HARVARD, Estados Unidos.- El totalitarismo en Venezuela ya no es una idea que hace apenas un año, o quizás menos, parecía descabellada. Es un hecho, cuyos capítulos finales se materializan progresivamente sin que se avizore una estrategia que pueda detener el paso arrollador de la clase política surgida con el triunfo de Hugo Chávez en 1998.
La gradual disminución de las protestas en las calles y el aumento de las discrepancias en las filas opositoras sobre qué pautas seguir en una lucha que se torna cada día más difícil a la luz de la impunidad de las fuerzas represivas, abren el diapasón de las conjeturas sobre la posibilidades reales de evitar el triunfo de un modelo muy similar al que existe en Cuba.
Al analizar el compendio de repulsas y regaños de gobiernos e instituciones internacionales contra la deriva dictatorial de Maduro, sería saludable pensar en las actitudes antagónicas a estos posicionamientos para tener una idea lo más exacta posible de los sucesos presentes y los que podrían ocurrir en el futuro cercano.
Por ejemplo, el Kremlin ha mostrado sin medias tintas, su respaldo moral y político al régimen venezolano. A esto hay que sumar el silencio de Pekín. Dos países miembros del Consejo de Seguridad que ven al país sudamericano como una ficha a su favor en el tablero de la geopolítica.
En medio de tensiones de lo que apunta a ser una nueva guerra fría, Venezuela se convierte en un factor nada despreciable en la apropiación de áreas de influencia, por parte de potencias con históricas ambiciones imperiales.
Una lección a sacar de este fenómeno político regional, en el cual La Habana tiene un protagonismo fuera de cualquier duda, es que no se debe subestimar la capacidad subversiva de una izquierda que se niega a abandonar sus fuentes ideológicas marxistas-leninistas.
La élite política insular, más allá del tiempo que lleva en el poder y la muerte de su máximo líder, conserva intactas sus competencias para organizar revoluciones y estructurar gobiernos tiránicos en cualquier latitud del planeta.
Ahí está Nicaragua convertida en un feudo de Daniel Ortega, Bolivia al mando de Evo Morales que no hace nada sin el visto bueno de sus padrinos del Palacio de la Revolución y a la espera del momento oportuno para liderar un cambio que conduzca al unipartidismo y la economía controlada por el Estado.
Venezuela es la coronación del experimento. El eje central de un plan dirigido a establecer una comunidad política transnacional en las Américas distinguida por el antinorteamericanismo y la supresión de todos los preceptos de una democracia, en cualquiera de las versiones que respetan sus valores fundacionales.
La inminente conversión de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en un partido político también augura nuevas convulsiones en el subcontinente.
Los estrategas del castrismo, ya deben tener varias líneas de acción a desarrollar tan pronto se concrete la participación política de los otrora guerrilleros.
Es obvio que bajo la bandera del socialismo del siglo XXI se continuarán tejiendo todo tipo de conspiraciones, autogolpes y otras medidas activas para instaurar gobiernos que contribuyan a la soñada derrota de Occidente con Estados Unidos y Europa a la cabeza.
En Venezuela se juega el futuro de un megaproyecto de dominación a largo plazo y el mundo, hasta el momento, no reacciona en consonancia a la magnitud de los excesos cometidos por las fuerzas represivas.
Falta una reacción en cadena, medidas más drásticas y coordinadas contra los autores de la ruptura del orden institucional y eso puede quedar como un mero deseo frente al relativismo que define el curso de las relaciones internacionales.
Paso a paso se construye el segundo totalitarismo del continente americano, ahora en una nación que posee las mayores reservas de petróleo del orbe.
Una realidad que anuncia graves conmociones en el horizonte social y político de América Latina y el mundo.