LA HABANA, Cuba.- Son muchos los libros que no aparecen en Cuba, pero el más ausente de todos es El gran engaño, escrito por el periodista alemán-uruguayo José Antonio Friedl (1943), uno de los analistas políticos con más años de experiencia.
Conocedor a fondo del continente americano, mientras escribe para la prensa, la radio y la televisión, tanto de Europa como de América Latina, Friedl cuenta ya con casi una docena de libros, entre ellos, posiblemente el que más notoriedad le ha brindado en su ya larga vida, el que dedicó a la dictadura castrista y su vinculación con el narcotráfico internacional.
Señala este acucioso investigador histórico que al gobierno cubano le viene bien el apelativo de Cartel de la Habana, porque nada tiene que envidiarle al resto de los carteles de la droga.
Aunque bloqueado por Fidel y Raúl Castro, todo lo que el libro de Friedl cuenta es pan comido no sólo entre generales y coroneles, sino también por gran parte de la población, quienes estupefactos, no olvidan el juicio contra Arnaldo Ochoa, Héroe de la Patria, y su fusilamiento, transmitido por la televisión cubana en julio de 1989.
Es de esperar que este veterano periodista cuando analiza la fortuna de Fidel y Raúl ̶ estimada en mil 400 millones de dólares según la revista Forbes, y depositada en diferentes bancos extranjeros por testaferros ̶ , haya relacionado ese patrimonio con una meticulosa información que Estados Unidos recogió sobre el tráfico ilícito de drogas y el gobierno castrista.
La investigación que relata el libro El gran engaño comienza con una banda campesina que traficaba marihuana al mando de Crescencio Pérez, quien se vincula a Fidel Castro en diciembre de 1956 en la Sierra Maestra, y además utiliza documentos desclasificados de agencias de seguridad estadounidense donde se devela que desde los años sesenta Fidel y Raúl se servían del dinero de la cocaína, manejado por chilenos y más tarde por colombianos.
Esas sumas de dinero incalculables eran blanqueados y atesorados por el Ministerio del Interior, organismo que jocosamente muchos lo llamaron en tramoya MC, siglas que significaban marihuana y cocaína.
El tráfico de drogas está plagado de nombres como Robert Vesco, norteamericano; Carlos Lehder, colombiano; Manuel Antonio Noriega, panameño; el régimen sandinista de Nicaragua; y el famoso y peligroso John Jairo Velásquez, alias Popeye, quien cumple una condena de 30 años y acusó desde la prisión a Raúl por su permanente vínculo con el Cartel de Medellín en los años ochenta, y especifica la planta de procesamiento de droga más importante del mundo, creada por Raúl en el pueblo de Moa, en Oriente y en Cayo Largo, todo administrado y custodiado por hombres de confianza.
A estas bases llegaba la droga en aviones desde Centro América, y a Miami en lanchas, afirma el colombiano en el libro El verdadero Pablo: Sangre, traición y muerte, de Astrid Legarda y basado en la misma historia que narra Friedl.
Poco antes de morir, Fidel Castro expresó que en Cuba nunca se había quemado una bandera norteamericana. Eso es verdad. Pero nunca confesó que durante años, Cuba estuvo dañando a su población con el envío de la droga.
El odio que sentían ambos dictadores por ese país, un sentimiento superior a todo, se ve a simple vista aún en los periódicos de su propiedad: una empresa que ha contribuido al mantenimiento de su poder dictatorial como el mejor de los negocios, donde se calla o se repite a diario lo que les conviene, y una libertad de prensa limitada que no acepta alternativas, mucho menos de opositores al régimen y periodistas independientes.
Fuentes:
El gran engaño, José Antonio Friedl Zapata, Editorial Santiago Apóstol, Buenos Aires, 2005
El verdadero Pablo: Sangre, traición y muerte, Astrid Legarda, Ediciones Dipon, Bogotá, 2005