LA HABANA, Cuba.- Desde niño adoré el sonido del silbato que anunciaba la presencia del cartero, y acompañé a mis mayores hasta la puerta exigiendo que me dejaran agarrar el sobre; entonces creía que una carta traía, únicamente, noticias buenas. Aún puedo recordarme expiando las lecturas ajenas y haciendo preguntas que debían tener como respuesta lo que estaba escrito en esos pliegos de papel entintado, …luego me permitirían leer algunas, aquellas que no eran portadoras de malas noticias.
Quizá fue ese el inicio del encantamiento que me produjeron más tarde algunas novelas epistolares, aunque ahora no recuerde cual fue la primera de todas las que leí, pero sí que entre ellas estuvieron; “Las amistades peligrosas” de Chorderlos de Laclos, “Cartas persas”, del barón de Montesquieu, sobre las que vuelvo con frecuencia, y también “Las tribulaciones del joven Werther” de Goethe o “La nueva Eloísa” de Rousseau. Quizá esa pasión me haría luego escribir una novela en las que su protagonista escribe cartas, con mucha frecuencia, desde Suramérica a un amigo en La Habana relatando su vida porteña.
En Cuba no se desarrolló una gran literatura de ficción donde aparecieran las cartas como recurso narrativo, aunque sí contamos con algunas colecciones epistolares de gran relevancia como pueden ser las de José María Heredia, Martí, Carpentier, Virgilio Piñera o Lezama Lima, pero, sin dudas, la más importante de entre todas esas colecciones epistolares es el “Centón epistolario”; siete tomos en los que fueron recogidas las cartas que recibiera Domingo del Monte, “el cubano más real y útil de su tiempo”, según aseguró José Martí. El Centón, las cartas que allí aparecen, sirven todavía para entender la historia cubana de una parte del siglo XIX.
Si ahora hilvano éstas líneas, quizá apresuradas, es porque este 19 de noviembre se cumplieron ciento sesenta y tres años desde que fueran inaugurados los servicios de correos de La Habana y que tuvieron sus antecedentes en aquella primera misiva de la que fue portador Cristóbal Colón, dirigida al “Rey de reyes o a cualquier príncipe”, y que firmaran los reyes católicos de España un 3 de abril de 1492. En 1494 firma Colón una carta que sería remitida a España y que, se asegura, fue la primera misiva que salió hacia Europa desde este continente.
Esa comunicación de Cuba con Europa sería ya importante desde el siglo XVIII, y también dentro de la isla, y fue mejorando hasta que bajaron los rebeldes de la Sierra Maestra metiendo las narices en todas partes, incluidas las comunicaciones. Fue entonces cuando las cartas volvieron a retrasarse, cuando consiguieron perderse antes de que consiguieran su destino. Muchas de esas misivas “posrevolucionarias”, que podrían aclarar muchas cosas de nuestra historia real, se perdieron en el mar, en el aire o en la oficina de algún oficial de una seguridad del estado especializada en hacer vulnerable el correo postal.
Aunque la constitución, esa que podría desaparecer en unos meses, asegurara que la correspondencia era sagrada, la seguridad del estado se encargó de hacerla vulnerable, y muchos procesos judiciales contra quienes no comulgaban con el gobierno contaron con pruebas que los incriminaban y que salieron de esas misivas, intocables, según aquella carta magna que pronto podría desparecer tras la aprobación de esta otra que asegura lo mismo, y que advierte que “la correspondencia y demás formas de comunicación entre las personas son inviolables. Solo pueden ser interceptadas o registradas, mediante orden expresa de autoridad competente, en los casos y formalidades establecidas en la ley”.
También asegura ese proyecto, como la constitución vigente hoy, que “los documentos o informaciones obtenidas con infracción de este principio no constituyen prueba en proceso alguno”. Tendríamos que ver qué pensaría de este artículo el gran poeta cubano Rafael Alcides, que se vio obligado a renunciar a su membrecía en la UNEAC, cuando a sus libros publicados en el extranjero se les impidió la entrada al territorio nacional, o, para ser más exacto, no llegaron a su real destinatario.
La correspondencia en Cuba es violentada por la seguridad del estado con la anuencia del gobierno que la patrocina. Y no solo ponen los ojos en la obra de un disidente como el gran poeta; a veces se equivocan con otros. Hace unos años fue muy comentada en los corrillos literarios habaneros la retención de un libro de la académica Luisa Campusano que paró los pelos de punta a los “segurosos” de la aduana. “Las muchachas de La Habana no tienen temor de Dios” intrigó a esos oficiales y subalternos que husmean sin cesar. El título, porque no leyeron más, les hacía suponer que allí se hablaba de prostitución a la cubana, aunque solo se refiriera a la creación literaria de la Avellaneda, la Condesa de Merlín, Dulce María Loynaz o Fina García Marruz, entre otras.
No hay dudas de que los nacionales tienen bien justificados los miedos cuando se trata de ese correo nacional y “revolucionario” que consigue que las cartas lleguen tarde, que sean interceptadas, revisadas, violentadas, que los paquetes se atrasen o no lleguen nunca, o que sufran de rapaces sustracciones. Nuestras comunicaciones siguen siendo tan lentas como las que se dieron en esos primeros años tras la conquista del nuevo mundo, y peores que las del siglo XVIII y XIX.
La prensa llega con retraso a todas partes, y a quién le damos las gracias por tal demora, a quién culpamos cuando se pierde una carta y luego otra, quién responde cuando una madre espera el giro telegráfico que le permitirá comer mejor en la noche y no llega hasta dos o tres días después. Sin dudas nuestras cartas, domadas en sus discursos, a sabiendas de que pueden ser leídas por el “aparato”, no aportaran mucho a los estudios epistolares que se hagan en el futuro para entender este desastre.
Pobrecito país que hace noticia con el hecho de que tres coches postales saldrán una vez a la semana para repartir por la isla las publicaciones y el correo postal. Es curioso que ese método se comenzara a usar en esta isla en 1839, es decir, hace 179 años. ¿Vamos bien? No por gusto son muchos los que se niegan a hacer uso del correo; resulta mucho mejor pagar dos o tres CUC a un chofer de los ómnibus nacionales para que entregue en Santa Clara, en Manzanillo, en…, algún dinero y una cajita con víveres para esa madre ansiosa por la espera, y eso prueba que cada día hacemos el camino del cangrejo, andamos hacia atrás, sin cartas, sin novelas epistolares, y con muy pocos mails, con una pedestre conexión a internet, que además siempre es censurada, vigilada.