común en estos cónclaves, como si el futuro del país fuera un mal paso al que hay que dar la mayor prisa posible.