LA HABANA, Cuba.- El acoso sexual se ha convertido en uno de los tópicos más candentes en lo que va de 2018. Los ecos de incidentes ocurridos allende los mares y las contundentes reacciones de miles de féminas, sea en el ámbito judicial o desde el activismo social, han generado atención y debate en las sociedades latinoamericanas.
En el caso de Cuba, donde mucho se habla acerca de frenar la violencia de género, el acoso no constituye un tema visible porque el coqueteo cotidiano entre hombres y mujeres es una práctica de larga data, aderezada con un elemento que en otros países ha adquirido connotaciones delictivas; pero que forma parte indisoluble de la idiosincrasia del cubano: el piropo.
Esas frases legitimadas por la tradición y la naturaleza jacarandosa de los insulares, eran asumidas como expresiones espontáneas de halago, un cortejo casual sin repercusiones que divertía a ambas partes y, en no pocos casos, alegraban el día de las féminas. Así lo recuerdan cubanos de otras generaciones que aprendieron a elogiar con respeto, gracia y delicadeza. Pero lo que antes representaba una suerte de “toma y daca” entre ambos sexos, siempre dentro de las buenas maneras, ha ido degenerando hacia el lenguaje soez y la ofensa, hasta convertirse en abuso.
Frases que no suenan bien, desagradables e innecesariamente gráficas han ido sustituyendo el amplio repertorio de agasajos orales, abriendo un campo de hostilidades donde mucho influyen el origen social de los individuos, el nivel de instrucción y la anquilosada mentalidad de un país donde aún se perciben rezagos machistas que se creían trascendidos.
Un reciente informe nacional sobre la igualdad de género y la violencia contra la mujer -el primero desde 1989- reveló que se siguen abordando las mismas aristas del problema, a pesar de los cambios que se han producido en la sociedad cubana. El enfoque del estudio -resultado de la Encuesta Nacional sobre Igualdad de Géneros aplicada en 2016 por el Centro de Estudios de la Mujer y la Oficina Nacional de Estadísticas e Información- se limita a la violencia doméstica, descartando otras formas de maltrato, más o menos sutiles, que afectan a casi todas las mujeres en Cuba.
La pesquisa reveló que en pleno siglo XXI los roles en la vida doméstica y la subordinación femenina a los imperativos sexuales del hombre, se mantienen como las principales problemáticas en cuestiones de género. No se habla de la violencia de género en el marco social, subrayando aquellas situaciones en que las mujeres se sienten maltratadas u ofendidas, y no tienen otra forma de lidiar con los agravios más que soportarlos e ignorarlos.
Tendencias actuales de la cultura de masas apuntan a la hipersexualización y el menosprecio de la figura femenina. El ensalzamiento de conductas sexistas y agresivas modifica la manera de percibir las relaciones sociales y sexuales, provocando una actitud equivocada en los individuos.
Hoy, muchas de las frases ofensivas con que los hombres abordan a las damas son variaciones de estribillos de reguetón, o manifestaciones de una concepción errónea, vil incluso, de la dinámica de la seducción. Aunque el acoso sexual no es un tema socorrido en la Isla, su mención ha generado un interesante debate que ofreció al equipo de CubaNet algunos criterios sobre dónde estaría la frontera entre el piropo y la agresión verbal.
Para hombres y féminas se trata, fundamentalmente, de forma y contenido. Los varones consideran, además, que hoy las mujeres jóvenes son más permisivas y provocadoras que hace veinte años. Según su parecer, los criterios de la moda y el clima sofocante no justifican per se que las muchachas se paseen con sus bondades a medio exhibir. Si lo hacen es porque les gusta inflamar el ánimo de los hombres, quienes asumen como una cuestión de virilidad el lanzarles piropos explícitos, alusivos a las zonas expuestas.
La irreverencia ante la idea del cuerpo como territorio libre de cada persona, impide que numerosos hombres respeten las decisiones de las mujeres en cuanto a vestimenta. No porque una joven decida salir a la calle con un short escandalosamente corto, debe estar obligada a soportar groserías. Son ellas el blanco principal de ataques verbales; pero también mujeres de virtuosa apariencia, a las que simplemente les va muy bien lo que traen puesto, deben aguantar la indelicada elocuencia de los mirones.
La cuestión no es tan sencilla como que las mujeres provocan y los hombres ripostan en consecuencia. En múltiples ocasiones, las palabras groseras vienen acompañadas de una molesta insistencia e incluso tocamientos. Sin embargo, estos casos no son denunciados producto de la falta de información que hace a las féminas más vulnerables al acoso sexual fuera del ámbito doméstico y laboral.
Mujeres que peinan canas consideran que el decir elegante es algo inusual en la actualidad, y recuerdan aquella época en que un elogio oportuno podía significar el principio de un hermoso noviazgo y, con suerte, hasta un matrimonio duradero. Las mozuelas, menos exigentes en cuanto a compromiso, coinciden en que los jóvenes de hoy carecen de “labia” para enamorar, y que la atención no deseada tiene menos que ver con la apariencia personal que con la grosería y el machismo imperantes.