LA HABANA, Cuba.- Resulta oportuna una cita de nuestro José Martí: “Dos peligros tiene la idea socialista, como tantas otras: el de las lecturas extranjerizas, confusas e incompletas, y el de la rabia disimulada de los ambiciosos, que, para ir prosperando en el mundo, comienzan por fingirse… frenéticos defensores de los desamparados”.
Conviene que recordemos esta expresión certera de nuestro Apóstol al comentar una de las fechorías de los “socios listos del Siglo XXI”. Ellos, en mayor medida que cualquier otro en Latinoamérica, se han hecho merecedores de vestir ese sayo que el Maestro confeccionó desde la centuria decimonónica y para todos los tiempos. Deseo referirme concretamente a las poses asumidas por esos “rojillos” ante los pueblos originarios de nuestro Hemisferio.
Es verdad que, si algún conglomerado humano merece apoyo es el de nuestros aborígenes. Sobre todo en tierras del continente les ha correspondido a ellos sufrir el abandono de las instituciones y la discriminación. Esta última adoptó formas tan groseras que un cantautor se consideró en el deber de aconsejar: “Dale tu mano al indio”.
Esa masa de desamparados (que en Bolivia constituyen amplia mayoría de la población) representaba un material humano muy prometedor para las ansias de reclutamiento y manipulación abrigadas por el “rojerío” de América Latina. Y esta tendencia política, en un principio, actuó de manera consecuente ante esas posibilidades.
Hubo avances, aunque no faltó algún que otro exceso. En Venezuela, por ejemplo, a “los derechos de los pueblos indígenas” está dedicado un capítulo de la Constitución chavista. De manera análoga, en la carta magna correísta del Ecuador, algunos preceptos (no exentos de reminiscencias soviéticas) se refieren a los derechos colectivos de las comunidades, pueblos y nacionalidades indígenas.
Pero fue en Bolivia donde se llegó a los mayores extremos. La Constitución del Estado Plurinacional dispuso que, además del castellano, en el país existiesen ¡nada menos que otros 37 idiomas oficiales!, que son otras tantas lenguas nativas. También se resucitaron los principios ético-morales del Imperio de los Incas. El Estado queda obligado a promover la medicina tradicional.
En la práctica social, Evo Morales y sus paniaguados hicieron caso omiso de las creencias cristianas ampliamente mayoritarias entre sus conciudadanos. So pretexto de “tradiciones originarias”, pretendieron reimplantar el paganismo. A esos efectos se les reservó a los sacerdotes indígenas el lugar central en las inauguraciones y otros actos oficiales.
Otra tremenda mentira de la cofradía de los “socios listos” fue tratar de presentar al propio mandamás boliviano como “primer presidente aborigen” de las Américas. Un infundio canallesco, cuya falsedad se nos revela por completo cuando pensamos nada menos que en don Benito Juárez, zapoteca legítimo, cuyos dos progenitores, en su propia voz, declaraban con orgullo ser “indios de la raza primitiva del país”.
Pero lo que origina el presente artículo es la nueva arremetida que, de cara a las “elecciones parlamentarias” que el régimen de Nicolás Maduro organiza para el venidero diciembre, han perpetrado los chavistas contra los aborígenes en la Patria del Libertador.
Se conocen todas las trapisondas que han acompañado la convocatoria de esta farsa. Esto incluye el nombramiento de un Consejo Nacional Electoral afín al chavismo, cosa que hizo no la Asamblea Nacional (que es el órgano competente para ello, según la Constitución), sino el Tribunal Supremo compuesto por incondicionales del régimen.
También está la toma, por parte de los llamados “colectivos” (bandas paramilitares gobiernistas compuestas por habituales del delito), de las sedes de los más emblemáticos partidos de la oposición. Esto —claro— con el contubernio de algunos tránsfugas que se han prestado a hacerle el juego al chavismo, al usurpar la condición de cabezas visibles de esas fuerzas políticas.
Es por esa razón que los verdaderos opositores venezolanos, con el apoyo de las principales fuerzas democráticas del mundo (con Estados Unidos y Europa a la cabeza), proclaman el boicot y el abstencionismo como única línea de acción posible ante la espuria convocatoria gobiernista.
Esto, pese al llamado hecho este martes por la Conferencia Episcopal del país sudamericano. La entidad católica, que tanta hidalguía ha mostrado en sus críticas de años recientes a la dictadura, reprende ahora el llamado a la abstención porque —alegó— “lleva a la inmovilización, el abandono de la acción y a renunciar a mostrar las propias fuerzas”.
Pero algunas de las fullerías más notables de este nuevo llamado a elecciones están destinadas de modo especial a los pueblos originarios de Venezuela. Es este un país en el cual la “Constitución bolivariana”, en su artículo 186, dispone que “los pueblos indígenas… elegirán tres diputados…, respetando sus tradiciones y costumbres”.
La primera trampa radica en el aumento del número de asambleístas. Aunque la carta magna dispone que este asunto se determine, en principio, “con representación proporcional” y en base a “la población total del país”, el régimen ha subido de 167 a 277 la membresía de la Asamblea Nacional.
Como se sabe, el número de habitantes de Venezuela ha mermado, tanto por la reducción de la natalidad como en virtud del éxodo de millones. Se trata de un fruto del desgobierno chavista, que ha sumido al país en la miseria y a sus súbditos en la desesperación. Pese a ello, el régimen hipertrofia el Legislativo. De ese modo, cuenta con más prebendas que repartir, no sólo entre los suyos, sino también en el seno de la oposición de trapo.
En esto, la injusticia radica en que, pese al crecimiento del número de curules, los pueblos originarios siguen teniendo los mismos tres diputados: una evidente injusticia que es probable que se deba al antimadurismo, que en el seno de esos pobladores originarios es aún mayor que entre el resto de sus compatriotas.
Para mayor escarnio, en el caso de esos pobladores autóctonos se ha hecho caso omiso del mandato constitucional de votaciones directas y secretas. So pretexto de sus “usos y costumbres”, se ha establecido para ellos un sistema comicial en el que los electores sufragarán a mano alzada por unos delegados que a su vez escogerán a los diputados. Una votación de segundo grado con la que Maduro espera poder imponer a los escogidos por él mismo.
Pese a todo ese engaño sucio y esa manipulación grosera, supongo que los “socios listos” seguirán proclamándose, de modo frenético, los más fieles defensores de los pueblos originarios americanos.
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