LA HABANA, Cuba. – En los últimos tiempos, se han hecho evidentes algunas similitudes entre Miguel Díaz-Canel y Nicolás Maduro, personajes de una trágica opereta que, de momento, parece interminable. Ante las urgentes necesidades de la gente, ambos rechazan la ayuda humanitaria con absurdos y crueles argumentos.
Sin carisma, destilando siempre una verborrea vacía y embustera, brutales en sus gestos, pertenecen ambos rara clase de mandamases que no saben de lo que hablan. Son los clásicos cuadros que produce en serie la escuela del Partido Comunista, Ñico López, y que solo usan la palabra para insultar y dividir, para echar su propia basura sobre sus detractores- En fin, gente que ni piensa ni deja pensar.
Sus países se derrumban y ellos, aferrados al poder como marionetas manejadas por demonios muertos que una vez se hicieron llamar comandantes, carecen del menor compromiso con la vida. En su ineptitud y su continuismo, solo buscan desesperados una teta que los salve mientras llueven las catástrofes sobre los ciudadanos a los que deberían servir.
Similares Díaz-Canel y Maduro en su procedencia civil, en apoyarse de un poderoso y podrido gorilato; en la capacidad para empobrecer el país y culpar a Estados Unidos, a la ultraderecha y a la prensa; en llenarse la boca con las palabras “amor”, “fraternidad”, “confianza en el pueblo”, gobernando por la televisión y parloteando sin tregua ante su audiencia de comparsas.
En Cuba, los viejos de la montaña miran la hecatombe del tornado, pero solo escuchan, como Kubla Khan, entre el tumulto, las voces que a lo lejos presagian tiempos aún peores. Gardean al delfín continuista y se miran en el espejo de aumento de Venezuela, donde un tornado mucho peor les quita el sueño, donde el delfín chavista tampoco duerme en paz. Díaz-Canel y Maduro se parecen también en que ninguno de los dos tiene futuro alguno.
No obstante, fingen que encuentran nuevas maneras de engatusar a la gente. Ocurre con el turismo. Díaz-Canel les promete a los turistas un “sol eterno” que suena como una versión light del “eterno Baraguá”. Maduro, por su parte, promete una bella y segura Venezuela. Así se lanzan los dos a la ridícula aventura de la Marca País.
Ya sabemos que la susodicha “marca” no es más que un concepto de marketing para referirse al valor intangible de la reputación e imagen de una nación, que aparece a través de varios aspectos, como la cultura, el deporte y las empresas, entre otros modos, enfatizando las cualidades nacionales que hacen la diferencia.
El concepto ha evolucionado mucho desde que surgiera en España en la década del setenta y se ha afirmado en sellos comerciales como “Marca España”, “Presencia Suiza”, “Hay un Perú para cada quien”, “La respuesta es Colombia”, “Esencial Costa Rica”, “Marca País Honduras”, etcétera.
En Cuba, comenzó a abordarse el tema hace varios años, en la primera Bienal de Diseño: próximamente nuestro país contará con una Marca País, “el elemento de identidad visual empleado para resaltar en el mundo la pertenencia a una nación de bienes o servicios”. En este caso sería un triángulo rojo con una estrella blanca al centro, en referencia a la bandera cubana.
En 2015, el vicepresidente de Venezuela Jorge Arreaza declaró que la Marca de su país hablaría “de la igualdad y la oportunidad que merecemos todos los venezolanos”, que esta no sería “solamente un proyecto hermoso, sino también herramienta fundamental para la Venezuela potencia, para la belleza de Venezuela”.
Ahora Nicolás Maduro, escondido entre tanques y “chatarrosos” generales, perturbado como un perro rabioso, lanza la Estrategia Marca País “Venezuela abierta al futuro”. “Buena parte de la guerra mediática a la que es sometida Venezuela en el mundo tiene como objetivo que nadie se acerque, que nadie venga a invertir, siendo Venezuela el mejor país del mundo para las inversiones”, dijo el usurpador.
Su pareja de bailongo y tumbadora, Díaz-Canel, está viendo amenazada las posibles inversiones en su Marca País debido al soporte represivo que le vende a su cebado compañero de diversión “bolivariana”. Pero ya esta ruidosa máscara no alcanza para esconder la verdadera cara de fracaso y criminalidad política de ambos regímenes, que a la postre son uno solo.
Muy bien pudieran ambos promover la Marca Cubazuela y, cuando el marketing necesite rostros y nombres representativos del país, para sembrar convicción, no utilicen los de sus artistas, deportistas y empresas célebres, sino, por ejemplo, los nombres y los rostros de Diosdado Cabello y Ramiro Valdés, los de Hugo Chávez y Fidel Castro, de la Seguridad del Estado cubana y el del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional, o lo que es igual: el Helicoide y Villa Marista.
En cuanto al mañana, hay cierta diferencia entre el cubano y el venezolano. Mientras Maduro se atreve a asegurar que “ya fui al futuro y volví y vi que todo sale bien y que la unión cívico-militar le garantiza la paz y la felicidad a nuestro pueblo”, como si fuera un Marty McFly acabado de salir de la película “Regreso al futuro”, Díaz-Canel es más práctico. El delfín del castrismo se limita a dar por aprobada la nueva Constitución dos semanas antes del referendo, y, claro, él es más sutil que el grandote del bigote (no eructa en público, digamos). Sabe que la Carta Magna será aprobada, no porque haya ido y regresado del porvenir, sino porque le resulta fácil, sin mística ni pajaritos, hacer cuanto haga falta para que ese hecho futuro quede garantizado desde el presente.