LA HABANA, Cuba. – El gobernante Miguel Díaz-Canel quedó tan mal parado tras el asunto del guarapo y la limonada que el director de la revista “Temas”, Rafael Hernández, tuvo que salir de su estado semivegetativo para lanzar una reprimenda a los asesores presidenciales, a ver si en el futuro logran evitar que el elegido del castrismo diga tonterías en público. El llamado de atención no ha sido suficiente, sin embargo, para detener el bombardeo de memes, parodias y críticas; así que el portal oficialista Cubadebate publicó una infumable perorata para intentar depurar la imagen de Díaz-Canel a costa, no faltaba más, de las “majaderías” de Donald Trump y las recientes protestas ciudadanas contra lo que la militancia de izquierda gusta llamar el “racismo institucionalizado”, que ha sumido a Estados Unidos en la peor revuelta civil desde hace medio siglo.
Con la imagen de George Floyd siendo asfixiado por un policía, los medios oficiales de la dictadura buscan dejar atrás la cantata del guarapo y la limonada, para iniciar la recuperación de la estampa presidencial tras semanas de choteo. Es un asunto de urgencia mayor ahora que la Casa Blanca ha dejado caer las sanciones sobre FINCIMEX y otras entidades controladas por el emporio militar GAESA, perteneciente a la familia Castro. La economía se desintegra en manos de un gobernante que de tanto hacer el ridículo ha empezado a inspirar lástima entre sus subordinados, sus ciudadanos e incluso la oposición.
Pese a la mano dura que ha promovido desde que asumió el cargo en 2018, Díaz-Canel no inspira respeto ni temor, mucho menos simpatía. Algunos dicen que sus intenciones son buenas, y tal vez tengan razón; pero no son sus intenciones las que importan, sino las de quienes decidieron que era el tipo ideal para sustituir a Raúl Castro.
El hallarse maniatado por los “históricos” no exime a Díaz-Canel de su responsabilidad hacia el pueblo de Cuba, que a pesar de las promesas de continuidad quiso ver en él a un mandatario que por ser civil, más joven y de ascendencia plebeya, mostraría más interés en las demandas de sus ciudadanos. A dos años de su llegada al poder, los cubanos han podido degustar la continuidad del designado, y por muy majadero que se ponga Donald Trump, la mayoría no lo detesta tanto como la dictadura quisiera.
Por más que se ha esforzado la propaganda castrista, los cubanos, agobiados por su apremiante realidad material, ven a Trump con indiferencia, a lo sumo. Muchos lo apoyan en secreto y esperan que su administración dé el golpe de gracia al castrismo tal como lo conocemos, porque erradicarlo tomará décadas.
Las nuevas medidas emitidas por la administración republicana han hecho patalear a los ministros Bruno Rodríguez y Alejandro Gil, que deberían dar ejemplo en hacer aquello que exigen al gobierno estadounidense: ocuparse de sus propios problemas. Hay que ser muy cínico para decir semejante cosa después de sesenta años con la nariz metida en Estados Unidos y dondequiera que haya un gobierno no afín a la dictadura de La Habana.
El vecino del norte tiene una poderosa sociedad civil, independiente y capaz de lidiar con sus asuntos. No necesita permisos para existir, ni para salir a las calles a reclamar justicia y exigir que el gobierno haga la parte que le toca. Todos los actores implicados trabajan en democracia para buscar soluciones, y la prensa realiza su trabajo al pie de los acontecimientos. Es tanta la libertad que incluso algunos medios informativos se permiten aportar el sesgo ideológico que conviene al régimen cubano para colar la agenda socialista en medio de los disturbios, a la par que niega que en Cuba haya racismo y violencia policial contra negros y mestizos.
Después de décadas medrando gracias a la atención que Estados Unidos ha prodigado a Cuba, la dictadura quiere que Trump mire hacia otro lado. El azote del republicano, añadido al descrédito de Díaz-Canel y el descontento ciudadano en la Isla prometen una combustión peligrosa, si no para un estallido social de grandes proporciones, al menos para que los cubanos terminen de socavar con su apatía lo que queda de este sistema.
Acorralado, el castrismo responde con consignas. No admite que ha sido doblegado por su propia soberbia e incompetencia, y obligado a escudarse tras el pueblo cubano para que no dejen de entrar los dólares, las ayudas solidarias, las donaciones. Ha tenido que tragarse la zoquetería con que en otro tiempo Fidel Castro condenó el dinero y los paquetes enviados desde Estados Unidos, porque hoy son los emigrados la esperanza del gobernante limo(s)nero que quiere vender guarapo por la libre sin tener zafra ni centrales.
Díaz-Canel puede seguir haciendo malabares con sus limones y Alejandro Gil con el PIB nacional, que Cuba se rindió hace años. Emigrar en busca de libertad; robarle al Estado para comer; ver a generaciones de cubanos desmentir la vigencia de la Revolución; fingir apoyo al sistema con tal de obtener unas migajas por encima del resto; depender del petróleo venezolano, del arroz vietnamita y del dinero que envían los “contrarrevolucionarios”, son actos clarísimos de rendición aunque otros, muy convenientemente, los consideren estrategias de supervivencia, rubros de la economía o ayuda desinteresada por parte de naciones hermanas.
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