LA HABANA, Cuba.- Los cubanos, del bando que seamos, para casi todo, venga al caso o no, citamos profusamente a José Martí. El problema es que más allá de los Versos Sencillos, Ismaelillo y la Edad de Oro que estudiamos en las escuelas, muy pocos hemos leído y analizado con detenimiento a Martí.
Los que más lejos han ido al respecto son los intelectuales orgánicos del régimen en el Centro de Estudios Martianos, pero ha sido de un modo maniqueo e interesado, escamoteando lo inconveniente para manipular su ideario y hacerlo corresponder con el del castrismo, presentándolo como el inspirador de Fidel Castro, y escudándose en él para justificar el partido único.
El castrismo se afana en destacar el antimperialismo martiano, a pesar de que ni el antimperialismo, y ni siquiera el imperialismo como tal, existían en la vida de Martí, sino que empezaban a configurarse. En todo caso, las ideas de Martí, particularmente luego de ser esgrimidas por Fidel Castro, darían sustento al antimperialismo latinoamericano del siglo XX.
En la narrativa oficial sobre el antimperialismo de Martí y su aprensión hacia los Estados Unidos se repite hasta el cansancio la frase “Viví en el monstruo y le conozco sus entrañas”. Y sobre todo el fragmento de la carta inconclusa al mexicano Manuel Mercado, escrita vísperas de su muerte en combate, en Dos Ríos el 19 de mayo de 1895, donde dice: “Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país, y por mi deber —puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo— de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. En silencio ha tenido que ser, y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas…”
Ese párrafo, al que tanto ha recurrido el castrismo, conviene ponerlo en contexto para su mejor comprensión.
Martí, desesperado por recabar apoyos para la guerra por la independencia de Cuba, luego de recurrir infructuosamente al gobierno norteamericano, que no se decidía a poner en riesgo sus intereses económicos en la isla en un conflicto con España, había apelado al dictador mexicano Porfirio Díaz, con quien se reunió en julio de 1894. En aquella reunión, Porfirio Díaz le había expresado a Martí su temor de que los Estados Unidos se anexaran Cuba. Martí quiso avivar ese temor para que Porfirio Díaz se decidiera a apoyar la independencia de Cuba. Confiaba en que su amigo Manuel Mercado, que era ministro y hombre muy cercano a Díaz, le haría llegar la misiva.
Menos publicitada que la carta a Manuel Mercado, y muy distinta a ella, es la que escribió Martí el 4 de agosto de 1892 a otro amigo suyo, Gerardo Castellanos, donde dice: “No procuramos, por pelear innecesariamente contra el anexionismo imposible, captarnos la antipatía del Norte, sino que tenemos la firme decisión de merecer y solicitar y obtener su simpatía, sin la cual la independencia sería muy difícil de lograr y muy difícil de mantener”.
Y en carta al director del The New York Herald, fechada el 2 de mayo de 1895, menos de dos semanas antes de su muerte, Martí escribió: “Cuba quiere ser libre, para que el hombre realice en ella su fin completo, para que trabaje en ella el mundo y para vender su riqueza escondida en los mercados naturales de América, donde el interés de su amo español le prohíbe comprar…Los Estados Unidos preferirán contribuir a la solidez de la libertad de Cuba con la amistad sincera a un pueblo independiente que los ama y les abrirá sus licencias todas a ser cómplice de una oligarquía pretenciosa y nula”.
Martí conoció bien la sociedad norteamericana, porque vivió muchos años exiliado en los Estados Unidos, casi tantos como los que vivió en Cuba. Estudió a fondo la cultura, la historia y la política norteamericana, y como lo evidencia en Escenas Norteamericanas, quedó deslumbrado por los Estados Unidos. Advirtió sus defectos, pero eso no lo hizo un antinorteamericano en modo alguno.
A Martí le preocupaba que los Estados Unidos pudieran intentar expandirse sobre Latinoamérica, pero no llegó al extremo de Simón Bolívar cuando afirmó que “los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia a plagar de miseria a los pueblos de América en nombre de la libertad”. Martí era nacionalista, pero como liberal y demócrata estaba por el aprovechamiento de la experiencia norteamericana para aprender de ella en cuanto a modernidad, constitucionalismo y democracia, como plantea en su ensayo de 1891 Nuestra América.
Hay un Martí que no se cita, que resulta inconveniente. Y no me refiero solo al que resulta contradictorio al castrismo. Me refiero al Martí que puede sorprender y decepcionar por la idealización que hemos hecho —o nos han hecho— de él.
Hoy, a propósito del peliagudo problema de los inmigrantes, resultarían violatorios de las normas de lo políticamente correcto los prejuicios de Martí sobre los inmigrantes italianos e irlandeses que llegaban a los Estados Unidos, a quienes consideraba una inmigración inculta y peligrosa.
En el artículo “La inmigración italiana”, publicado en la revista La América, en octubre de 1883, se refiere a los italianos “que tienen de árabe y de bohemio y parecen salir del seno de la naturaleza porque se encienden súbitamente al amor y la cólera como un montón de paja”.
Peor aún trató a los irlandeses en el periódico bonaerense La Nación (6 de noviembre de 1884) cuando afirmó: “Los de Irlanda no gustan de ir al campo, donde la riqueza es más fácil y pura y el carácter se fortifica y ennoblece, sino quedarse en la ciudad, en cuartos infectos o en chozas de madera viejas encaramadas en la cumbre de las rocas, empleados en servicios ruines o aspirando, cuando tienen más meollo, a que el pariente avecindado les saque un puesto de policía si son mozos esbeltos, o de conserje o cosa tal”.
En cambio, varias veces se refirió elogiosamente, calificándolos como “laboriosos, sesudos, con hábitos sobrios y educados”, a los inmigrantes alemanes, suecos y noruegos.
Lo de los inmigrantes noruegos hoy haría asentir, moviendo la moña rubia entusiastamente, al presidente Donald Trump, y provocaría que muchos pusieran el grito en el cielo, además de los demócratas liberales, los partidarios del multiculturalismo y demás progres, siempre tan susceptibles.
Martí, humano al fin, por genial que fuese y aunque nos pese admitirlo, también era capaz de hacer comentarios desafortunados.