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Pecados autoritarios en Europa Oriental

Alexánder Lukashenko y Vladimir Putin (Foto: AFP)

LA HABANA, Cuba. – En días recientes, en los titulares de prensa ha ganado espacio la República de Bielorrusia. Se trata del país al cual ahora, si queremos ser modernos y “políticamente correctos”, debemos llamar Belarús, aunque en nuestro idioma, en ocasiones, ha sido denominado Rusia Blanca, que es lo que significa su nombre eslavo.

Cualquiera que sea el sustantivo que utilicemos, ese Estado se ha ganado la actualidad noticiosa gracias a las masivas protestas del pueblo contra la brava comicial allí perpetrada. Según los conteos realizados en los distintos colegios electorales, la principal candidata opositora ganó con aproximadamente el 60% de los votos. Pero las cifras oficiales sólo le atribuyen un escuálido 10, mientras que el presidente en funciones (y candidato a la reelección) Alexánder Lukashenko habría obtenido el 80.

Lukashenko, cuyo apellido en la lengua local termina en “a”, pues se sabe que en los idiomas eslavos orientales la “o” y la “a” suelen confundirse, rige los destinos del país desde 1994. Pero aún le parece poco y aspira a continuar adherido al poder. Es habitual que la prensa le dé un sobrenombre muy poco deseable: “El último dictador de Europa”.

Esa denominación despierta dudas. Porque, ¿entonces cómo debemos conceptuar a Vladimir Putin? ¿Como un demócrata!… Cabe admitir una sola explicación: la excepcionalidad de Rusia, su territorio inmenso que se extiende por dos continentes y no sólo sobre el viejo. Solo así podemos aceptar el infamante epíteto achacado al amo de Minsk.

En cualquier caso, es un hecho cierto que el pueblo bielorruso, en distintas ciudades del país, se ha lanzado a las calles en protesta por el grosero pucherazo. Los manifestantes se cuentan por cientos de miles. Se han hecho llamados a la huelga y este jueves suspendieron sus labores nada menos que los trabajadores de la Televisión Nacional.

Por desgracia, falta liderazgo en la lucha contra la dictadura. Serguéi Tijanovski, otrora el bloguero más popular del país, se perfilaba en ese sentido. Pero las falsas acusaciones y las cárceles del régimen le arrebataron esa posibilidad y la de aspirar a presidente. Entonces, entró en escena su esposa, que fue capaz de reunir las cien mil firmas que exige la Ley para inscribir su propia candidatura.

Pero la señora Svetlana Tijanóvskaya ha demostrado no estar a la altura del reto que implica echar por tierra un sistema autoritario. Pese a sus falencias para hablar en público, logró obtener el respaldo popular. Pero a la hora de defender la victoria que alcanzó en las urnas, no fue capaz de resistir las amenazas de las fuerzas represivas de Lukashenko. Optó por refugiarse en la vecina Lituania.

Algunos consideran que eso es lo que cabía esperar de una mujer a la que le han ofrecido encarcelarla; de una madre a la cual, de manera canallesca, le aseguraron que la represión se extendería también a sus hijos. Esto es cierto. Pero también es verdad que esa no es la conducta que cabe esperar de alguien que —se supone— encabece la lucha de un pueblo por su libertad.

En el ínterin, el otro dictador residente en Europa (en este caso, en el imponente Kremlin de Moscú) parece estar involucrado en lo que —según todos los indicios— es un nuevo envenenamiento de un opositor.  El zar Vladimir Putin, comportándose como una rediviva Lucrecia Borgia, parece preferir ese método para lidiar con quienes se le enfrentan.

Hay casos anteriores: Anna Politkóvskaya (2004), Alexánder Litvinenko (2006), Vladimir Kará-Murzá (por partida doble, en 2015 y de nuevo en 2018) y Piótr Verzílov (2019). Hay también antecedentes internacionales: Víktor Yúschenko (en la Ucrania de 2004) y los Skripal (en la Inglaterra de 2018). A ellos se suma ahora el affaire de Alexéi Navalny. Como se ha informado, este destacadísimo líder opositor ruso quedó inconsciente mientras realizaba un vuelo interno en el inmenso país.

Conociendo sus síntomas y los repetidos antecedentes recién mencionados, todo hace pensar en un nuevo envenenamiento. De inmediato surgieron las negativas: las de la compañía aérea: “El viajero no ingirió nada durante el vuelo”. Y este viernes, de los médicos: “No se detectaron venenos ni rastros de ellos en los análisis de sangre ni de orina”, declaró el portavoz del hospital de la ciudad siberiana de Omsk al que Navalny fue conducido de urgencia.

¡Qué tremenda eficiencia la de los peritos de Putin! ¿No saben que, en cuestiones de envenenamientos (y ante las innumerables posibilidades), a menudo resulta imprescindible saber qué tósigo específico es el que hay que buscar para determinar si esa sustancia se encuentra o no en los fluidos vitales de la víctima! ¡Pero qué importancia puede tener ese “detallito” para los incondicionales de un dictador (aunque no sea “el último de Europa”)!

Para colmo, los facultativos de Omsk parecieron convertirse por algunas horas en una especie de secuestradores. Rechazaron de inicio que su paciente fuese trasladado a alguno de los países de Europa Occidental que se han brindado para prestarle asistencia al destacado opositor, presuntamente envenenado. Y esto pese a que desde Berlín enviaron con ese objetivo un avión-ambulancia.

Resulta oportuno citar el comentario hecho en su muro de Facebook por un excautivo político del comunismo soviético: Alexánder Podrabínek. Este buen amigo de la democracia en Cuba expresó que esa retención “desde el punto de vista jurídico es, como mínimo, extraña, y de hecho viola los derechos y libertades”.

Felizmente, a las pocas horas, el régimen putinesco, ante la firme postura asumida por familiares y amigos del paciente y por la opinión pública, reconsideró esa arbitraria decisión. El mismo portavoz hospitalario hizo honor a la frase hecha: “Donde dije ‘digo’, digo Diego”. Si antes invocaba los “muchos riesgos” que entrañaba el traslado para el paciente, ahora recalca su condición “estable”, que sí permite su viaje.

Esperemos que el pueblo bielorruso pueda sacudirse el yugo de quien es ya su tirano, pero que pretende seguir siéndolo de por vida. Confiemos también en que los técnicos alemanes puedan determinar si Alexéi Navalny fue envenenado y con qué, y que el opositor (al igual que antes lograron hacerlo la Politkóvskaya, Kará-Murzá y Verzílov) sobreviva al intento de asesinato y pueda reanudar la lucha política contra el actual dictador del Kremlin.

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