
LA HABANA, Cuba.- Mientras la economía del país indochino crece, la cubana solo conoce del estancamiento.
En su edición del pasado 18 de agosto, el periódico Granma publicó un artículo titulado ¿Cómo Vietnam y Cuba potencian sus nexos económicos?, en el que se informa acerca de la conclusión de las negociaciones para un nuevo acuerdo comercial entre Cuba y la nación del sudeste de Asia.
A pesar de que Vietnam se ha convertido ya en el segundo socio comercial de la isla en ese lejano continente, no es difícil imaginar que las relaciones económicas entre ambos países podrían incrementarse si la economía cubana aplicara reformas similares a las vietnamitas.
Con frecuencia se ha hablado del diferente rumbo que siguieron ambas naciones a partir del año 1986, cuando los primeros ecos de la Perestroika soviética anunciaron que la colosal ayuda que brindaba esa superpotencia a sus aliados podría no continuar en el futuro. Mientras que Cuba asumió una política antimercado conocida como “Rectificación de errores y tendencias negativas”, el país indochino se decidió por una reforma pro mercado: el Doi Moi (Proceso de renovación).
En esta ocasión nos referiremos a algunas medidas específicas tomadas por los vietnamitas que no han sido implementadas por los jerarcas de la actualización del modelo económico cubano.
Los vietnamitas eliminaron los subsidios a las empresas estatales, al tiempo que autorizaban tres formas de propiedad no estatal: cooperativa, familiar y privada. Esta última no cuenta con restricciones para contratar fuerza de trabajo y, muy importante, no hay límites para la extensión de su actividad.
En el sector agropecuario, las familias campesinas que obtuvieron tierras en arrendamiento laboran con una gran autonomía, al extremo de que, otra vez muy importante, determinan libremente el mercado de venta de sus producciones.
Los reformistas vietnamitas pusieron fin gradualmente al control de precios sobre los productos y servicios, y en la actualidad son pocos los sectores económicos— entre ellos la electricidad, el petróleo y el transporte— que no se guían por la relación oferta-demanda.
También descentralizaron la actividad del comercio exterior, hasta entonces monopolizada por el Estado. En ese contexto les fueron otorgadas licencias a las empresas de diversas formas de propiedad para que realizaran acciones de exportación e importación. A lo anterior se agrega una amplia apertura de su economía a la inversión extranjera.
Así las cosas en esa nación del sudeste de Asia, aquí en Cuba, por el contrario, los elementos de línea dura de la nomenclatura siguen en su afán de controlarlo todo, y en consecuencia se convierten en un obstáculo para los cambios económicos.
Las empresas estatales no acaban de acceder a la prometida autonomía, y no pocas de ellas necesitan del subsidio estatal para subsistir. Por otra parte, el acápite constitucional que prohíbe la concentración de la propiedad no estatal constituye un freno a la iniciativa privada.
En vez de ir liberalizándose los precios, la economía cubana experimenta una creciente intromisión gubernamental que se manifiesta en el tope de precios a varios de los servicios prestados por los trabajadores por cuenta propia, así como en la venta de los productos agropecuarios. Un tope de precios que redunda en una desmotivación de alguno de los factores que participan del engranaje producción-comercialización.
Se mantiene la centralización del comercio exterior, representada por el Ministerio del Comercio Exterior y la Inversión Extranjera, un organismo sumamente burocratizado, cuyo torpe accionar, reconocido por los propios gobernantes cubanos, ha cargado con buena parte de la responsabilidad por los bajos niveles de inversión extranjera en la isla.
¿Cuáles son los resultados de semejante dicotomía? Pues mientras que Vietnam exhibe tasas de crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) del orden del 7% como promedio anual, en Cuba el PIB decrece o a duras penas rebasa el 1% de crecimiento. Sobran los comentarios.