LA HABANA, Cuba. — Hoy sólo he escuchado lamentos a mi alrededor. También burlas de los que se regocijan con el sufrimiento ajeno (y hasta con el propio, porque así de tonta es la materia que forma los cuerpos del mediocre, del envidioso y del represor). La frontera de los Estados Unidos ha cerrado para los cubanos y hay decenas de miles que no consiguieron cruzarla a tiempo. ¿Qué pasará con quienes vendieron casas, autos, ropas, el cuerpo y posiblemente el alma por hacer la ruta hasta la frontera?
Pues pasa lo que habremos de presenciar en las horas y días que vendrán, marcadas por más incertidumbre, más frustración y más llanto que los dejados en Cuba.
Hoy, mañana y quién sabe hasta cuándo decenas de miles de cubanos no dormirán pensando en qué será de sus vidas errantes, ahora que posiblemente no sean bienvenidos ni en un lado ni en el otro. Lo que tanto se venía anunciando en rumores terminó por concretarse. Solo queda esperar que las “nuevas reglas” del juego migratorio se cumplan, pero en beneficio y no en perjuicio de esos cubanos y cubanas que hoy han quedado atrapados en una pesadilla.
No obstante, son muy pocos miles los cupos mensuales que tocarán a los cubanos, de esos que fueran anunciados, para un éxodo que en menos de un año casi llega al medio millón de personas, y que por tanto se ha convertido en el más grande que hayamos conocido en Cuba.
Más allá de negociaciones entre vecinos que se odian (pero que en el fondo se aman), lo que ha sucedido no es otra cosa que el reconocimiento del gobierno estadounidense de que no está lidiando con un éxodo “normal”, ni “esencialmente económico”; sino con una verdadera fuga en masa que solo se detendría cuando los principales del régimen se rindieran o quedaran prácticamente sin gente que someter.
Si en apenas un fin de semana arribó medio millar de balseros cubanos a las costas de los Estados Unidos, es fácil calcular cuántos llegarían al cabo de un año o dos, y cuáles serían las consecuencias de esta “invasión-colonización”. Nadie se inventa las razones para cerrar puertas y ventanas, aunque es claro que en esta “solución intermedia” poco se disimula la resistencia a reconocer la esencia netamente política del éxodo masivo de cubanos —por cuanto huyen de una dictadura represiva de más de 60 años—, y eso le permite al país receptor reducir las acciones humanitarias a la mínima expresión; es decir, sin renunciar a las repatriaciones y expulsiones de quienes bien pudieran clasificar como refugiados.
Visto así, repatriar o impedir el paso a un cubano que huye, que teme, entonces “legalmente” (y “diplomáticamente”) no es un acto criminal, o como mínimo “injusto”; pero sí podría llegar a serlo. Sin embargo, hay que decir en defensa de quienes hicieron la ley y la trampa, que somos los propios cubanos los que hemos conspirado contra nosotros mismos en tanto una vez que algunos alcanzan el “sueño de la libertad”, olvidan cuáles fueron las amargas razones que los hicieron huir, y a Cuba se vienen de vacaciones o a inventarse uno de esos negocios que huelen a complicidad.
De estos ejemplos, más que sobrados, se agarran (y con la razón que les asiste) los que prefieren, porque en muchos casos les conviene, calificar de “normal” el fenómeno migratorio cubano, ignorando así el trauma social que provoca una dictadura cuando se prolonga demasiado en el tiempo. No obstante, a veces lamento tener que coincidir con quienes afirman que cada pueblo tiene el gobierno que se merece.
Pero más allá de razones e injusticias, la noticia del cierre de fronteras es traumática. Porque de momento el punto de destino que para algunos estaba tan claro en el horizonte, como un espejismo ha desaparecido. Incluso, para aquellos que ya han podido encontrar su “patrocinador”, el camino se ha alargado (y estrechado) más de lo que esperaban, y quizás mucho más de lo que puedan aguardar en tierra de nadie para estar, finalmente, entre los “excluidos” o los “elegidos”.
Ni es opción para ninguno volver atrás, a este lugar tenebroso del que huyeron, ni tampoco, por el momento (¡largas horas de angustia!), es posible continuar el viaje. La travesía hacia el Norte se ha convertido en tránsito hacia a un espacio baldío, de no existencia, de vida suspendida indefinidamente.
Quizás algunos hasta agotaron sus últimos recursos casi en la misma orilla del Río Bravo y, en consecuencia, pudiera haber más de una tragedia entre las noticias que nos lleguen a partir de mañana. Gente que preferirá echarse a morir, antes que volver sobre sus pasos. Gente que, de ser retornados, saben que su destino será igual o peor de fatal porque a esa travesía lo apostaron todo.
Hoy no se habla de otra cosa en Cuba que no sea la tromba de agua helada que cayó sobre la Isla y de lo poco efectivos que fueron para muchos las vueltas a la manzana con maletines y los muñecos quemados esta madrugada del 1ro. de enero. Este juego a partir de ahora se complica más.
Solo resta esperar a que esta “migración selectiva” no se preste a discriminaciones solapadas (contra los que no encuentran “patrocinador”, que muchas veces son quienes más necesitan una única oportunidad en sus vidas), ni se convierta la nueva figura de este “intermediario” en el negocio de pícaros y bribones, porque de esos tenemos de sobra en ambas orillas.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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