Lo de Juanita no tiene nombre ni apellidos


LA HABANA, Cuba.- Lo de la periodista castrista Juana Carrasco Martín no tiene nombre ni apellidos. Ahora, hiperquinética, da golpes sobre su laptop, como siempre, porque piensa que el presidente estadounidense Donald Trump puede ganar el Premio Nobel de la Paz. Ella, que no olvida nada, recuerda cuando Fidel Castro luchó por ese galardón, y cuando, además, con un ejército de miles de hombres, su longeva barba y sus tenis Adidas, no logró el premio y se quedó con las ganas.
Para Juanita, con su palangana a cuestas, no hay mandatario norteamericano que le haya ‘cuadrado’ jamás. Ni siquiera Obama, que resultó casi un amigo de Cuba, a juzgar por aquellos estrechones de manos y abrazos que se dio con Raúl.
En fin, Juanita sigue siendo la misma, al igual que esa caterva de periodistas oficialistas que se van por las ramas por temor, bien advertidos, y porque carecen de pantalones para retomar el cuestionamiento que un periodista de la televisión italiana hiciera una vez a Fidel: “¿No tiene usted miedo, Fidel, de terminar como el pescador de Hemingway, cuando los tiburones le comieron el pez más grande que había atrapado en su vida?”
Pero los periodistas de la prensa nacional, en línea recta y de la mano de Juanita, son expertos en eso de hacer mutis por el foro izquierdo. Ni muertos tocan el tema de la situación actual cubana, y de cómo ha quedado el país luego del golpe que ha significado la pandemia del coronavirus, tan parecida, en sus efectos, al desmerengamiento del comunismo soviético, en 1990, cuando, mientras la URSS agonizaba, la ‘Revolución Cubana’ se iba diluyendo, igual que ahora, sin que Raúl pueda evitarlo.
Ningún periodista cubano se atreve a escribir que la escasez va en aumento, y que el descontento del pueblo es tan evidente que Raúl hace silencio públicamente, y desde lo oculto sólo ordena más represión en las calles y exige a los cubanos unión, aunque los estómagos estén vacíos a causa de la peor hambruna que se recuerde en la Isla.
Y como ya nada queda, a no ser el casco y la mala idea, Juanita prefiere hablar de Trump en la prensa, en vez de referirse a la tensión social que crece a medida que aumenta el hambre y las colas, y la escasez en los estantes de las tiendas, a no ser en las tiendas en dólares estadounidenses o euros, en las que el pueblo sólo puede asomar sus narices.
Hasta las glorias izquierdistas latinoamericanas se han desvanecido, pobre Juanita, no sabe que Venezuela es el peor de los ejemplos. En fin, que el culpable de toda esta desgracia, según Juanita Carrasco, es Trump. Y enfurecida está porque según se prevé estará cuatro años más sin querer saber nada de comunismo, porque para gusto se han hecho los colores.
¿Y qué hacemos ahora, de nuevo bajo la Opción Cero y como si el país estuviera en pie de guerra? ¿Habrán vuelto los militares a trabajar en el campo como simples campesinos, a cosechar su comida, en humillante situación, tan internacionalistas que eran? Porque ahora sí que “los frijoles tienen más valor que los cañones”, como dijo Raúl hace veinte años y como no repite ahora por vergüenza.
¿Qué hacer con la malnutrición que nos espera, y un peor deterioro de la salud y la sanidad, más de lo sufrido en los años noventa, cuando entramos en la era de la bicicleta china? Sí, aquellas bicicletas que, según Fidel, eran más difíciles de armar que un reloj suizo, él tan experto en todo como Iluminado que era.
En 1999 surgieron los bicitaxis, que permanecen aún y son una triste parodia de aquellos que, en la China antigua, en vez de con ruedas era llevado por un hombre a pie y corriendo, así como los bueyes reemplazan a los tractores, porque “…estamos amaestrando cien mil bueyes en el país. Y tan pronto como podamos adiestraremos otros cien mil”, dijo Fidel una vez en uno de sus discursos.
¿Y qué haremos ahora Juanita, cuando se gasten los bombillos y La Habana sea una ciudad fantasmagórica, y la pintura de las paredes se destiñan con el tiempo, y se conviertan en sombras? Porque con el Socialismo todo perece, hasta el optimismo, y sólo quedan algunos raulistas, aunque bien comidos, pero como el viejo pescador de Hemingway.
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