LA HABANA, Cuba.- Sorprende el empeño enfermizo del régimen, con tanta anemia y mataduras como sufre, en sumar nuevos enemigos a su larga lista. Aun a los adeptos. Como si tuviera de sobra.
Antes eran los desencantados, los arrepentidos, los que abrían los ojos, o a esos que como decía la gente, “les habían pisado un callo”, “los desmerengados”, quienes rompían con el oficialismo. Últimamente, es el oficialismo quien rompe con los que se despegan un milímetro del dogma y la ortodoxia. Especialmente si tienen preparación intelectual. Y más aún si son jóvenes.
Apenas dicen ‘ji’ y los expulsan a cajas destempladas de las filas de “los revolucionarios”. Ya no los pasan al plan pijama, que eso quedó solo para los pejes gordos. A los que se creen con derecho a discrepar, los excluyen sin miramientos, los multiplican por cero. Basta que den la menor señal de pensar con su propia cabeza, que se aparten un milímetro de las consignas y las orientaciones “de arriba”, que se pongan impertinentes y conflictivos con sus criterios, o simplemente que le caigan mal a alguien de la jauría de inquisidores, para que los colmen de epítetos (“centristas”, “nuevos revolucionarios”, “revisionistas”), los acusen de coquetear con la CIA, y por ende, los consideren enemigos, no dejándoles otra opción, con tantos empujones, que convertirse en tales.
De nada les vale que se muestren más marxistas que Marx, más guevaristas que Che Guevara, que se proclamen capaces, por el socialismo, de soportar las más duras pruebas, como las que soportó en su tiempo Mella de sus incomprensivos conmilitones comunistas. Si no están dispuestos a la obediencia incondicional y a dar brinquitos de fidelidad, automáticamente los descalifican y los consideran “mercenarios al servicio del imperialismo”.
Dan pena, pero se lo merecen. Hay que ser muy ingenuo, o muy tonto, para imaginar que los bonzos y oligarcas castristas, y sus sucesores, que se creen sapientísimos e infalibles, con lo intolerantes y soberbios que son, vayan a aceptar que quienes deban solo obedecer, servir y aplaudir, brinquen por sobre los dogmas y se crean poseedores de fórmulas mejores que las de ellos, los mandamases, para perfeccionar y salvar el socialismo.
Y todo será peor bajo la presidencia de Díaz-Canel. Bastó su discurso en el congreso de la UPEC, donde citó, como si fuese la Biblia, a Lagarde, el ciber-rancheador, y a Shakespeare, pobrecito, para juzgar quién es y quién no.
Iroel Sánchez, Enrique Ubieta y otros inquisidores, y los oportunistas vestidos de talibanes que les sirven de papagayos, deben estar al reventar de tanta contentura, con la luz verde dada para el extremismo más cerríl y descocotado.
Queda claro que el régimen solo precisa corifeos, dóciles y autómatas. Puede prescindir de aquellos que no lo sean al 100%. De cualquiera, sea quien sea.
Que se cuide Silvio Rodríguez, que fue quien tomó prestado de Che Guevara para una canción eso de “los asalariados del pensamiento oficial” que no supo interpretar correctamente Lagarde y tampoco Díaz-Canel al citarlo. Que se llame al orden con lo que escribe en su blog Segunda Cita, que para cantor de la corte los mandamases ya tienen sustituto, aunque no le llegue ni a la sandalia al autor de Ojalá: el greñudo cantautor y aplaudidor diputado Raúl Torres, con esos cantos luctuosos y apologéticos que compone en serie, antes de que se los encarguen, previsor como se volvió luego que apagó el candil de nieve.