LA HABANA, Cuba -Hoy quiero recordar a aquellos policías que cuidaban el orden público en la Cuba de los años cincuenta del siglo pasado, a quienes los estudiantes universitarios les declararon la guerra.
Al principio, los estudiantes bajaban la Escalinata Universitaria en silencio. Portaban pancartas donde pedían democracia y respeto a la Constitución. Luego comenzaron a pedir a gritos la renuncia de Batista, quien había dado un Golpe de Estado, mientras avanzaban por la calle y lanzaban piedras contra los guardias. Por último, se enfrentaron a tiros, hasta que acudieron a las bombas, a matar policías por sorpresa en atentados públicos.
Los vecinos que vivíamos cerca de la Escalinata de la Universidad habanera, en San Lázaro y L, salíamos a la calle con miedo. Pero yo lo vi todo. Vi cuando una piedra cayó sobre el rostro de un policía joven y días después, otro policía que caía al piso de un balazo.
Sobre todo en los años que duraron las acciones terroristas del Movimiento 26 de Julio -M-26-7-, fundado y dirigido por Fidel, es casi seguro que hayan muerto muchos de aquellos hombres del Orden Público que cumplían con el deber de cuidar la tranquilidad ciudadana. En más de medio siglo de dictadura castrista, aún se desconoce cuántos fueron.
Es cierto que en algunos casos se excedieron en dar muerte a los revolucionarios que eran capturados en acciones terroristas, que torturaban en busca de información. No eran tiempos de encerrar opositores en una celda por espacio de treinta años, otra forma de crueldad, como ocurrió después con Hubert Matos, Mario Chanes de Armas y miles más, por orden de Fidel Castro.
En días pasados se volvió a rememorar en la prensa sobre la muerte de Josué País, Floro Vistel y Salvador Pascual, tres revolucionarios que el 30 de junio de 1957 trataron de impedir un mitin político en el Parque Céspedes de Santiago de Cuba y de eliminar por medio de una potente bomba a todos los allí presentes. Los tres fueron descubiertos y caídos en acción.
Son los llamados mártires, como si se tratara de antiguos santos que sufrieron martirologio, cuando sencillamente lucharon armados contra policías armados.
Incluso aquellos que morían por accidentes, también son considerados mártires de la Revolución, como por ejemplo, Fabio Rosell y Gustavo Fraga, quienes en agosto de 1957 fallecieron al explotarles la vivienda que convirtieron en una Fábrica de Bombas, en la ciudad de Guantánamo.
Decir que la policía de los años cincuenta no fue víctima también de una guerra fratricida que implantó Fidel Castro, en su empeño por derrocar al dictador Fulgencio Batista y llegar al poder, es una injusticia.
Mucho se ha esforzado el castrismo en inventar una historia sobre su lucha clandestina. Horas y horas de discursos, periódicos, revistas, libros, canales de la televisión, emisoras de radio, filmes. Todo para repetir y repetir una historia que ya casi todos ponen en duda.
Porque una guerra pacífica se mantiene entre unos pocos verdaderos comunistas y un pueblo que anhela la democracia, si aquellos revolucionarios vivieran, lucharían hoy por las mismas razones de ayer.