
MIAMI, Estados Unidos.- Luis Morlote, el sustituto de Miguel Barnet en la presidencia de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), solo es un funcionario de carrera que algunas veces hace programas de radio y televisión. Su currículum artístico es muy inferior a su hoja de servicios administrativos.
Presidió la Asociación Hermanos Saíz hasta que ya no parecía tan joven y, en cambio, parecía bastante maduro para irse a la UNEAC como sucesor declarado. Lo mismo que el gobierno, la organización tiene un primer vicepresidente, un heredero supervisado que está a la espera de la vejez claudicante de su jefe.
A Barnet le llegó el turno de descansar, pero sale con el consuelo de haber escrito sus novelas. Alguna novela grande, como Biografía de un cimarrón, que le dejará todavía algún honoris causa, algún coloquio, alguna tesis de diploma. Morlote llegó a la cima de su carrera de funcionario sin ese consuelo, que también ayuda a hacerse respetar frente a los subordinados, del propio mérito artístico. Los miembros de la UNEAC esperan que “gobierne” un artista reconocido.
La UNEAC, aunque declara que es “una organización social con fines culturales y artísticos” y que agrupa a sus miembros bajo “el principio de selectividad, sobre la base de su currículum artístico”, también reconoce, como objetivo máximo, el de “preservar el proyecto de justicia social e independencia nacional”.
Desde el principio, la libertad de creación ha sido una de las nociones más inquietantes para los burócratas y artistas cubanos desde que Fidel Castro se reunió con los intelectuales en 1961 y dijo que iba a permitirles todo, excepto la crítica del sistema político. Por eso la UNEAC reconoce hoy “la más amplia libertad de creación”, pero “rechaza y combate toda actividad contraria a los principios de la Revolución”. Así, coherente con su naturaleza original, solo a veces parece una asociación de artistas y casi siempre resulta un dispositivo para el control de artistas.
El galardón máximo que exhibe el nuevo presidente es el Premio de Periodismo Cultural José Antonio Fernández de Castro. Su obra más perdurable es un programa informativo de estilo tradicional que publica noticias culturales. Como se trata de un diario, es probable que Morlote, el funcionario, no participe todo el tiempo de las rutinas del noticiero, un producto, por otra parte, más periodístico que estrictamente artístico.
Morlote “es continuidad”. Poco eufónica, de uso inusual, esta palabra, continuidad, se ha convertido en una de las piedras de toque del discurso político del relevo generacional. #SomosContinuidad es uno de los hashtags favorito de Miguel Díaz-Canel en su reciente oficio de tuitero. La continuidad, hasta ahora, es el único argumento de legitimidad que los nuevos dirigentes cubanos pueden ofrecer.
El nuevo presidente de la UNEAC, si se quiere, viene con doble continuidad. No solo es la continuidad pálida de Barnet, el novelista, como Díaz-Canel es la continuidad pálida de Raúl, el guerrillero. También parece la continuidad del propio Díaz-Canel. Más joven, de la misma provincia, graduado de la misma universidad, Morlote expresa el ascenso del funcionario de quien nadie se espera un currículum ni capacidades extraordinarias, solo una gris lealtad. Que los artistas, al menos, sigan fingiéndose unánimes, como el país debe seguir.