LA HABANA, Cuba.- “El problema es a dónde ir cuando no hay dinero”, es parte de la respuesta de una adolescente a mi pregunta sobre lo que hará en estos meses de vacaciones.
Me dice de ir a la playa con los amigos pero a la vez termina hablando de lo malo que está el transporte y de lo difícil que es conseguir ya ni siquiera algo de alimento barato o un poco de agua para beber.
“Todo está muy caro, y lo que está en moneda nacional no sirve”, se lamenta.
También ha aumentado su talla desde el verano anterior y ya no le queda bien el traje de baño que comprara, por lo que debería buscar otro en las tiendas pero el dinero no le alcanza.
“Diez, quince, veinte dólares las (trusas) más baratas, que siempre son las más feas”, me dice riendo una de sus amigas que además me cuenta que, cuando le preguntaron en la escuela a dónde iría en estas vacaciones, debió contestar con una mentira.
“Varadero, porque es lo primero que me vino a la mente”, fue lo que soltó para no quedar mal ante aquellas amigas de clase que anunciaron que irían con sus padres a Cayo Coco, incluso a Cancún, o que, ante la presión social, también mintieron al igual que ella porque saben que pasarán estos dos meses de receso escolar encerradas en sus casas o en sus barrios.
No obstante, la falta de dinero, las pocas “ofertas” y el transporte malo no son obstáculos para quienes están decididos a pasarla bien a toda costa.
Son jóvenes, rebosan de energías y nada les impide hacer lo que hicimos todos a esas edades.
“Compramos una media y pa´ la playa”, responde alguien en un grupo de adolescentes.
Comprar una media se refiere a media botella de ron a granel, de ese que nunca falta en moneda nacional y en esas mismas bodegas donde el “no hay” retumba entre los anaqueles vacíos.
Beber desde que suben al ómnibus por la mañana en dirección a Guanabo, la playa de los pobres, al Este de La Habana, y continuar bebiendo hasta que cae la noche y casi es imposible el camino de vuelta a casa, ya porque los alcoholes embotan los sentidos, ya porque ni siquiera la policía alcanza a poner orden a una hora en que el mundo parece acabarse.
Los jóvenes solo hacen lo que han visto hacer a sus padres. Han copiado sus escasos modos de diversión que muchas veces terminan en tragedia cuando se encuentran las diversas pasiones humanas, las necesidades, los resentimientos.
Se dice que la “inauguración del verano” en la Rotonda de Guanabo dejó varios heridos por arma blanca las noches del sábado y domingo últimos. Y que esos mismos días La Habana toda, más en los barrios de la periferia, fue un pequeño infierno a pesar de los miles de policías apostados en las esquinas desde temprano.
El sonido de las sirenas de patrullas y ambulancias ofrecía una idea de la magnitud de la “diversión” popular.
Pocos se divierten en discotecas donde hay que pagar más de un dólar a la entrada o en restaurantes donde el plato más sencillo ronda el veinticinco por ciento del salario promedio mensual de un cubano, sin incluir las bebidas.
Igual de caro cobra la entrada a un espectáculo humorístico aquel “histórico” Teatro Carlos Marx donde se celebraran tantos congresos del Partido Comunista.
Ochenta pesos, poco más de tres dólares, costaba el ticket de entrada para ver a Pánfilo y a esos otros humoristas de televisión que tanto se “preocupan” por lo que sucede en Cuba. Pero se acabaron las gratuidades y no hay diversión para los desamparados.
Por eso están los y las que convierten el paseo vacacional en una estrategia de “búsqueda”. Algunos han terminado la escuela para siempre o la darán por terminada cuando descubran que sus cuerpos desnudos valen mucho más que una carrera universitaria y que un montón de promesas de futuro.
“Nadie sabe. Puede suceder cualquier cosa”, comenta un joven que ha salido a divertirse pero además a conquistar, como él mismo dice, un “amor con beneficios”.
Han comenzado las vacaciones de verano y no hay mucho dónde escoger para descansar o divertirse más allá de lo rutinario. Aunque las multitudes de jóvenes en las calles algunos medios de prensa gustan de interpretarlas como alegría desbordada y felicidad plenas, como símbolo de lo bien que marchan las cosas en la isla, lo cierto es que julio y agosto, sobre todo para quienes llevan la bolsa vacía, son dos meses de temer.