LA HABANA, Cuba. – No recuerdo cuál fue mi primer acercamiento a un huracán. No puedo evocar la impresión que me despertara esa “primera vez”. Lo más probable es que fuera yo un recién nacido cuando escuché el zumbido de las inaugurales ráfagas de viento de un ciclón. Quizá lloré, aunque también es probable que esbozara una sonrisa o que acompañara la fortaleza de los vientos con ese gorjeo que corteja a la vida en los primeros meses, esos meses en los que lo más reconocible podría ser el pecho de la madre y no la tenebrosa fortaleza de las ráfagas de viento de un ciclón.
No recuerdo qué huracán llegó primero a mi vida, y creo que olvidé también el nombre que endilgaron al último, a pesar de la perturbación que me despiertan todos. Y como siempre sucede, el último, ese que está por llegar, parece siempre el primero, parece que despierta más incógnitas que los anteriores. El último siempre da la impresión de ser el más atroz. Y es que, en esta isla, aunque el huracán sea casi una costumbre, está entre nuestras peores desgracias. El ciclón es nuestro peor terremoto, nuestro volcán más devastador, nuestra inundación peor, nuestro incendio forestal más horroroso. El huracán es una epidemia, la peor. Y esta vez Laura nos llegó precedida por un terrible virus chino. ¿Podría haber algo más aterrador?
Las noticias sobre el virus, en estas últimas mañanas, nos estuvieron llegando junto a los fuertes vientos que Laura despliega, junto a las lluvias con las que también ella se acompaña. Esta vez todo parece complicarse, y mucho más cuando se dice que el centro se relocaliza, y que no permite a los meteorólogos precisar la trayectoria que podría seguir, y nosotros no sabemos si mirar a ese cono que encierra tantas posibilidades o dar la espalda y esperar, conformados, a que llegue lo peor… y dejarnos vencer, y dejarnos morir de una vez, y salir del embrollo que significa vivir en este país tan azotado por ciclones y muchos tipos de bichos mortales y raros.
Los huracanes se pierden siempre, por unos meses, pero vuelven, al menos en esta isla tan azotada, en esta isla que cada año tiene un poco más de esa apariencia que advierte que fuimos olvidados por Dios. Y tan vapuleados hemos sido por esos vientos de huracán que ya perdí la cuenta de cuántos nos azotaron, aunque ya publicara algunos textos en CubaNet durante estos años; para “reseñarlos”, para hacer visibles sus horrores. Tanto me obsesionan que alguna vez preparé una breve antología para recoger algunas miradas literarias a los huracanes de esta isla. La primera de todas esas miradas, la más vieja, fue relatada por un Alvar Núñez Cabeza de Vaca desquiciado ante la visión de un ciclón en Trinidad, y también están Heredia y la Avellaneda y el Carpentier de “El siglo de las luces”, y quizá también el miedo que esos vientos despertaron cada vez al antologador, a los cubanos que perdieron el techo, que perdieron la vida.
Y los huracanes vuelven siempre a esta isla que nos muestra, cada vez más, esa apariencia de olvidada, incluso por Dios. Cada año un desastre nuevo, y también el huracán de turno, el implacable que está por pasar, por acabar con el país y con los nervios de los cubanos, pero peor resultan los discursos que provocan al poder esos fenómenos naturales; siempre los mismos, cada vez un empeño idéntico, siempre la misma obstinación en mostrar a un país que protege y que renace, incluso si quedaran solo cenizas.
Laura despierta ahora el interés de los meteorólogos que intentan ser precisos a la hora de exponer el trayecto y la intensidad de los vientos. Laura, y cualquier otro, darán siempre la posibilidad al poder de vanagloriarse, de hablar de un tristísimo desastre y de una gloriosa recuperación, que difícilmente podremos constatar, que solo cotejaremos en las “palabras oficiales”, en discursos. Yo no sé lo que pasará esta vez, no sé cuáles serán las dimensiones del desastre que está por llegar para juntarse con el bicho chino, pero tengo la certeza de que el poder conseguirá “convertir el revés en victoria”, que le permitirá cantarse a sí mismo y mostrase como el gran benefactor.
El final no será en verdades, será en palabras. Y “Laura” será amada en secreto. Laura será reverenciada en secreto por el poder. Laura servirá al discurso del poder, servirá al gobierno para reafirmar su “generosidad”, su “amor” a un pueblo al que jamás deja desvalido, un pueblo al que protege de vientos y de mareas. Ese gobierno aprovechará hasta el último resuello de Laura para cantarse a sí mismo, para reafirmarse ante los ojos de sus súbditos, para despertar pasiones tan intensas como las que avivó Laura en Petrarca. Y yo, que reconozco esa pata de la que cojean, terminaré parafraseando aquella frase que se atribuye a Porfirio Díaz; yo, en lugar de decir “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos” diré: “Pobre Cuba, tan lejos de Dios y tan cerca de los ciclones”.
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