LA HABANA, Cuba.- Una columna de opinión publicada con fecha 14 de febrero en la web de Havana Times bajo el título Periodismo oficialista: el ruido de las nueces, vuelve sobre un tema que desde semanas atrás se ha estado tornando recurrente en los medios de prensa castristas y amenaza convertirse en moda: ser o no ser disidente.
De hecho, varios jóvenes periodistas de dichos medios se han revelado discretamente críticos, no solo de la realidad cubana actual, sino también de la grisura de la prensa, de la censura que muchas veces se ejerce sobre los textos que ellos escriben, de la inaccesibilidad a ciertas esferas de la administración pública que deberían responsabilizarse por malos manejos de la economía y los servicios, y sobre las sanciones que se imponen a los colegas que se cuestionan públicamente las políticas editoriales de los medios u otras cuestiones que los funcionarios del ramo consideran “sensibles” para la seguridad del sistema sociopolítico.
Es decir, que en tiempos recientes se ha estado produciendo una especie de reacción juvenil anti-mordaza por parte de las nuevas generaciones de profesionales de la prensa, a quienes los encorsetados límites de “lo permitido” les resultan demasiado estrechos. Quizás porque chocan con el reto de narrar en los medios una realidad triunfalista e intangible que en nada se parece a las duras condiciones de la vida cotidiana que les toca a ellos mismos; por el contraste entre sus magros ingresos como periodistas de la prensa oficial y los que algunos de ellos obtienen colaborando con medios digitales alternativos, mucho más ventajosos; por pertenecer a una generación que ha tomado distancia de la vieja épica revolucionaria de “los históricos” cuyo proyecto original fracasó, o por la suma de estos y otros factores, lo cierto es que los jóvenes graduados de periodismo que se insertan en los medios oficiales están mostrando su inconformidad con la forma de (no) hacer y (no) decir del anticuado periodismo a lo Castro.
La respuesta de los cancerberos de la pureza ideológica del periodismo insular no se ha hecho esperar, de ahí que los más rabiosos han optado por acusar de “disidentes” a los atrevidos jóvenes. Y es sabido lo que esa demonizada palabra significa la peor de las ofensas a un revolucionario cubano, además de una condena segura a la marginación y al ostracismo.
Por su parte, la contra respuesta de los sectores reformistas –llamemos así a los que defienden un nuevo tipo de prensa oficial, digamos amablemente, más veraz y transparente– es la defensa de su derecho a “disentir”… O, mejor dicho, a disidir, que en eso de los nominalismos ellos prefieren alejarse de las definiciones peligrosas que se han aplicado a “otros”.
Y es que no hay que pecar por exceso de expectativas. Ellos son apenas disidentes sutiles. Porque si bien resulta positiva cualquier iniciativa que tienda a refrescar el árido mundo informativo de los medios oficiales cubanos o a empujar los límites de lo permitido por la férrea censura –entendiendo que, dado el longevo monopolio de prensa gubernamental, cualquier ruptura del inmovilismo podría resultar eventualmente favorable a un proceso de aperturas, hoy impensadas– ello no significa que los periodistas oficialistas que están reclamando más libertades para expresarse estén defendiendo el verdadero derecho a la libertad de expresión refrendado en la Declaración Universal de Derechos Humanos, no solo porque conciben el ejercicio a la libre expresión solo desde posiciones “socialistas” o “revolucionarias de izquierda”, sino porque –como remedo del propio monopolio de prensa que los silencia a ellos– insisten en descalificar (por “apátrida, mercenaria y anticubana”) toda propuesta u opinión que difiera del sistema sociopolítico por el que supuestamente se deberán regir ad infinitum once millones de almas, y que fue elegido inconsultamente por una casta privilegiada casi seis décadas atrás.
El artículo al que se hace referencia al inicio de este texto –que es de la autoría de Vicente Morín Aguado– cita dos frases harto elocuentes de una joven periodista del diario Juventud Rebelde. Según ella “la cuestión no está en ser disidente, sino en de qué se es disidente”. Y más adelante: “Nos hemos dejado arrebatar la palabra por quienes entienden muy poco de principios y de patriotismo”.
De esta manera, ella yerra dos veces. Se es disidente o no, más allá del programa, propuesta o creencia de la que disentimos. Ser disidente es una actitud ante la vida, es cuestionarlo todo, incluso aquello en lo que alguna vez hemos creído, lo que presupone la más revolucionaria de todas las condiciones humanas. Por tanto, no se puede disentir “del inmovilismo, de la demagogia, de los complacientes y de los hipercríticos, de la inercia, del escaso compromiso, de los discursos huecos” y de todo el largo etcétera que cita la joven de marras, y a la vez mantenerse fiel al sistema y al gobierno que generó esos males. No se puede ser disidente a medias.
Por otra parte, no se dice explícitamente quiénes son los que “entienden muy poco de principios y de patriotismo”, pero sabemos que tal es el sambenito que suele colocarse sobre la cabeza de todos los disidentes que forman la sociedad civil independiente cubana, incluyendo periodistas independientes como esta escribidora. No puedo compartir, por principios, un concepto tan estrecho de Patria concebida como el feudo particular de una ideología. Es un concepto sectario, excluyente, falso y maniqueo.
Lamentablemente, el colega Morín Aguado cae en similar tentación cuando expresa que “cada día aumentan los auténticos disidentes dentro del universo de la información cubana”. No solo sugiere la existencia de una disidencia “no auténtica”, que nunca llega a sustantivar –quizás por razones de espacio, o por mera falta de información– sino que además nos deja con el regusto amargo de sentir que de lo que se trata en toda esta saga libertaria juvenil es de sustituir una verdad absoluta por otra… Tan absoluta como aquella.
La disidencia periodística oficial, pues, es químicamente pura. No se mezcla con ninguna otra. Es sutilmente disidente, y eso determina que resulte hasta ahora solo un amago de lucha por una libertad de expresión parcial. Ellos buscan sustituir la “libertad de expresión” del monopolio de prensa oficial por la libertad de ellos para mejorar el llamado socialismo cubano “dentro de la revolución”. O sea, se mantiene la sujeción de toda la prensa a una ideología como única fuente de legitimación de “la verdad”, lo cual –hay que decir– limita todo el asunto a una simple guerrita generacional.
No obstante, son buenas noticias. De lobo un pelo, decía mi abuelita cuando las cosas aportaban al menos una mínima ganancia. Nunca se sabe lo que puede generar cualquier leve movimiento en un mecanismo tan largamente inmóvil.
En lo personal, seguiré disidentemente ejerciendo mi más irreverente derecho a expresar lo que pienso, sin obedecer a ideología ni moda política alguna. Mi patria es mucho más que 110 mil kilómetros cuadrados de tierra, más que una bandera, un himno y un escudo, y muchísimo más que la defensa de los intereses de una cohorte de ancianos autoritarios que no solo secuestraron la nación, sino también –dolorosamente– la voluntad de varias generaciones de cubanos. Conste que también defenderé en cualquier circunstancia el derecho a expresarse de quienes opinan muy diferente de mí, comunistas y socialistas incluidos.