Los silencios de la prensa extranjera en Cuba


LA HABANA, Cuba. – Un grupo de jóvenes artistas cubanos es sistemáticamente perseguido, asediado y violentado por la policía, pero el hecho apenas trasciende el marco de las redes sociales y solo ocupa lugar en algunos medios de la prensa independiente.
Cerca de una decena de personas —entre ellos poetas, periodistas, plásticos, músicos y hasta un científico— se declaran en huelga de hambre al mismo tiempo y en el mismo lugar pero aun así el suceso, digno de un titular en cualquier periódico o noticiario, no es considerado noticia para la prensa extranjera acreditada en la Isla, tal vez mucho más preocupada por aquellos asuntos marcados desde la agenda oficialista y que nunca son ni los cotidianos derrumbes de viviendas y la tragedia humana que arrastran, ni los enfrentamientos de policías y ciudadanos en las colas para comprar alimentos, mucho menos el descontento popular a punto de escalar a revueltas de mayor magnitud.
La prensa extranjera no solo guarda silencio sobre lo que sucede ahora mismo en el barrio de San Isidro, en plena Habana Vieja, y que pudiera terminar en muertes, sino que la mudez la ha convertido en una práctica de un “ejercicio de sol y playa” mucho más parecido a unas largas vacaciones en el Caribe que a esa labor profesional de alto riesgo que demandan las circunstancias.
Ser periodista en Cuba significa al menos tres cosas muy peligrosas: reportar desde el epicentro de una dictadura militar, intentar obtener información y ser fieles a la verdad donde no existen transparencia informativa ni libertad de expresión y, una tercera que quizás debiera ser la primera de todas, indispensable para lograr las dos anteriores, saltarse muchas reglas, incluidas las contenidas en varios artículos de las resoluciones que funcionan como “leyes mordaza”.
Pero no siempre fueron así de obedientes los corresponsales extranjeros. No mientras no fue puesta en vigor la Resolución 44/97 del MINREX que los obligó al “pacto de silencio”. Una disposición que, lejos de lo que se ha dicho en algunos informes sobre Libertad de Expresión en Cuba, jamás ha sido revocada, tanto es así que fue el mecanismo legal usado en 2007 para “expulsar” de una manera “muy diplomática” a los molestos corresponsales Gary Max (Chicago Tribune), César González (El Universal) y Stephen Gibbs (BBC), y continúa siendo el recurso que obliga a mantener la boca cerrada para que “no entren moscas”.
A La Habana llegaron en bandada los “reporters” cuando comenzó a tambalearse el Muro de Berlín, alquilaron suites en el Habana Libre y en el Hotel Nacional cuando parecía que el Periodo Especial, el Maleconazo de 1994, las explosiones de un par de bombas en la capital en 1997 y la visita del Papa Juan Pablo II en 1998 serían el dilatado y apoteósico capítulo final del castrismo pero, a la postre, nada sucedió de acuerdo con las expectativas y, como en cualquier espectáculo, cuando el desenlace se dilata o posterga demasiado, la obra se vuelve aburrida y el público se duerme, se distrae, se larga.
Pero no es la función del periodista dormirse, distraerse o marcharse. Un reportero jamás debería ser un simple espectador, mucho menos un repetidor de la “nota oficial”, no cuando a todas luces sabemos que bajo la aparente calma que algunos se empeñan en atribuirle al contexto social cubano están sucediendo cosas que al régimen le conviene mantener ocultas y que implican explotación laboral —como son los caso del personal de la salud en las llamadas “misiones”, de deportistas y trabajadores del turismo—, escamoteo de los derechos y libertades elementales del ser humano, militarización y monopolización de la economía, despidos masivos de trabajadores del sector estatal, violaciones sistemáticas de la Constitución, entre muchísimos otros fenómenos que han convertido a Cuba en uno de los países más pobres y en una de las sociedades más cerradas del orbe.
Incluso cuando fueron más libres en su ejercicio, la mayoría de los corresponsales extranjeros siempre se cuidó de mantener la distancia con los grupos opositores o de tratar como a colegas a los periodistas independientes, demasiado “militantes” para un código gremial que, aplicado al contexto cubano, también sirve para justificar los silencios y los brazos cruzados.
La caída del “comunismo tropical” había que disfrutarla en vivo, pero jamás a nivel del suelo. El hambre, las mazmorras y los actos de repudio debían ser noticia, pero no experiencia traumática y vital. Y cuando el tiempo pasó y nada se derrumbó más allá de los vetustos edificios que día tras día aplastan o dejan sin hogar a las “pobres gentes” —tan pintorescas como simples decorados en una escena de Fast and Furious 8— terminaron “adaptándose” al contexto, incluso beneficiándose de los desplazamientos humanos forzosos del Plan Maestro de Eusebio Leal.
Cuando algunos fueron convidados a ocupar con sus redacciones y escritorios los edificios recién restaurados del Casco Histórico, los mismos que alguna vez fueron el hogar de esas “criaturas baratas” de sol, sexo y playa que apenas son las cubanas y cubanos para esa parte más festinada e inmoral de la prensa extranjera, no dudaron los “yumas” en responder que sí, sin cuestionar los desarraigos y las “buenas intenciones”.
Pero todo “acomodo” en un país incómodo tiene un alto precio. Muy similar al que paga la jirafa por el ser el animal que, pegados sus pies a la tierra, tiene su cabeza más cerca de los cielos: la mudez.
Sabemos cuáles son los temas, propios del contexto nacional, que les están prohibidos a los corresponsales de las agencias foráneas autorizadas a permanecer en Cuba. No hay nada formal publicado al respecto, pero los años nos han enseñado a cubanas y cubanos que, ¡CUIDADO!, no se puede tocar a la puerta de este o aquel “journalist” —no importa si su agencia estuviera en Europa o en los Estados Unidos—, o de este o aquel “diplomático”, porque de inmediato la policía política derribará la nuestra con actitudes de pocos amigos para advertirnos de las consecuencias. Lo que es peor: la amenaza o el encarcelamiento no trascenderá en los reportes diarios de las “foreign agencies”, porque es mucho más imperioso informar que Carnival, Princess o Norwegian se alistan para enviar cruceros a la Isla.
Sabemos que la mayoría no viene a hacer periodismo sino turismo. Que llaman “jineteo” a la prostitución, “objetividad” al silencio, “sencillez” a la miseria, “hospitalidad” al servilismo, “felicidad” a la resignación. Sabemos que no gustan de hacer preguntas incómodas en las ruedas de prensa del MINREX y que ni siquiera cuestionan por qué es usual que los cubanos en la calle tengan miedo a responder cualquier pregunta frente a una cámara de televisión, o por qué las responden con una retahíla de consignas acuñadas por el Departamento Ideológico del PCC.
No les sorprende nada, y el país y sus realidades ocultas no les resultan mucho más interesantes que esa singularidad “real maravillosa” de los ensayos de Alejo Carpentier.
Intuimos que alguien en el Buró Político no solo les “lee la cartilla”, las reglas del juego, antes de que pongan un pie en tierras cubanas o que incluso arriban ya advertidos, domesticados, por sus propios jefes y editores, sobre cómo fingir “imparcialidad” para mantenerse como “periodista acreditado” en Cuba.
Saben callar, ocultar, susurrar, cerrar los ojos, pactar y sonreír. Lo necesario para que el Partido Comunista no los regañe fuerte o que, acusados de revoltosos o de espías y mercenarios, los encierre y use como moneda de cambio cuando “la cosa se ponga más fea”. Y en Cuba, desde hace más de medio siglo, algunas fealdades han pasado de recurrentes a endémicas.
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