LA HABANA, Cuba.- Si se nos pidiera un elemento que caracterice este largo período de control castrista sobre la sociedad cubana, optaríamos por hacer mención de las distintas “rectificaciones” llevadas a cabo por las autoridades en el modelo socioeconómico que vienen aplicando.
Pero esos cambios de orientación, calificados por algunos como auténticos bandazos, siempre han conllevado a la utilización de un chivo expiatorio que exonere de culpas a la máxima figura del régimen.
La primera de esas mudanzas ocurrió a raíz de la celebración del primer congreso del gobernante Partido Comunista en 1975. Fidel Castro anunciaba que su revolución abandonaba los errores de idealismos que hasta ese momento habían signado su andar, y se adentraba en las supuestas leyes objetivas que gobernaban la construcción del socialismo y el posterior tránsito hacia la sociedad comunista.
Para ello se adoptaba el principio de Cálculo Económico en la dirección de la economía, y la sociedad se sovietizaba casi por completo.
Aunque el máximo líder no mencionó nombre de culpables, todos sabían que en el banquillo de los acusados estaba el malogrado guerrillero argentino-cubano Che Guevara, que en sus años de estancia en la isla había abogado por quemar etapas en la construcción de la nueva sociedad.
Mas, ya al cabo de una década, el citado modelo soviético no era del agrado del castrismo. Se le acusaba, entre otras cosas, de haber descuidado el trabajo político al pretender que los mecanismos económicos, por sí solos, garantizaban la construcción del socialismo. Fidel Castro anunciaba el advenimiento del proceso de Rectificación de Errores y Tendencias Negativas, una especie de rectificación dentro de la rectificación. Ahora, todas las culpas iban a parar a Humberto Pérez —quien jamás ha vuelto a levantar cabeza, a pesar de mantenerse en sus contadas apariciones públicas como un teórico afín al castrismo— en su condición de jefe de la entonces Junta Central de Planificación.
Y aunque los sucesos de Granada en 1983 no califican como una rectificación en el sentido literal del vocablo, sí son un ejemplo del empleo del mencionado chivo expiatorio. La debacle militar experimentada en esa isla caribeña por los cubanos no podía recaer sobre el “invicto” comandante en jefe. La culpa fue del coronel Tortoló, quien, según la versión oficial cubana, “tergiversó” las órdenes impartidas por el máximo líder.
Y claro que el benjamín del poder, el señor Miguel Díaz-Canel Bermúdez, estaba en condiciones de heredar esa especie de infalibilidad, no obstante las rectificaciones que tendría por delante. Una situación que se ha puesto de manifiesto apenas a un mes escaso de la implementación de la denominada Tarea Ordenamiento.
Durante la más reciente reunión del Consejo de Ministros, el mandatario se refirió a las incomprensiones e insatisfacciones que han provocado muchas de las directivas del Ordenamiento, en particular las relacionadas con la aplicación de altos precios y tarifas por las propias entidades estatales. Alegó, no obstante, que varias entidades no se prepararon adecuadamente para el inicio de la citada Tarea.
En otro momento de su intervención en la reunión, Díaz-Canel afirmó que “Cada vez que implementamos algo mal generamos incomprensiones e inconformidades, y tenemos que dedicar tiempo a rectificar para poder avanzar” (“Consejo de Ministros: en la senda de perfeccionar el proyecto social y económico cubano”, periódico Granma, edición del 6 de febrero).
Claro, Díaz-Canel habla de rectificar, pero antes había recalcado en la no preparación de varias entidades para el inicio de la Tarea Ordenamiento. Es decir, la culpa se la achaca a otros. ¿Y los verdaderos culpables no serían él y Raúl Castro por haber iniciado el Ordenamiento en un momento no indicado?
Sea de una u otra manera, lo cierto es que no inculpar a los auténticos responsables de los fracasos propicia que los errores se sigan cometiendo.
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